Meditación del día

… para el mes de Abril

Entrada

Una fuente de gozo para María era el participar del gozo de Jesús, cuyo corazón en medio de su angustia abrigaba todo un océano de alegría; alegría que ninguna otra criatura en la tierra podía compartir sino su Madre, porque ninguna otra podía comprenderla. Cuando aquella preciosísima sangre roció y tiñó las azucenas de sus manos virginales, conoció que era, y como tal la adoró, el precio de su Concepción Inmaculada. ¿Cómo, penetrando este misterio, pudiera María no amar a Jesús diez mil veces más de lo que le había amado hasta entonces? Pues bien, al arrebato de amor no puede menos de seguirse júbilo arrebatado.
Imposible es que las operaciones de la gracia en nuestras almas no nos causen regocijo, pues cada aumento de gracia es un nuevo don de una Persona divina, un nuevo contacto y unión más estrecha y perfecta con Dios: esto lo conoceríamos mejor si en nuestra vida espiritual pusiésemos más tiempo, más formalidad, menos distracciones y menos precipitación. Siendo esto así, ¿cuánto y cuánto no debió de gozar la Santísima Virgen con aquellos efectos grandiosos y sobrenaturales que sus dolores producían incesantemente en ella? (P. Faber)
Acuérdese de los trabajos de la Virgen nuestra Señora, que en el solo trago de la pasión de su Hijo, y en aquella tan penosa vista cuando le vio llevar a justiciar con tan pesado madero a cuestas, tan desemejado que apenas le conocía, pasó más pena que todas las madres con no ver a sus hijos. Mire cuántos tormentos sentiría la que vio delante sus ojos pasar al que más que a sí misma amaba. ¿Qué sentiría cuando en sus brazos tuvo muerto y tan maltratado al que conocía ser Hijo de Dios y suyo? Y después de resucitado y subido a los cielos, estuvo muchos años ausente de él, con mucha más pena que las otras madres, porque más que todas amaba a su Hijo bendito. Pues, si nos preciamos de ser servidores de Nuestra Señora, ¿por qué no la acompañaremos en sus trabajo? Si alzamos nuestros ojos a mirarla cómo estaba al lado de la cruz de Nuestro Señor, mirémosla con corazones atribulados, conforme al que ella tenía; porque no se huelga un desconsolado que lo vayan a hablar con corazones muy alegres. Y así, quien quisiere la comunicación de Nuestra Señor y de su Hijo bendito, quiera también parte en sus penas. ¿Cuándo a tal Hijo y tal Madre faltaron en este mundo trabajos? ¿Cuándo vino placer que no fuese luego mezclado con gran desconsuelo? Toda la vida no fue sino un penoso destierro y una muy grave cruz, y hasta que de aquí salieron no supieron sino tormentos; y ya que descansan, no quieren que sus servidores tengan ojo a lo que ahora tienen, más a lo que cuando aquí vivían pasaron (Vble. Juan de Ávila)

