Meditación del día

… para el mes de Marzo

Entrada

De creer es que Nuestro Señor, que juntó con un lazo tan estrecho de amor, como a esposo y esposa, a José y a María, los hizo en la santidad muy semejantes, no con igualdad, sino de la manera que José podía imitar a la que, aunque era su esposa y por esta parte súbdita, era Señora y Reina del cielo y dechado de los serafines en santidad. ¿Qué padre hay que, pudiendo, no dé a su única y muy querida hija el esposo más aventajado que hay en el mundo? Pues ¿qué padre hay como Dios, en cuya mano está el hacer los hombres al talle y medida que es servido? Y ¿qué hija jamás hubo tan amada de su padre como la santa Virgen de Dios, a quien el mismo Señor escogió por Madre? Y si Dios formó a Eva de la costilla de Adán, para que le ayudase y fuese su semejante, ¿por qué no creeremos que habiendo dado a José para que ayudase y sirviese a María, le haría muy semejante y parecido a ella, y le formaría como de su espíritu y celestiales dones, para que siendo como un vivo retrato de sus virtudes, más fácilmente se conservase y acrecentase el amor de ambos entre sí?… «¡Oh indecible gloria de María! Más creía José a la castidad de su esposa que a su vientre; más a la gracia que a la naturaleza… ¿Adónde pudo bajar más la humildad de Dios que a sujetarse a un pobre carpintero? Y ¿adónde puede subir la dignidad y soberanía de un hombre más que a mandar y ser obedecido de Dios? En esto se encierra todo lo que se puede decir de los privilegios, virtudes y excelencias de San José, que sin duda fueron tales cuales debían de ser las de un varón santísimo, que era esposo de la madre de Dios? (Ribadeneira).

