Entrada
María es el modelo que deseo imitar
¡Oh María! permite a un alma que halla en ti su refugio, su apoyo, su protección, su madre; a un alma que se hace cargo de cuánto la amas; a un alma que quiere amarte con todo su corazón; permítele que ponga en ti los ojos con el afecto con que un hijo mira a su madre y estudia sus palabras, sus sentimientos, sus pasos, anhelando parecérsele en todo.
Parecerse a alguien es tomar su aire, sus modales, su continente, en cuanto sea posible.
Parecerse a alguien es sobre todo querer lo que él quiere, amar lo que él ama; es no tener otros gustos que los suyos, ni otros deseos que los que se escapan de su corazón, ni otros amigos que aquellos en quienes han puesto su afecto.
¡Oh María, esto quiero hacer yo durante este mes! Lo quiero, porque te amo, porque quiero ser amado de ti, porque sé que el amor no puede existir sino entre dos corazones que se parecen o procuran parecerse.
Lo quiero, porque sé que no agradaré a Dios mientras no vea en mí algunas de las virtudes que hacen de ti la criatura más santa, más perfecta, más amada de Dios.
Lo quiero, porque soy tuyo. Soy tu pequeñuelo, sea cual fuere mi edad, pues todos somos hijitos tuyos desde el Calvario. Soy tu siervo, y estoy obligado, a título de justicia y de agradecimiento, a darte la vida que poseo ahora y que Dios acaso no me ha dejado sino a causa de tus ruegos por mi salvación.
Renuevo mi propósito de acudir asiduamente a todos los ejercicios de este mes y de ser dócil a todas las lecciones que me des, ¡oh Madre mía!(Mons Sylvain).
Meditación
LA PAZ
Póstrate ante el Santísimo, alma inquieta que buscas la paz, y allí, de rodillas, ten valor para decir a Dios, muy lentamente, con el deseo sincero de ser escuchada, la siguiente plegaria:
Jesús, manso y humilde de corazón, escúchame:
Del deseo de ser amada, líbrame, Jesús.
Del deseo de ser solicitada, líbrame, Jesús.
Del deseo de ser honrada, líbrame, Jesús.
Del deseo de ser alabada, líbrame Jesús.
Del deseo de ser preferida, líbrame Jesús.
Del deseo de ser consultada, líbrame, Jesús.
Del deseo de ser aprobada, líbrame, Jesús.
Del deseo de ser contemplada, líbrame Jesús.
Del temor de ser humillada, líbrame, Jesús.
Del temor de ser despreciada, líbrame, Jesús.
Del temor de ser rechazada, líbrame, Jesús.
Del temor de ser calumniada, líbrame, Jesús.
Del temor de ser olvidada, líbrame, Jesús.
Del temor de ser ridiculizada, líbrame, Jesús.
Del temor de ser injuridada, líbrame, Jesús.
Del temor de que sospechen de mi valer, líbrame, Jesús.
Que otras sean más estimadas que yo, haz que lo desee, Jesús.
Que otras crezcan en la opinión de las gentes y yo disminuya, haz que lo desee, Jesús.
Que otras tengan algún cargo y a mí me posterguen, haz que lo desee, Jesús.
Que otras sean preferidas en todo, haz que lo desee, Jesús.
Que otras sean más santas que yo, con tal que yo lo sea tanto como pueda serlo, haz que lo desee, Jesús.
¡Ah, si Dios os escuchara y os escuchará si vuestra oración es sincera, –que paz en vuestro corazón, qué tranquilidad en vuestro semblante, qué dicha tan apacible en toda vuestra vida!
Las tres cuartas partes de nuestros males, y una buena mitad de la cuarta parte restante, provienen de la idea exagerada que tenemos de nuestro mérito y de los esfuerzos que hacemos para mejorar nuestra posición en el mundo.
«Nada tan agradable en el mundo –escribía el P. Lacordaire,– como ser olvidado de los hombres, fuera de los que amamos y nos aman. Todo lo demás nos produce más turbación que alegría; y cuando hemos cumplido nuestra misión en la tierra, y abierto nuestro surco grande o pequeño, lo menor que puede sucedernos, es desaparecer».
Abramos dulce y alegremente ese pequeño surco que a cada uno de nosotros ha confiado la Providencia.
No permitamos que se nos distraiga con ideas ambiciosas que nos digan: Podrías hacer otra cosa; ni con los falaces deseos de un celo que nos llevaría a olvidar nuestra empresa cotidiana: ni con con el ridículo afán de hacer germinar flores más hermosas que nuestros vecinos…
Ocupémonos en una sola cosa, en hacer bien lo que hacemos, porque Dios no desea más que esto de nosotros.
Hacer bien las cosas se resume en cuatro palabras: en hacerlas con pureza y actividad, alegre y enteramente.
Una vez hecho esto, si nos vemos olvidados, despreciados, mal comprendidos, calumniados, perseguidos… ¿qué importa? Pasarán los desprecios y las injurias, pero siempre nos quedará la amistad de Dios, que habremos merecido con nuestra paciencia y fidelidad.
¡La amistad de Dios! ¡Ah, quién podría decir lo que encierra de dulzura; de alegría, de fuerza, de consolación!
No, jamás la amistad humana en sus más ardientes sueños, ha podido ni sospechar siquiera lo que hay de suavidad en la amistad de Dios hecha más sensible por la unión eucarística.
Por eso entendemos muy bien esta frase de un alma enamorada: Con el cielo en perspectiva y la sagrada comunión diariamente, ¿cómo pensar en quejarme?
Oración
El cielo, los astros, los ríos, el día, la noche y todas las criaturas que viven sujetas al poder del hombre, o sirven para su provecho, como fueron por el pecado perturbados en su orden, así por la gracia que de ti nos vino, han cobrado un nuevo lustre y a manera de una nueva vida. Todas las criaturas estaban como muertas, porque apartadas de su único fin, que era ordenarse a la alabanza del Criador, habían perdido su dignidad; y mientras eran tenidas por dioses y como a tales eran adoradas, cumplían fines para los cuales no habían sido creadas y dejaban de servir a los úinicos para los cuales habían sido hechas. En ti renació un nuevo orden, y las cosas todas recobraron su perdido esplendor; la naturaleza inanimada que podía llorarse como muerta, pudo saltar de gozo como si fuera resucitada, pues muerte era para ella aquel desorden y resurrección fue volver al orden y ley recibida de Dios, y subir a la dignidad que hasta entonces no había conocido de ser instrumento de la gracia de tu divino Hijo (S. Anselmo).