Entrada
María puede llevarnos a Dios
Durante algunos días quiero llenarme de los pensamientos más consoladores.
María puede llevarme al cielo, porque:
Ha sido la criatura más fiel y afectuosa para con Dios; ella sola amó más a Dios que todos los santos juntos. Sólo ella cumplió perfectamente el precepto del amor, amando a Dios con todo su corazón, con toda su alma, con todas sus fuerzas, amando a Dios cuanto es capaz de amarlo una criatura; en cambio fue amada por Dios con toda la fuerza del amor divino, porque Dios no se deja vencer nunca en generosidad.
Ahora bien, si Dios ama a María, ¿podrá rehusarle cosa alguna?
Cierto día oyó Santa Brígida que Jesucristo decía a su madre: “Madre mía, bien sabes cuánto te amo; pídeme, pues, lo que quieras, que cuanto pidas, te será concedido. Puesto que, oh Madre mía, nada me negaste estando yo en la tierra, es justo que nada te niegue ahora que estás conmigo en el cielo”.
¡Es justo! ¡Qué consoladoras palabras! –dice S. Alfonso M.ª de Ligorio.
María puede llevarme al cielo, porque:
Es Madre de Jesucristo, Señor del cielo. Los ruegos de María –dice S. Antonio,– por ser ruegos de madre, tienen para Jesucristo fuerza de preceptos; por consiguiente, no es posible que dejen de ser atendidos.
María, al pedir por nosotros –añade S. Pedro Damiano, –manda en alguna manera; su ruego no es el de una sierva, sino el de una señora.
Lo que puede Dios con su poder –dicen todos los santos,– María, Madre de Dios, lo puede con sus oraciones.
Llámasela con un nombre que sólo a ella conviene: La Omnipotencia suplicante.
Razón tengo, pues, en pensar y decir para consolarme, fortificarme y animarme:
María puede llevarme al cielo (Mons. Sylvain) .
Meditación
LA PREVENCIÓN CONTRA…
Muchas mujeres tienen, sin que lo adviertan, la desgracia de soliviantarse contra algún miembro de la familia.
¿Por qué causa? No sabrían decirlo, porque esta causa nunca aparece bien definida. De aquí procede el mal.
Ora es un aire de indiferencia que les ha parecido notar, y que sólo respondía a una fatiga que no se atrevían o que no podían confesar.
Ora es una palabra mal interpretada, porque en aquel momento estaban disgustados, y el alma enferma les hacía ver todas las cosas a una falsa luz.
Ora, en fin, es un relato que no debieran haber escuchado, o que hubieran debido esclarecer, yendo a pedir directamente explicaciones a aquel a quien el relato se refería.
Y helas ahí indiferentes, poco comunicativas,recelosas, espiando, interpretando el menor gesto… Luego, transcurridos algunos días, viene la frialdad justificada por esta idea: Ya no se me quiere; después, el desdén, a continuación el desprecio, y, por último, una especie de odio que roe el corazón…
Y todo esto crece sordamente en el alma, y entonces…
¡qué dura y amarga es la vida de familia!…
Muchos se consuelan, o mejor, se justifican diciendo: ¡Sufro!; pero nadie piensa en añadir: ¡Cuánto hago sufrir!
¿De quién es la culpa?
De la falta de sinceridad y de confianza.
¡DEJARLO CORRER!
¡Dejémoslo correr!… ¡Oh cuántas almas, a punto de inquietarse y perturbarse, han conservado, merced a estas palabras su paz y su sonrisa!
¿Nos hiere, por su falta de delicadeza, cierto proceder!… ¡Dejémoslo correr! Nadie pensará más en ello.
¿Nos irrita una frase agria o injusta?
¡Dejémoslo correr! El que la ha pronunciado se alegrará mucho de que la olvidemos.
¿Va a separarnos de un antiguo amigo un chisme doloroso?… ¡Dejémoslo correr! Conservaremos la paz del alma y la santa caridad.
¿Está a punto de enfriar nuestro afecto un aire sospechoso?… ¡Dejémoslo correr! Nuestro rostro confiado devolverá la confianza…
¿Pues qué? ¿Apartaríamos con cuidado las espinas del camino para evitar sus heridas, y nos complaceríamos en amontonar y hundir en nuestro corazón las que se encuentran en la familia?
En verdad que seríamos poco razonables.
La utilidad de los defectos
¡Cuán útil es para la salvación un buen defecto… muy visible, muy humillante, pero que, por la gracia de Dios, no impida el bien que estamos obligados a hacer!
Ser desconfiados y dejarlo traslucir, no obstante los esfuerzos que hacemos para evitarlo; tener modales algo ridículos, de los cuales no podemos enteramente corregirnos; cometer algunas faltitas sin transcendencia, que provoquen la sonrisa, pero no la burla… ¡oh, lo repetimos, qué bueno es para la salvación!
Un defecto nos hace humildes; mas por ventura ¿no es la humildad lo que más falta nos hace?
Un defecto nos hace recurrir más cordialmente a Dios, pero acaso ¿no es la plegaria filial la fuente de toda gracia?
Un defecto nos hace indulgentes con los demás; pero ¿no es la caridad la virtud que más ama Dios en nosotros?
Queridos defectillos, que sólo podéis perjudicarme a mí, ¡ah cómo os amo!
Oración
¿Qué otra mayor dignidad podríamos nosotros concebir que la de ser madre del Hijo de Dios, y juntamente de aquellos de quienes Cristo se digna ser padre y hermano? Por tanto no es de pensar que cierre Dios sus entrañas naturalmente piadosas, si te viere a ti amorosamente inclinada hacia nosotros. ¿Y por qué podría yo pensar que me cerraras tú las puertas de tu misericordia? ¿en quién como en ti puedo yo dejar seguras mis esperanzas? Fuera de ti, que eres dechado de toda virtud y principio de toda cosa buena, no acierto a ver otro mejor asilo de piedad y de bondad. No me deje, te suplico, tu amorosa mano; pues como sé que nada soy y nada puedo, a nada he de llegar si no es ayudado de tu auxilio (S. Anselmo).