Meditación del día

… para el mes de Abril

Entrada

Los dolores de María constituyen la devoción predilecta de los apóstoles. La desventura de perder a Jesús; la intolerable pena de estar separados de Él, por poco tiempo que fuese; las tinieblas y tristeza que reinan allí donde Él no está, son otras tantas fases de singular consideración en cada cual de las siete series de aquellos misterios dolorosos. ¡Cuán lejos están de Jesús los pecadores, los herejes y los idólatras! ¡Cuán apartados caminan de las vías del Calvario! ¡Cuántas y cuán precisas por tantos conceptos son esas almas extraviadas! ¡Qué abismo tan insondable es la culpa! Y ¡qué espectáculo tan triste para nosotros el de tanto infeliz que con rostro sereno y cantando alegres y descuidados de lo porvenir, corren desalados a su eterna perdición como si fuese a un festín de bodas! ¿Quién podrá pensar en esos infelices enfermos sin ansiar vivamente curarlos? Y luego, pensar que el pecado fue causa de toda la Pasión y de todos sus tormentos… ¿No habrá algún corazón que, abrasado de amor, se olvide por un instante de sí mismo y piense que tantos pecados como impida son otras tantas penas ahorradas a nuestro amadísimo Salvador? Pues ese corazón, así movido, pensará en hacer como pueda alguna obra de reparación, y no hay reparación igual a la conversión de un pecador, y tratará de llevarle a los pies de María para que ella suavemente le alce y le ponga en brazos del Salvador (P. F.G. Faber).
María, Reina del cielo y Madre de la misericordia; alegría de los justos y puerta para introducir los pecadores a Dios (Sta. Brígida).
Insigne resguardo que nos protege y nos defiende contra las tentaciones y en los peligros espirituales (S. Francisco de Jerónimo).
Aurora intermedia entre la noche y el día, esto es, medianera entre Dios y los hombres (Bernardino de Bustos).

Meditación

Los descontentos

Los hay en todas partes.
Los ha habido siempre.
Los habrá siempre.
Son, para las familias, una espina constante que, aunque no desgarra más que la piel, no deja de ser dolorosa.
El primer descontento fue un ángel: allá, en el Paraíso, fue el primero en exhalar de su soberbio corazón ese algo inquieto, murmurador, acusador, sordamente revolucionario, que constituye la base del descontento.
¿Cómo pudo formarse y desarrollarse esta triste y deplorable enfermedad del entendimiento y del corazón en un ángel y en medio de la intimidad de vida con Dios, que necesariamente debía ser tan suave y buena? Lo ignoro.
Lo único que sé es que el ángel arrojado del Paraíso dejó caer en la tierra, al sacudir sus alas, una semilla de irritabilidad, de malestar, de murmuración, de inquietud, que, derramándose por todas partes, ha venido a ocultarse, para luego germinar, en los pliegues más íntimos del corazón humano.
Vedlo si no:
No hay reunión de hombres de negocios, de indiferentes, ni siquiera de gozosos y alegres convidados.
No hay familia, por muy amante e íntima que sea entre sí, ni círculos formados por la más abnegada amistad, en donde no se halle uno o varios descontentos.
No hay día quizás en el que cada uno de nosotros no se sienta aguijoneado por la necesidad de ser y de mostrarse descontento.
Diríase que el descontento forma parte esencial de nuestra existencia, hasta el punto de que ha podido escribirse con cierto dejo de paradoja: Quien durante el día no ha estado algo descontento, al llegar la noche se manifiesta abiertamente descontento.
Triste cosa ese estado del alma, del corazón, del temperamento que se queja de todo y de todos. Que se queja de lo que se le dice y de lo que no se le dice; de lo que se le hace y de lo que no se le hace.
El descontento se queja y no sabe jamás formular el motivo de su queja.
A todo tiene que decir y nunca sabe indicar el punto especial de su crítica.
Tiene necesidad de todo y no sabe decir lo que le falta. Lo que se le ofrece no se le acomoda; lo que se le da no le hace falta; lo que se le propone no le conviene.
Se queja de que no se le ama y rechaza todo afecto porque no lo ve bastante franco.
Se queja de que no se le tienen consideraciones, y no acepta las atenciones que se le guardan, porque las juzga hipócritas e interesadas.
Y continúa siendo maldiciente, suspicaz, celoso, desconfiado.
Murmura, se irrita, contradice, se pone en un rincón.
¡Infeliz descontento! ¡qué mal te haces y qué mal haces a los demás!
¡Qué vida tan triste e inútil pasas e impones a los tuyos!
¡Y tan fácil como te sería ser dichoso y hacer dichosos a los demás; tan fácil como te sería amar y ser amado!
Un poco más de hombría de bien en tus relaciones de familia y de amistad. Está pues, persuadido de que se te ama y se te aprecia; ¿no lo ves?
Más oraciones humildes, sencillas, confiadas. Piensa que Dios quiere que hagas dichosos a los que contigo viven. Es ese un deber riguroso, y su violación entraña la violación de muchos otros deberes.
El descontento habitual nos pone en el camino que aleja del cielo.

Oración

Dios te salve, María, sobre todos los cielos elevada; mansión del Sol de gloria, recámara dulcísima donde éste escondió los rayos de infinito resplandor que traspasaban todos los linderos de lo criado; Dios te salve, tierra virginal de la cual formó el soberano Artífice aquel nuevo Adán que en todo venció al antiguo, y aun perdido lo recobró para salud de sus generaciones. Dios te salve, misteriosa levadura divina que vestiste a Dios y trajiste aquella flor del espíritu que repartida por toda la masa del género humano, sustentada con la arcana y omnipotente virtud del cuerpo único de Cristo transformado en panes, dio a luz una sociedad perfecta; Dios te salve, llena de gracia, contigo es el Señor que dijo palabra y pobló mundos, y sacó de la nada tantas arrobadoras magnificencias (S. Andrés Cretense).

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Jaime Solá Grané

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