Meditación del día

… para el mes de Abril

Entrada

La primera de las notas singulares del martirio de María fue el prolongarse casi durante su vida entera. Desde el instante de albergar en sus entrañas al Verbo Eterno Encarnado, su unión con Dios debió ser tan inefablemente estrecha, tan profundo y cabal su conocimiento del misterio de la Encarnación, y tan extensa su comprensión de las recónditas profecías hebraicas, que indudablemente también la Pasión de Jesús debió manifestársele en espíritu, junto con los treinta y tres años de pobreza, trabajos y humillaciones.
Casi por irreverente tendríamos el pensar que en aquellos nueve meses de su unión íntima con el Verbo Encarnado nada hubiese María comprendido acerca de su misión de padecer y de sangre, ni conocido las leyes de la expiación y de la redención, ni sabido, en fin, a ciencia cierta la gran parte que la estaba reservada en el amargo cáliz de su Hijo.
En María, el dolor la tenía verdaderamente aherrojada, sin darle jamás tregua ni reposo: era como una parte de su vida misma, que no había de abandonarla hasta la muerte. Su Pasión no fue para ella el triste fin de una hermosa existencia, ni un fúnebre ocaso del sol tras un día de alternativa entre luz y tinieblas, ni una tragedia aislada de sesenta y tres años laboriosamente pasados en las ordinarias vicisitudes de la vida humana; sino que fue parte de un todo consecuente a sus antecedentes; fue un acrecentamiento de tinieblas, es verdad; pero parte, al fin, de las tinieblas de toda una vida que, por lo tocante al padecer, no había jamás visto la luz. Esto debemos tenerlo presente siempre, si queremos formar cabal idea de los dolores de María, que no fueron, no, acontecimientos separados, sino fases continuas de una existencia destinada inexorablemente por el cielo a girar en una órbita de padecimientos singulares, acá y allá iluminada con fulgor más o menos vivo (P. F.G. Faber).

Meditación

Sólo te mandó una cosa: amarle

Dios quiere santificar las almas. Por ellas consiente que subsista la sociedad, a pesar del gusano que la corroe, y por ellas tolera a los blasfemos del Santo Nombre, a los negadores de la Providencia, a los provocadores de la divina justicia, no sea que al arrancar la cizaña se vaya a perjudicar el buen grano.
Por consideración a las almas que tiene que santificar, Dios gobierna al mundo, ordena la sucesión de las estaciones y hace llover sobre el campo del justo como sobre el del pecador.
Grande es el Señor y digno de toda alabanza. En el universo mundo nada crió, ni permite suceso, ni tolera mal alguno que no pueda contribuir por su parte al bien de las almas.
¡Ea, pues, nada de temores! Confía en Dios, cierra los ojos y abandónate en sus brazos. ¿No ha dicho Jesús que nadie le arrebatará de las manos a los que su Padre le ha encomendado? Ama a tu Dios, hazlo todo por amor, recíbelo todo de su mano y luego camina sin temor, que seguramente llegarás a la santidad.
Dios quiere tu santificación, pero ¿ignorará, por ventura, lo que conviene a tu alma?
Cuando la divina Sabiduría disponía el universo, cuando trazaba a los astros sus caminos y decía a la ola del mar: de aquí no pasarás, ¿estabas tú allí? Cuando creaba las almas inmortales como un hálito de su boca y las sellaba con el sello de su imagen, ¿te llamó, por acaso, a su Consejo?
Formar en un alma la semejanza de Dios es obra que excede las luces creadas. Dios se reserva este cuidado; teme, pues, perturbar su obra.
Tu alma es una maravilla de perfección y hermosura: sentimiento, razón, voluntad, gracia, virtudes, adaptaciones, inspiraciones, todo está en ella admirablemente dispuesto. Una motita de polvo puede entorpecer la marcha de esta máquina. ¿Quieres meterte a consejero de quien la construyó tan delicada? Eres ciego, ¿y quieres dirigirte a ti mismo? ¿Con que vigilas ansiosamente la conducta de Dios con tu alma y desapruebas los movimientos que te imprime y el descanso que te permite? ¡Insensato!, si ni siquiera has visto el alma que pretendes gobernar… Deja a Dios esta difícil tarea, que a ti sólo te mandó una cosa muy fácil, una sola, amarle. Lo difícil de la obra se lo ha reservado Él; conténtate tú con tu parte, que Dios hará lo restante, puesto que no está falto ni de Saber ni de Poder.
Su acción se extiende del uno al otro cabo del mundo y penetra a todas las criaturas hasta la médula, hasta la esencia. Esta divina acción es quien las crió, las sostiene, las impulsa; es quien mantiene el universo. Cierto que es misteriosa y oculta, cierto que sola la fe la descubre, pero ¿será por esto menos real o menos eficaz?
Cuanto la Bondad de Dios decretó con respecto a la santificación de las almas y cuanto su Sabiduría ordenó para que llegaran a tal ideal, lo ejecutó su Poder.
Almas piadosas, Dios se encarga de santificaros. Su Poder actúa en este mismo instante y en vosotras experimentáis esa omnipotente acción. Cuanto acontece en vosotras o fuera de vosotras, es cincel que os talla y pincel que os embellece. Vuestras alegrías y vuestras penas, éxitos y contratiempos, consuelos y arideces, esperanzas y temores, todo se transforma en instrumento en las manos de este experto Artífice.
Él mismo escoge sus ayudantes para esta divina obra, y si un alma necesita la presencia de tal consejero que le indique una palabra necesaria, Dios hará venir a este hombre del confín del universo, allanará ante él las montañas, sosegará las olas del mar, y si preciso fuera, lo llevará consigo, como llevó antaño a Habacuc y lo puso cerca del foso de los leones. El alma que estos auxilios necesitara no verá frustrada su espera, aun cuando se precisara para contentarla trastornar el mundo entero.
La acción de Dios en la santificación de las almas de buena voluntad no conoce límites, y no hay criatura que pueda entorpecerla ni aun suspenderla. Se ríe de las dificultades, esquiva o quebranta los obstáculos, y obliga a sus enemigos a servirle de instrumentos. La violencia se quiebra ante la paciencia de un alma entregada a Dios, la astucia se enmaraña en sus propios hilos ante su sencillez, se turba la mentira ante su ingenioso candor. Lo que se hubiera creído ser la ruina del alma sencilla, se torna su salvación; lo que se había calculado con toda política para sorprender su virtud, la confirma en el bien. Ante ella ábrense las barreras, allánanse las montañas, llénanse los valles y los precipicios se tornan camino llano y espacioso.

Oración

En ti, inmaculada Madre, está el manantial de la alegría y del consuelo, porque tan copiosamente vinieron sobre ti los accesos de deleite y de regocijo del día de la resurrección, que quedaste como bañada y vestida de gozo, y hecha tú misma un purísimo e inefable júbilo. Enjuga ahora nuestras lágrimas, embota los dolores sin cuento que nos cercan, amansa el rigor de tantos y tan fieros pesares que nos asaltan de continuo, y trueca en alegría la tristeza que nos tiene embargado el ánimo (S. Sofronio).

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Jaime Solá Grané

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