Entrada
Entre todos los bienaventurados, ángeles y puros hombres, a quien más engrandece y ennoblece y alegra y beatifica esta gloriosísima compañía de los bienaventurados, es la sacratísima Virgen María, Reina y Señora y Madre suavísima y amorosísima de todos ellos: porque es madre natural del que los crió a todos, y del que los redimió e hizo bienaventurados. Todos ellos son grandes y felicísimos, mas esta Señora es más grande y más dichosa y bienaventurada que todos: todos ellos se aman mucho, y se tratan y se miran con grande suavidad, y son causa de gozo y de gloria unos a otros; mas esta soberana Reina los ama a todos y a cada uno de ellos como a dilectísimos hijos, y como a hermanos y compañeros y miembros vivos de Jesucristo su Dios y su Hijo natural, y los mira con ojos amorosísimos, y los trata y comunica con grandísima suavidad, y con su vista y comunicación causa a cada uno de ellos más gozo y más gloria que ninguna otra criatura (P. Francisco Arias).
María, arca de la vida; arca elevada sobre todas las aguas y turbaciones de este mundo, de la cual era una figura el arca de la antigua Ley (S. Andrés Cretense).
Madre amorosísima, que más tiene puesto en su corazón hacernos ella mercedes, que nosotros no acertaremos a desear (Bernardino de Bustos).
Aliento y esfuerzo de caídos, pues a cuantos caen por el pecado levanta su mano poderosa (S. Juan Damasceno).
Reina tan cortés y urbana, que no sufre ser una sola vez saludada sin que al punto devuelva el saludo, y si mil veces es bendecida, otras tantas responde ella con amables palabras (S. Bernardino de Siena).
Meditación
El discípulo que no muere
Y de aquí se originó la voz que corrió entre los hermanos, de que ESTE DISCÍPULO NO MORIRÍA. Mas no le dijo Jesús: No morirá, sino: Si yo quiero que así se quede hasta mi venida, ¿a ti qué te importa? (Jn 21, 23).
Después de haberte marchado, tenían que ser tus apóstoles los que iban a continuar tu obra. Al verlos se podían encontrar en sus gestos y en sus palabras las huellas de tus enseñanzas y de tus preceptos. Tú les dijiste en cierta ocasión: El que a vosotros escucha, a mí me escucha; y el que a vosotros desprecia, a mí me desprecia. Ellos fueron tus señales vivientes. Los cristianos se agruparon en torno suyo para permanecer cerca de ti y sorprendieron en su voz el eco de tus palabras.
Pero la muerte no se olvida de los hijos de los hombres. Uno a uno, fueron desapareciendo tus apóstoles.
Ese discípulo que no muere, le has colocado, Dios mío, hace ya mucho tiempo entre nosotros, y desde el día en que dijiste del pobre que todo cuanto con él se hiciese, lo considerabas como hecho contigo, desde ese día ha comenzado el pobre entre nosotros su sagrada misión, y el “conmigo lo hicisteis”, le ha consagrado. Ese personaje no muere. – Siempre tendréis pobres entre vosotros. – Y si tuviésemos más fe, le miraríamos con más respeto y con más ternura.
Pero nos hemos olvidado de él, y nuestra fe está aletargada y no hemos percibido en las niñas de los ojos de los pobres la misma mirada de Cristo que nos estaba acechando.
Cuando Él tomó el pan en sus venerables manos, lo dio a sus apóstoles diciéndoles: Este es mi cuerpo que será entregado por vosotros. Y desde ese día, en virtud de estas palabras consagrantes, la fe de las almas cristianas se ha prosternado ante las pequeñas hostias de los tabernáculos, porque bajo esas apariencias tan mezquinas y humildes ha reconocido la presencia de Cristo, cuya virtud no muere.
Cuando quiso proseguir su obra en este mundo, traspasó sus poderes a sus discípulos, no queriendo que entre ellos y Él se empeñase nuestra obediencia en hacer distingos: El que a vosotros escucha a mí me escucha; y desde ese día, en virtud de esa palabra consagrante, la fe de las almas cristianas se ha inclinado ante el sacerdote, porque a pesar de sus apariencias tan endebles, y a veces hasta vulgares, ha reconocido en él la presencia de Cristo, cuya virtud no muere.
Cuando Él quiso enseñar al mundo el secreto de la caridad absoluta y sembrar entre nosotros la simiente de las misericordias sobrenaturales, pensando en los pobres, en los que sufren, y en los que no tienen nada, dijo: Todo lo que hagáis por ellos, a mí me lo habéis hecho; no quiero que entre ellos y yo, vuestro amor trate nunca de distinguir… Y desde entonces, en virtud de esa palabra que le transfigura y le consagra, la fe de las almas cristianas debería arrodillarse delante del pobre, y reconocer bajo ese exterior desconcertante y miserable la presencia de Cristo, cuya virtud no muere.
El testimonio de Belén y de los días de aflicción; el que nos da el Hijo del hombre, que no tiene dónde reclinar su cabeza; el que nos da el Varón de dolores, abrumado por todo su pueblo; el que nos da la Redención y aquel que es dechado del hombre enfermo –discipulus non moritur, ese testimonio –ese discípulo- no muere, puesto que los pobres están cerca de nosotros.
Cuando quiera templar mi fe y hacerme familiares los rasgos del Juez Supremo; cuando desee prepararme para el segundo advenimiento para no equivocarme, en el día del gran llamamiento y reconocer sin titubear a Aquel cuya vida constituirá la bienaventuranza eterna; cuando quiera purificarme de todas mis miserias, me acercaré al pobre y trataré de tocar la orla de su manto. Dios mío, los pobres ejercen entre nosotros una función sagrada. No deberíamos olvidarla. Hay una manera cristiana de mirarlos y de acercarse a ellos. Perdóname por no haberlo comprendido antes, y por haber mantenido en mi corazón tan duro pensamientos infieles. No he querido ver en los menesterosos más que pordioseros; he creído que mis relaciones con ellos se limitaban a darles limosnas con alguna que otra sonrisa forzada, y algunas frases entrecortadas, en los días de fiesta. No me he atrevido a dejar que penetrase profusamente en mi alma tu luz… Tus pobres me han parecido bastante fastidiosos. Me figuraba que tenían sobre todo que agradecerme lo que por ellos hacía y que no cumplían muy bien con esa obligación. Hasta les he calumniado declarándoles incapaces de virtudes verdaderamente nobles, atribuyendo a las personas de mi casta el monopolio del mérito. Y no obstante, ese pobre vergonzante, falto de valor y de grandeza y lleno de remiendos y de miserias, soy yo mismo; así me lo grita mi acto de contrición; y todos los desprecios que tengo para con los demás caen sobre mi cabeza como pesadas piedras que han sido lanzadas a las estrellas. Haz que tenga ese corazón humilde, que ame de corazón a todos tus pobres y me reconcilie con lo que soy.
Oración
Bendice, Madre amantísima, a hijos devotísimos tuyos que enalteciéndote dicen de ti que eres tesoro y huerto de bendición, columna y asiento de verdad, brillo y candor de gracia, venero de clemencia, emperatriz en la gloria, fundamento de la Iglesia, fuente de sabiduría, dechado de limpieza, esperanza de salud y de perdón, dadora de toda virtud, trono de paz, mansión de dicha, tierra de bendición, madre de toda verdad, ministra de salud, amadora de humildad, corona de castos pechos, luz y guía de tristes, sendero de extraviados, maestra de perfectos, gozo sumo de los ángeles y de los hombres (S. Ildefonso).