Entrada
María, mayormente atormentada que todos los mártires juntos, según fueron las congojas que sobre ella vinieron (Dionisio Cartujano).
Instrumento de que Dios quiso valerse para remediar y sanar con sus quebrantos nuestros numerosos dolores (S. Juan Damasceno).
Amiga de Dios, y fidelísima cooperadora de su sacratísimo Hijo en la obra de nuestra redención (El Sabio Idiota).
Quiso Nuestro Señor que la cooperación, el consentimiento, las gracias y los padecimientos de su Madre se uniesen a la obra de la Redención en tal manera que no fuese posible separarlas; quiso unir con estrecho lazo su propia Pasión y la Compasión de María; y de hecho, sin esta Compasión, aquella Pasión habría sido diversa de lo que realmente fue. Plúgole sin duda aplicar a su Madre la misma ley de expiación que se aplicó a sí mismo, para que, en varios sentidos, pudiera decirse con verdad que ella había tenido parte en la Redención del mundo (P. F.G. Faber).
Meditación
El asnillo me enseñó
Este asnillo, sobre el cual los Apóstoles echaron sus vestidos a manera de albarda, podría enseñarme muchas cosas que los más sabios profesores jamás me enseñaron. En el fondo tampoco era obligación suya. Distribuían sus conocimientos; pero la vida no se reduce a una doctrina. Es una manera de ser y de obrar; y esto es peculiar de cada uno de nosotros. Conviene encontrar el secreto de lo real, antes de intentar comprender nuestro pensamiento. Yo quisiera poder estimar con ternura a todos los que se entregan oscuramente, y que, sin ruidosas pretensiones, pasan haciendo el bien en silencio. Hoy se ha puesto de moda recompensar oficialmente el servicio, como si fuera una cosa extraordinaria. ¿No sería más discreto, Señor, considerarlo como una cosa muy normal y que no tiene necesidad de ser subrayado ni llevado en andas? La turba de Jerusalén os hizo una ovación cuando pasasteis en vuestro asnillo; pero el día de la prueba todo este entusiasmo se había evaporado. Cada cosa debe conservarse en un medio acorde con su naturaleza; y el humilde servicio prestado, no debe ser instalado en butacas de lujo ni puesto ante el objetivo.
Enseñadme la verdadera grandeza. Me imagino siempre que es invasora; que toma los sitios preferentes y que reclama las miradas. Creo tontamente que los santos canonizados son más santos que los otros, y que en el anonimato sólo hay lugar para las insignificancias. Pero vuestras medidas son bien distintas. Vuestro pensamiento divino ha reparado en un asnillo y Vos hicisteis decir a su propietario que teníais necesidad de él. Este pobre asno no ha dejado reliquia siquiera. ¿No podría yo consolarme de ser como él, bastante gris y sin relieve, porque también de mí tenéis necesidad para vuestra obra? Cuando el descorazonamiento me abruma; cuando arrastro detrás de mí esta idea pesada que, no teniendo mucho valor, no podré nunca hacer nada que valga; cuando el demonio mismo me predique la humildad caída y me diga que no vale la pena desear y que basta resignarse; cuando yo proporcione mis pagos a mis deberes y rehúse hacerme crédito; ¿no debería desechar de un gesto todos estos consejeros de derrota, todos estos pensamientos de capitulación, y acordarme que hay un medio de prestar servicio hasta la muerte, y que él es el resumen de la Ley y de los Profetas? No hay necesidad de caracolear, ni de atacar, brida al cuello. No se organizan brillantes concursos hípicos para asnillos. No es su oficio desplegarse en escuadrón ni trotar en brillantes cortejos. Ellos van a su paso, metódico y seguro; no tropiezan aun cuando el camino es pedregoso, la pendiente empinada y el abismo muy cercano. Marchan, llevan cargas, sin pedir que se les cumplimenten y como si fuera la cosa más natural del mundo; y alguna vez también, como la burra de Balaán, son mucho más astutos que nosotros.
Oración
¡Oh Virgen bendita! ¿Quién no se pregunta: en quién estaba tu consuelo? ¿en quién esperabas? ¿qué era lo que más amabas? ¿por ventura no era Jesucristo? Él uno y solo consuelo y esposo tuyo era, tu Hijo; tu alegría y tu remedio. Él solo te era todas las cosas; con solo Éll estabas, Señora, contenta, y ninguna cosa echabas de menos; teniéndolo a Él, y con Él, ninguna cosa te faltaba; faltándote Él, todo tu bien has perdido; no lo trocaras por cielos y tierra.
Ella es la que más perdió, la más entristecida, la más desconsolada, la más afligida de cuantas hubo ni habrá. Cuando lo viese que ya quería expirar, cuando viese obscurecerse aquellos lucientes ojos, cuando viese levantarse el sagrado pecho tan apriesa con las ansias de la muerte, la Madre que tal vio ¿qué haría? No hay corazón que sepa sentirlo; no hay lengua que sepa explicarlo. No te quedó consuelo ni arrimo en la tierra, muerto tu santísimo Hijo, porque en Él tenías todas las cosas (S. Juan de Ávila).