Meditación del día

… para el mes de Marzo

Entrada

Mártir sobre los demás mártires. Verdaderamente digo que pasando de parte a parte el ánima de la Virgen el cuchillo de la pasión de Cristo, la hizo morir con él; los demás mártires fuéronlo muriendo por Cristo, pero María muriendo juntamente con Cristo. De manera que uno fue el martirio del Hijo y de la Madre, como era no más que uno el corazón de entrambos. Cristo padecía en su humanidad santísima, y la Madre en su alma purísima. El martirio de los otros mártires, fue corporal, mas el de la Virgen, espiritual: y por tanto fue muy más ilustre éste que el de aquellos. Más es ser mártir con Cristo que mártir de Cristo; porque éstos con su sangre propia lo son: pero María lo fue con la sangre del Hijo del sumo Dios, con que rubricó su alma (S. Guillermo ab).
Atormentada Madre sobre toda ponderación; pues si el alma del Hijo no estaba en su cuerpo cuando la lanza le rasgó el pecho, la tuya no pudo apartarse de allí; por lo cual, el dolor que él había de sentir traspasó tu alma; para que dignamente podamos predicar que eres más que mártir; pues en ti el afecto de compasión que sintió tu alma, excedió a cualquier género de pasión de las que puede padecer un cuerpo (S. Bernardo).
Reina de la gracia: a los demás se da una parte de gracia; más a María se infundió juntamente toda la plenitud de la gracia (S. Jerónimo).

Meditación

El único recurso: penitencia

San Pedro a los judíos culpables de la muerte de Jesús les dice: «No desconfiéis: el mismo Jesucristo que vosotros crucificasteis, ha resucitado, y aún más, se ha convertido en la salvación de todos los que esperan en Él; murió por la remisión de todos los pecados del mundo. Haced penitencia y convertíos, y vuestros pecados quedarán borrados». Este es el lenguaje que usa también la Iglesia con los pecadores que reconocen la magnitud de sus pecados y desean sinceramente volver a Dios.
¿Qué otro remedio puede quedarnos en este abismo de corrupción y de pecado, en este diluvio que mancilla la tierra y provoca la venganza del cielo? Ciertamente no hay otro que la penitencia y la conversión. Decidme: ¿aún no habéis vivido bastantes años en pecado? ¿aún no habéis vivido bastante para el mundo y el demonio? ¿No es ya tiempo de vivir para Dios Nuestro Señor y para aseguraros una eternidad bienaventurada? Haga cada cual desfilar la vida pasada ante sus ojos, y veremos cuanta necesidad tenemos todos de penitencia.
Después del pecado es preciso hacer penitencia en este mundo, o bien ir a hacerla en la otra vida.
Al establecer la Iglesia los días de ayuno y abstinencia, lo hizo para recordarnos que, pecadores como somos, debemos hacer penitencia, si queremos que Dios nos perdone; y aun más, podemos decir que el ayuno y la penitencia empezaron con el mundo. Mirad a Adán; ved a Moisés que ayunó cuarenta días. Ved también a Jesucristo, que era la misma santidad, retirarse por espacio de cuarenta días en un desierto sin comer ni beber, para manifestarnos hasta qué punto nuestra vida deber ser una vida de lágrimas, de mortificación y de penitencia. ¡Desde el momento en que un cristiano abandona las lágrimas, el dolor de sus pecados y la mortificación, podemos decir que de él ha desaparecido la religión! Para conservar en nosotros la fe, es preciso que estemos siempre ocupados en combatir nuestras inclinaciones y en llorar nuestras miserias.
Para salvar nuestras almas, la penitencia nos es tan necesaria, a fin de perseverar en la gracia de Dios, como la respiración para vivir, para conservar la vida del cuerpo. Sí, persuadámonos de una vez que, si queremos que nuestra carne quede sometida al espíritu, a la razón, es necesario mortificarla; si queremos que el cuerpo no haga la guerra al alma, es preciso mortificarlo en cada uno de sus sentidos; si queremos que nuestra alma quede sometida a Dios, precisa mortificarla en todas sus potencias.
Es cierto que no toda la mortificación se reduce a las privaciones en la comida y en la bebida, aunque es muy necesario no conceder a nuestro cuerpo todo lo que él nos pide, pues nos dice San Pablo: “Trato yo duramente a mi cuerpo, por temor de que, después de haber predicado a los demás, no caiga yo mismo en reprobación”.
Pero también es muy cierto que aquel que ama los placeres, que busca sus comodidades, que huye de las ocasiones de sufrir, que se inquieta, que murmura, que reprende y se impacienta porque la cosa más insignificante no marcha según su voluntad y deseo, el tal, de cristiano sólo tiene el nombre; solamente sirve para deshonrar su religión, pues Jesucristo ha dicho: «Aquel que quiera venir en pos de mí, renúnciese a sí mismo, lleve su cruz todos los días de su vida, y sígame». Es indudable que nunca un sensual poseerá aquellas virtudes que nos hacen agradables a Dios y nos aseguran el cielo. Si queremos guardar la más bella de todas las virtudes, que es la castidad, hemos de saber que ella es una rosa que solamente florece entre espinas; y, por consiguiente, sólo la hallaremos, como todas las demás virtudes, en una persona mortificada. Leemos en la Sagrada Escritura que, apareciéndose el ángel Gabriel al profeta Daniel, le dijo: «El Señor ha oído tu oración, porque fue hecha en el ayuno y en la ceniza»; la ceniza simboliza la humildad…

Oración

¡Oh Virgen sacratísima! ¡cómo se transformaron todos vuestros placeres en trabajos! Si Vos tuvierais gustos mundanos, justas fueran estas mudanzas; mas Vos, Reina de los ángeles, nunca tuvisteis gusto ni placer, sino en cosas divinas. Dios os poseía el corazón, Dios os lo arrebataba todo; sólo Él y lo que de Él procedía, con lo que a Él os llevaba, os daba gusto. Tuvisteis gozo en veros Madre y llena de Dios; de verle nacido, y adorado de los ángeles, de los pastores y reyes; pendiente de vuestros pechos, sustentado de vuestra leche purísima, servido de esos virginales brazos, ofrecido en el templo, conocido del justo Simeón y de Ana. Todos los treinta años que le tratasteis, fueron vuestros gustos divinos espiritualísimos e interiores de lo que él os comunicaba de sí mismo; y de los júbilos, excesos mentales y arrobos en que vuestra alma purísima, inflamada de este Señor, Hijo vuestro y vuestro Dios, era levantada; y con él siempre unida y transformada, recibisteis más que todos, porque amabais a este divino Señor con purísimo amor, más que todas las criaturas (Fr. Tomé de Jesús).

About the author

Jaime Solá Grané

A %d blogueros les gusta esto: