Entrada
María es el corazón que ama
¡María me ama! ¡Oh, qué consoladoras palabras! Escribía en cierta ocasión S. Francisco de Sales: ¡Cuán dichoso soy! ¡Mi Madre y la Santísima Virgen me aman! ¿Por desgracia, no tengo madre que me ame? Pues tengo y tendré siempre a la Santísima Virgen.
¡María me ama! Mas el amor que me profesa ha sido originado y mantenido en su corazón por la triple mirada que tiene puesta en Dios, en mi alma, en ella misma.
Si María considera a Dios, ve el amor infinito que el Señor nos tiene, pues nos ha creado porque quería amarnos.
A todos nos ve María en el corazón paternal de Dios, que nos da la vida, nos la conserva, nos la embellece; de Dios, que nos sigue con la ternura de una madre, mide nuestras pruebas, respeta nuestra libertad, y no aparta de nosotros los ojos ni un solo instante de nuestra existencia.
Ve que este Padre celestial, impulsado por su amor, envió a la tierra, para arrancarnos del poder del infierno, a su amadísimo Hijo, y movido siempre por nuestro amor, entrególe a la muerte más dolorosa.
Cuando María fija su mirada en Jesucristo, le ve en medio de tormentos, de humillaciones, de dolores; es testigo de la flagelación, de la coronación de espinas, de su crucifixión, y oye esta oración conmovedora: Haced, Padre mío, que no perezca eternamente ni uno solo de aquellos por quienes he venido.
¡Ah, cómo podríamos suponer que no nos ama!
Aun cuando no fuésemos nada para ella, aun cuando no tuviéramos nada que atrajese su compasión, sólo por amor a Dios, porque sabe que amándonos agrada a Dios y le consuela, nos amaría nuestra Madre celestial.
Sí, dichosas palabras: ¡María me ama! ¡Ah, también yo te amo, oh Madre mía! (Mons. Syilvain).
Meditación
¿Cómo debemos portarnos en las tribulaciones?
El que se vea combatido de tribulaciones en este mundo necesita, raer el pecado, y procurar ponerse en gracia de Dios. De otro modo, todo lo que padezca estando en pecado, será perdido para él. S. Pablo decía: Aun cuando entregara mi cuerpo a las llamas, y padeciese los tormentos de los mártires, sin la gracia, de nada me aprovecharía.
Al contrario; el que padece con Dios y por Dios con resignación, todos sus padecimientos se convierten en consuelo y alegría. Por esto los Apóstoles, después de haber sido injuriados y maltratados de los judíos, se retiraron de la presencia del concilio llenos de gozo, porque habían sido hallados dignos de sufrir por el nombre de Cristo: Así, cuando Dios nos envía alguna tribulación es menester que digamos con Jesucristo: El cáliz, que me ha dado mi Padre celestial, ¿he de dejar yo de beberlo? Porque, además de que debemos recibir la tribulación, como venida de la mano de Dios, ¿cuál es el patrimonio del cristiano en este mundo sino los padecimientos y las persecuciones? Cristo murió en una Cruz; los Apóstoles sufrieron martirios crueles; ¿y nos llamaremos nosotros sus imitadores, cuando ni sabemos sufrir las tribulaciones con paciencia y resignación?.
Esto hacía David cuando se veía atribulado: clamaba al Señor en su tribulación, y el Señor le atendía. Debemos recurrir a Él y suplicarle, sin dejar de hacerlo hasta que nos oiga. Conviene fijar los ojos en Dios y no apartarlos de Él, y seguir suplicándole hasta que tenga compasión de nosotros. Conviene que tengamos gran confianza en el corazón de Jesucristo, que está lleno de misericordia, y no hacer lo que hacen algunos, que se abaten si no los oyen al punto que han comenzado a suplicar. Para estos tales dijo el Señor a Pedro: Hombre de poca fe, ¿por qué has desconfiado? Cuando las gracias que deseamos obtener, son espirituales, y pueden contribuir al bien de nuestras almas, debemos estar seguros de que Dios nos oirá siempre que le supliquemos con tesón, y no perdamos la confianza. Es por consiguiente necesario, que en la tribulación no desconfiemos jamás de que la piedad divina nos ha de consolar: y debemos repetir con Job, mientras dura nuestra aflicción: Aunque el Señor me quitare la vida, en Él esperaré.
Las almas que tienen poca fe, en vez de recurrir a Dios en el tiempo de la tribulación, recurren a los medios humanos, desdeñándose de acudir al Señor, y no pueden verse socorridas en sus necesidades: Si el Señor no es el que edifica la casa, en vano se fatigan los arquitectos.
Dice el Señor: ¿Por qué motivo decís, hijos míos que ya no queréis recurrir a mí? ¿Por ventura he sido para vosotros tierra sombría que no da fruto? Con estas palabras explica el gran deseo que tiene de que recurramos a Él, a buscar consuelo en las tribulaciones, para podernos dispensar sus gracias. Y al mismo tiempo nos hace saber, que cuando le suplicamos, no se hace mucho rogar, sino que está presto a socorrernos y consolarnos.
No duerme el Señor, dice David, cuando nosotros recurrimos a su bondad, y le pedimos algunas gracias útiles a nuestras almas, porque entonces nos oye cuidadoso de nuestro bien. Y S. Bernardo dice que cuando le pedimos gracias temporales, o nos dará lo que le pedimos, u otra cosa mejor. O nos concederá la gracia pedida, siempre que nos sea provechosa para el alma, o alguna otra más útil, por ejemplo, la de acomodarnos con resignación a su santísima voluntad, y a sufrir con paciencia aquella tribulación, que nos aumenta los méritos para conseguir la vida eterna.
Oración
¡Oh Virgen gloriosa!, tú eres luz de las tinieblas. Tú eres espejo de los santos. Tú eres esperanza de los pecadores. Todas las generaciones te bendicen. Todos los buenos te contemplan. Todas las criaturas se alegran en ti: los ángeles en el cielo con tu presencia, las almas del purgatorio con tu divino consuelo, y los hombres en el suelo con tu esperanza. Todos te llaman, y a todos respondes y por todos ruegas. Pues ¿qué haré yo pecador tan indigno para alcanzar tu favor? Que mi pecado me turba, mi desmerecer me aflige, y mi malicia me enmudece. Ruégote, Virgen preciosa, por aquel tan grave y mortal dolor que sentiste cuando viste a tu querido Hijo caminar con la cruz a cuestas y por aquellas piadosas lágrimas que derramaste, siguiéndole hasta la cruz, que pongas en mi pensamiento tal dolor, que contemplando en ellas salgan tantas de mis ojos, que basten para lavar las máculas de mis pecados; porque ¿cuál pecador osará parecer sin ti ante aquel eterno Juez? que aunque es manso en el sufrimiento, es justo en el castigo. Pues ¿quién será tan justo, que por este juicio no tenga necesidad de tu ayuda? (De incierto autor del s. XVI).