Meditación del día

… para el mes de Febrero

Entrada

Margarita con que se adorna y enjoya la Iglesia (S. Andrés Cretense).
Abundosa fuente de salud, que después de sanadas nuestras heridas levanta el alma con el pan del amor de Dios (Juan Tritemio).
Resplandor claro y fulgentísimo de todas las edades (S. Efrén).
Incienso que sube de este nuestro valle hasta el trono de Dios y hace agradable el vuelo de nuestras oraciones (S. Juan Damasceno).
Amabilísima Señora que en las cosas dudosas es nuestra luz, en las tristezas consuelo, en las angustias alivio, y en los peligros y tentaciones fiel socorro, y después de su unigénito Hijo salud cierta y esperanza nuestra (P. Nieremberg).
Los padecimientos de la Santísima Virgen habían de ser proporcionados a su santidad, pues, en efecto, las pruebas de los santos han sido siempre análogas a sus méritos, igualándolos en grado y ligándose con ellos de un modo especial. Si, pues, los dolores de María fueron obra de Dios, y aun pudiéramos decir, sus agentes; si fueron meritorios y los más semejantes a los de N.S. Jesucristo; si los dolores de la Madre, bien que subordinados a los del Hijo, estuvieron inseparablemente unidos a ellos; si, por último, fueron calificados por acciones sobrenaturales y multiplicaron las gracias de María, claro está que debieron ser conformes a la excelencia de su alma, y proporcionados a su santidad. Pero esta valuación de los méritos de María es, y será perpetuamente, una tarea inasequible, no porque se interponga en ella ni aun la sombra de una duda, sino porque hacen imposible todo cálculo la falta de cifras para escribirle y de factores para multiplicaciones tan gigantescas.
No es menos cierto que los dolores de María debieron de proporcionarse a sus luces, pues el conocimiento hace siempre más agudo el dolor, y la sensibilidad acrecienta su violencia. La Santísima Virgen, su ser entero estaba lleno de luz, esta luz aumentaba la intensidad de los dolores de María. Creemos estar en lo cierto al pensar que nadie, excepto nuestro Salvador mismo, ha comprendido jamás perfectamente la Pasión, ni ha podido penetrar todos sus horrores con cuanto tienen de terrible y espantoso. Pero María, por natural consecuencia de aquella misma sobreabundancia de luz celestial que iluminaba su alma exenta de pecado fue la única cuyo conocimiento de la Pasión frisó con el que tenía su propio Hijo (P. Faber).

Meditación

Hacer dichosos a los que nos rodean

Buscar el modo de hacer dichosos, es acercarse a Dios de la manera más íntima.
Es estar dispuestos a sacrificar un placer personal para proporcionárselo a otro.
Es consagrarse con amor al servicio de todo, y obrar como tal sin ostentación, sin querer parecer abnegado.
Es vivir, sobre todo con aquellos a quienes amamos, con libertad y sencillez, pidiendo, recibiendo, dando con una alegría más íntima que expansiva

Buscar la ocasión de hacer un poco de Bien

El instinto procura continuamente contentarse, aun a expensas del prójimo.
El corazón procura contentar al prójimo a expensas del propio bienestar. Siempre se pregunta:
¿A quién y cómo puedo hacer bien?
El bien puede hacerse:
A los miembros del cuerpo merced a un consuelo material.
Al corazón por medio de una palabra o una muestra de simpatía,
Al inteligencia con un consejo discretamente dado, con la comunicación de lo que uno sabe, con una sencilla aprobación.
Al alma haciendo practicar un acto de virtud, haciendo evitar una falta, dando un buen ejemplo sin aires de mandar o reprender, con una frase que aliente, que levante, que mueva al bien, que sobre todo aleje del mal.
Para conducir a otros al bien, no seamos maestros ni censores; seamos sencillamente amigos.

Oración

¿Qué haré yo, pecador tan indigno, para alcanzar tu gracia, que mi pecado me turba, y mi desmerecer me aflige, y mi malicia me enmudece? Ruégote, Virgen preciosísima, por aquel tan grave y mortal dolor que sentiste cuando viste tu amado Hijo caminar con la cruz a cuestas al lugar de la muerte, quieras mortificar todas mis pasiones y tentaciones; porque no se pierda por mi maldad lo que él redimió por su sangre. Aquellas piadosas lágrimas que derramaste cuando la sangre del atormentado cuerpo de tu Hijo te mostraba el camino de la cruz, pon siempre en mi pensamiento, para que contemplando en ellas salgan tantas de mis ojos, que basten para lavar las manchas de mis pecados (Vble. P. Luis de Granada).

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Jaime Solá Grané

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