Meditación

EL JUICIO DE ESTE MUNDO

Señor lo que me encanta y lo que me asusta en ti es que eres definitivo. Cuando hayas acabado de pasar a través de los hombres quedará eternamente establecido que los unos se encontrarán a tu derecha y los otros permanecerán a tu izquierda. Y después no habrá más cuestiones. Cada uno quedará fijado para siempre. Tu obra no puede ser continuada por nadie ni habrá otro redentor que salve a los que te hayan desconocido.
Tú eres inevitable. La luz ha penetrado en las tinieblas. La noche que se ha mostrado dispuesta a recibir esta luz se ha convertido a su vez en claridad y toda su primitiva negrura ha desaparecido; pero la noche que se ha negado a dejarse penetrar por ella, esta noche no ha permanecido simplemente en lo que era: es ahora una noche voluntaria, es una noche que ha despreciado la luz y su obscuridad natural, es una obscuridad culpable. El que no quiere ser de Dios se hace peor que un hombre; es un precito.
Y este juicio del mundo ha comenzado ya. Que los hombres lo quieran o no, tú estás en medio de ellos. Pueden obrar como si te desconocieran, pero cuando se aparenta desconocer la piedra angular, no es ficción el estrellarse contra ella. Tú estás instalado en nuestro Universo, y nos juzgas a todos. Permaneceremos eternamente fijados en la actitud que hayamos adoptado para contigo. Cuando pienso en esto, se apodera de mi alma un ligero estremecimiento de espanto. No me gusta lo que es definitivo.
Hace siglos, Señor, que la raza de los hombres se ha acostumbrado a andar con rodeos y a volver a empezar las cosas, y el punto final siempre nos asusta. Tu eres el punto final y la última letra del alfabeto, tú eres esa misteriosa omega, después de la cual no hay nada que esperar. Por tanto, contigo es con quien debemos arreglarnos, contigo es con quien debemos contar, como última esperanza.
Tú estas presente, y sin embargo los que no quieren verte, no te ven. Hablas sin cesar; y no obstante, los sordos voluntarios, en realidad de verdad, no oyen ninguna de tus palabras, y nos toman por locos cuando escuchamos tu voz, que llena la inmensidad de tu obra. El único negocio necesario es cogerte al pasar, y conozco algunos que han pasado toda su vida sentados en las zanjas, al borde del camino por el que caminabas, y que me han dicho no haberte encontrado nunca. Tú estás en medio de nosotros; tu mirada nos interroga, tu verdad nos juzga, y muchos van y vienen, y ríen y lloran, y duermen y piensan, sin haberse sentido nunca cohibidos en sus movimientos por tu presencia ni haberte rozado nunca en su trabajo.
Sin embargo, a todos esos ya los has juzgado. Todos los que quieren desconocerte y organizan su vida lejos de ti, podrán realizar su deseo y serán para siempre liberados de tu presencia. Tú eres terrible y bueno, terrible como todo el que se siente, fuerte y no se doblega, terrible como la Verdad, que con nada se empaña, y como la Justicia, a la que nada puede corromper. Haz que tu gracia me preserve de toda ceguera voluntaria.
Los ciegos culpables no mienten cuando dicen que a pesar de tener los ojos bien abiertos no ven tu presencia. Su pecado es muy sutil y su infidelidad muy profunda. Se han puesto fuera de la posibilidad de verte, como los judíos, a quienes el odio había obscurecido de tal modo que creyeron obrar bien cuando crucificaban al Hijo de Dios. La pereza inveterada o la vanidosa brutalidad, las lamentables cobardías o el orgullo sarcástico, el afán de riquezas o la dureza de corazón, todo esto, voluntariamente consentido es lo que constituye en nosotros el poder de las tinieblas.Y el decir que no te veo, no siempre es un excusa valedera, o mejor, no lo es nunca.
Todo lo que conservo para mí esta perdido, condenado, juzgado como una cosa inútil, destinado a la muerte: todo lo que tú tomas, todo lo que te entrego, todo eso está curado, divinizado, se hace inmortal y entra en la casa del Padre. Mis días están desprovistos de valor, si no son tuyos, y mis mayores esfuerzos no hacen más que caer en el vacío si no están informados por tu gloria.
Juez mío, tómalo todo. No quiero que este título de juez enfríe mi confianza. En realidad, si te amo es porque eres definitivo. Si tu juicio pudiera ser reformado, serías débil, y ¿qué ventaja encontraría mi debilidad en apoyarse sobre tu caducidad? Pero lo que tú habrás dicho de mí, nadie podrá desmentirlo, lo que hayas escrito, nadie podrá enmendarlo, y el día en que hayas proclamado, mirándome bien en los ojos, que soy de los «tuyos», y que mi tiempo de prueba ha concluido, ese día sin crepúsculo te bendeciré con todas mis fuerzas, porque eres el que no cambia. Tú me has impuesto la obligación de esperar este inefable plazo, y de esperar de ti, Juez mío, la vida eterna.

Oración

¡Oh María, dadora de paz! Defiende al pueblo que se goza en tus alabanzas y se recrea pregonando tus glorias. Enemigos suyos fueron los enemigos de tu honra, y armaron contra él su brazo cuantos tramaban en su corazón designios abominables contra ti. Labró con piedras inmortales glorias que engrandecen la virtud de tu nombre y son magnificencia de tu diestra; y quebrantó soberbios y venció poderosos, porque a Ti invocó con la aurora y a Ti elevó himnos de agradecimiento al despedirse del día. Salva, pues, a este pueblo, heredad a Ti consagrada (S. Efrén).

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Jaime Solá Grané

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