Entrada
Mayor en obediencia y sacrificio fue viendo sacrificar a su Hijo, que si en ella misma se hiciera el sacrificio; porque todos los tormentos que padeció Cristo en miembros diferentes, los padeció la Virgen en el corazón, que es la parte más sensible (S. Amadeo).
Reina de dolor, pues que los dolores de María sola bastaban para quitar la vida a todas las criaturas capaces de dolor si se repartieran entre todas, y que se pueden comparar sus penas con los tormentos del infierno (S. Bernardino de Sena).
A quien traspasó en la pasión de su Hijo una espada más aguda que todos los dolores; toda la crueldad que se ejecutó en los cuerpos de los mártires fue ligera, o, por mejor decir, ninguna, en comparación de su pasión, la cual con su inmensidad llenó todo su corazón, y la quitara la vida, si el Hijo, por quien padecía, no la confortara para que viviera entre tantas muertes y no muriera al rigor de tales tormentos (S. Anselmo).
Meditación
VEINTICUATRO SILLAS
Los jueces están así siempre sentados; y ellos son los jueces que presiden. Nada más trivial que una silla; nada, según parece, que inspire menos. Rezo sentado en una silla, pero nunca se me ha ocurrido tomar la silla misma por objeto de mi oración. No tiene nada que decirme. Está allá, un poco estúpida como todo lo demasiado circunspecto, y siempre muda en su inercia dócil. Sillas de salón o de refectorio, sillones de orquesta o sillones de dentista, no les he encontrado nunca nada de particularmente solemne y solamente en las grandes tragedias se ven los emperadores romanos invitar a sus interlocutores en términos majestuosos, como si se tratara del equilibrio del mundo, a sentarse en su presencia, en una silla.
Pero entonces, Señor, si las sillas no tienen nada que decirme ¿por qué, en el Credo cantamos triunfalmente que estáis sentado a la diestra del Padre? ¿Por qué el Apocalipsis nos muestra la inmensidad del cielo con una silla en medio, y a alguien sentado en ella? ¿Por qué estos salmos con vuestro grande asiento preparado desde siglos? ¿Por qué dijiste a tus discípulos que Tú te arreglarías para procurarles una silla en tu reino? y ¿por qué declaraste a los hijos de Zebedeo que pertenecía al Padre hacerlos sentar, en el cielo, a la derecha o a la izquierda…?
¿No seré yo muy necio y muy pagano todavía; yo, que no encuentro nada piadoso en una silla, pero que respeto soberanamente la «Cátedra de San Pedro»? Al hablar el Papa como doctor infalible, decimos que habla ex cathedra, es decir, sentado en una silla. Y un consistorio no es más que una reunión de gente sentada. Y en Pentecostés los discípulos y María estaban sentados todos juntos.
Al anunciar en la sinagoga de Nazaret que la profecía de Isaías se había realizado y que Tú venías al mundo para curar toda herida, empezaste por sentarte; como te sentaste en la barca para predicar al pueblo de Galilea concentrado en masa a la orilla del agua; como Mateo estaba sentado en su pequeña oficina fiscal al llamarle tu gracia para hacer de él tu apóstol; y como Pilatos se sentó en el Lithóstrotos para anunciar tu condenación.Una simple silla debería evocarme todos estos recuerdos divinos, al menos con tanta nitidez como una espada evoca el combate y una pluma el escritor. Tú, el Verbo Creador, bajaste hasta nosotros y te sentaste en medio de tu pueblo terrestre, como uno de entre ellos. La silla de mi cuarto podría rememorarme estas increíbles maravillas, si yo tuviera la humildad suficiente para oír estas dulces lecciones. Me hablaría también de los enfermos y de los viejos; de todos los que sobre sillas inmóviles durante horas, sacudidos solamente por su tosecilla seca, luchan contra las destrucciones invisibles que destrozan su pecho, o, en el yeso, esperan que sus huesos se reformen. Me hablaría, esta silla modesta, de todos mis hermanos y de todas mis hermanas que, sentados a sus mesas de trabajo en las clases, en las oficinas, en los bancos, en las bibliotecas, en las fábricas mismas, ganan trabajosamente el sustento cotidiano. Me hablaría de las ancianas y de los abuelos, de todos los viejos soñolientos que, en un rincón de habitación cerrada, pasan el fin de su vida sentados en el hueco de sus grandes sillones. Me hablaría también de todos los que no tienen más que la tierra para sentarse y acostarse, y para los cuales una silla es un mueble de lujo.
Señor, purifica mi corazón y mi espíritu.
Oración
¿Quién podrá, ¡oh bendita Madre! declarar la grandeza de los dolores y ansias de tus entrañas, cuando veías morir con tan graves tormentos al que viste nacer con tanta alegría; cuando veías escarnecido y blasfemado de los hombres a aquel que allí viste alabado de los ángeles; cuando veías aquel santo cuerpo que tú tratabas con tanta reverencia, y criaste con tanto regalo, tan mal tratado y atormentado de los malos; cuando mirabas aquella divina boca que tú con leche del cielo recreaste, amargada con hiel y vinagre; y aquella divina cabeza que tantas veces en tus virginales pechos reclinaste, ensangrentada y coronada de espinas? ¡Oh cuántas veces alzabas los ojos a lo alto para mirar aquella divinal figura, que tantas veces alegró tu alma mirándola; y se volvieron los ojos del camino, porque no podía sufrir tu vista la ternura del corazón!
Pues ¿qué lengua podrá declarar la grandeza de este dolor? Si las almas que verdaderamente aman a Cristo, cuando contemplan estos dolores y pasados, tan tiernamente se compadecen de él ¿qué harías tú, siendo madre, y más que madre, viendo de presente con tus ojos padecer a tal Hijo tal pasión? Si aquellas mujeres que acompañaban al Señor cuando caminaba con la cruz, sin haberle nada, ni tenerle parentesco, lloraban y lamentaban por verle ir con tan lastimera figura, ¿cuáles serían tus lágrimas cuando vieses a quien tanto te tocaba, no sólo llevando la cruz a cuestas, sino enclavado ya y levantado en la misma cruz?(Vble. P. Luis de Granada).