Meditación

LA SANTIDAD DE SAN JOSÉ

San José fue elegido por Dios para hacer las veces de padre respecto de la persona de Jesucristo. Lo que equivale a decir, conforme indica Sto. Tomás, que cuando Dios elige a un hombre para determinado encargo, derrama sobre él todas las gracias conducentes para adquirir idoneidad en aquel cargo. Al disponer pues, Dios, que José ejerciese el oficio de padre respecto de la persona del Verbo encarnado, débese tener la certidumbre de que le confirió todos los dotes de sabiduría y santidad que para tal cargo se requerían; ni cabe poner en duda que le enriqueció, además, con todos los privilegios y gracias a los demás santos concedidas. En sentir de Gerson y de Suárez, tres fueron los privilegios especiales que caracterizaron a San José: 1º el de ser santificado desde el vientre de su madre, al par que un Jeremías y un Bautista: 2º el de haber sido asimismo confirmado en la gracia. 3º el de estar exento de los apetitos de concupiscencia: de cuyo privilegio suele San José, por los méritos de su pureza, hacer participantes a sus devotos, librándoles de los movimientos de la carne.
El Evangelio atribuye a José el nombre de Justo: ¿Qué nos viene a significar lo de hombre justo? Significa, dice S. Pedro Crisólogo, un hombre perfecto, que posee todo género de virtudes.
¿Qué llamas de encendida caridad no debemos suponer encendidas en el pecho de José, por las conversaciones que, por espacio de muchos años, tuvo con Jesucristo, escuchando sus palabras de vida eterna, observando sus ejemplos de perfecta humildad, de paciencia y de obediencia, viéndole parejado para ayudarle en sus laboriosas fatigas, y servicial en todos los domésticos quehaceres?
Jesucristo remunera en la otra vida a cada cual según sus méritos. San José, procuró el sustento, la habitación y el vestido a la persona misma de Jesús. Fuera de que el Señor prometió su recompensa, al que en su santo nombre diere a los pobres un solo vaso se agua ¿cuál no será pues el galardón de José, quien puede decir a Jesucristo: Yo proveí, no sólo a tu alimento, a tu habitación y a tu vestido, sino que, además te libré de la muerte, salvándote de las manos de Herodes?
Aquel Señor, que acá en la tierra mostró a José reverencia, cual a su propio padre, nada le negará por cierto en el Cielo de cuanto le pida. Agréguese a esta consideración la de que, si bien José no obtuvo en este mundo autoridad alguna como padre natural sobre la humanidad de Jesucristo, ejercióla, sin embargo, siquiera en cierta manera, como esposo de María, a quien, cual Madre natural del Salvador, compitió una autoridad real sobre su Hijo. El que tiene dominio sobre un árbol, tiénele también sobre el fruto que el mismo árbol produce. De ahí dimanó, que Jesucristo respetó y obedeció en la tierra a José como a su propio superior y que, actualmente en el Cielo, las súplicas de Santo sean atendidas por Jesucristo como órdenes. Ya dijo Gerson, que cuando un padre ruega al hijo, sus ruegos son mandatos.
Santa Teresa dice: A los demás Santos parece que el Señor les concedió el ser protectores en una necesidad especial: pero a San José la experiencia acredita que es protector universal. Y no pongamos duda en ello; porque, así como en la tierra Jesucristo se sometió voluntariamente a José, también atiende en el Cielo a cuantas súplicas le dirige el Santo. No dejemos, pues, pasar un solo día, ni muchos momentos del día, sin encomendarnos a San José, quien, después de María Santísima, es el más poderoso intercesor para con Dios. No dejemos pasar día sin ofrecerle alguna oración especial; os exhorto a que le pidáis tres gracias particulares, conviene a saber: el perdón de los pecados, el amor a Jesucristo, y una buena muerte. En cuanto al perdón de los pecados, pienso que: si cuando Jesucristo vivía acá en la tierra en casa de José, un pecador hubiese deseado alcanzar el perdón de sus culpas, ¿qué medio pudiera hallar más eficaz que el de José para obtener el anhelado consuelo? Si deseáramos, pues, ser de Dios, perdonados, acudamos a José, que más amado es ahora de Dios en el Cielo, que no lo fue en la tierra. Pidamos igualmente a San José, que nos alcance amor a Jesucristo, que a mi entender, es la gracia más singular que el Santo impetra para sus devotos; un tierno amor hacia el Verbo encarnado, por los méritos del que tan acendradamente le profesó San José en este mundo; supliquémosle, por fin, nos alcance una buena muerte, pues a todos consta, que José es abogado para conseguir una muerte dichosa, puesto que él obtuvo la dicha de morir entre Jesús y María; por lo cual deben esperar sus devotos, que en la hora de la muerte merecerán ver a San José, que, junto con Jesús y con María, les asistirán en aquel trance.

Oración

¡Oh Madre verdadera, por cuyo medio en las entrañas de tu caridad recibimos la vida verdadera de aquel Hijo tuyo y Redentor nuestro, que nos la mereció con su sangre en la cruz! Eva no se puede decir madre, sino madrastra, que mató a sus hijos antes que los pariese; y mirando con antojo y golosina el fruto de la muerte que estaba colgado del árbol vedado, se hizo madre de los pecadores. Pero tú, mirando con dolor y angustia el fruto de la vida que estaba colgado del árbol de la cruz, mereciste ser Madre de todos los vivientes. Y porque en el parto de estos hijos pasabas tan agudo y entrañable dolor, aquel que pariste con tanto gozo y alegría, te mostraba desde la cruz cuáles eran los hijos que a él y a ti os costaban tanto. Por lo cual, señalando a los demás hombres, te decía Mujer, he aquí tu Hijo, como si dijera: Mujer, estos son los hijos de tu dolor; y a nosotros nos manda mirar tu agonía cuando dice: he aquí, tu Madre, para obligarnos al amor y agradecimiento que debemos a tal Madre y a pensar que siempre hemos de hallar amparo en ella los pecadores pues no se puede olvidar lo que la ha costado ser Madre de ellos (P. Luis de la Palma).

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Jaime Solá Grané

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