Entrada
Razón y causa única, después de su Hijo santísimo, de la salvación de los pecadores (S. Buenaventura).
Incomparable mujer que levantó con su obediencia lo que había deshecho y asolado con su desobediencia la primera mujer (S. Ireneo).
Abundoso manantial de misericordia, verdadera medicina del alma llagada y enferma (Misal antiguo).
Oración que hizo Cristo en el Huerto.
Obedecerte y amar a la madre que me escogiste, es ser tu hijo y suyo; en el relicario de su vientre recibí esta carne suya, de que se vistió tu Palabra. La sangre de mis venas, dádiva fue de sus purísimas entrañas. ¡Oh Padre todopoderoso! ¿ella misma ha de ver esta humanidad, que recibí de ella, hartando de venganza a los judíos, hecha escándalo de las gentes, acobardando el amor de los más de mis discípulos, no sólo desconocida, sino rasgada y tan copiosamente cruenta? ¿Qué? ¿yo, hijo tuyo seré el martirio de mi madre? ¿Yo crucificado en la cruz, la crucificaré en mí? ¿Expiaré yo a sus ojos, cuando amándome más que todas las madres a sus hijos, no morirá de dolor, porque mi muerte, que sólo es para dar vida, aun de lástima no puede dar muerte? ¿Me oirá clamar a ti, que eres mi Padre, que por qué me desamparaste, cuando ella no me desampara? ¿Me obligará la terneza a llamarla mujer, porque la sequedad piadosa mitigue el sentimiento debido al nombre de madre? ¿Trocaréla en las palabras el hijo, y con el discípulo querido mi madre, porque en la substitución se divierta la pena? ¿Correrán igualmente lágrimas de sus ojos y sangre de sus venas? ¿Me verá con la hiel en los labios la paloma sin hiel, y la tendrá en el corazón? ¿No la beberé yo, y la beberá ella? Más larga ha sido la pasión de mi madre que la mía: no ha tenido gozo en que no padezca (Francisco de Quevedo y Villegas).
Meditación
El apostolado del ejemplo
Nada de teorías en estos momentos: ¡actos, actos es lo que conviene!
Actos que irradien, que penetren en las almas que las hagan fecundas.
No digamos nunca: No sirvo para nada, nada puedo, nada tengo.
Siempre al servicio del prójimo, tienes tu corazón para sacrificarte,
tus miembros para acudir en su ayuda,
tu palabra para atraer, para tranquilizar, para fortalecer.
También puedes ser útil:
con la paz de tu rostro y la sonrisa de tus labios, lo cual se llama serenidad; soportando, sencillamente y sin rigidez, las exigencias del prójimo; prestándote a que te interrumpan en tu trabajo, y a reanudarlo sin enfadarte.
Mostrarse siempre alegre y servicial, es gozar de gran influencia.
La amable sonrisa y la expansión del rostro hacen el efecto de un rayo de sol.
La persona que sale de su casa con el propósito bien decidido de hacer algún bien, y que pide a Dios que le proporcione la ocasión de hacerlo, no vuelve a su casa
sin haber encontrado un pobre a quien ha dado una pequeña limosna,
o hecho un pequeño favor,
o dicho una palabra agradable,
o edificado con su aire reposado, suave, simpático,
o quizás, y esto no es un simple ideal, sin haber suscitando, con la irradiación divina de su rostro, un pensamiento piadoso en un alma.
¡Felices las almas a quien infunde Dios el deseo de ser en la tierra uno de esos ángeles visibles que Dios envía para consolar a sus hijos, y que, ofreciéndose sencillamente a Él, dicen: Servíos de mí.
Escribe una madre: «Mi hija es en la casa como un rayo de sol; a todas partes lleva la vida y la alegría: Por eso me digo con frecuencia: ¡Qué tristes nos veríamos sin ella!
Sus hermanos dicen como yo: ¡No podemos pasar sin ella!
El más joven, que es de natural violento, se disgusta siempre con uno o con otro, pero nunca con María. María, con sus dulces palabras, con su calma, le hace siempre sonreír y le obliga a obedecer.
Por complacer a María, lee libros buenos, y por las noches se queda en casa para jugar con ella.
Una lámpara encendida por la noche ocupa poco puesto. A su claridad, uno va, otro viene, se trabaja, se ve.
¿Por qué no ha de ser cada uno de nosotros esta pequeña lámpara?
La influencia de la bondad, de la abnegación, de la palabra que se insinúa suavemente, sin afectación, sin obstáculos, ha sido comparada a una alfombra muelle y suave que alimenta en una cámara un calor agradable y ahoga el ruido de los pasos.
La suma de bien y de felicidad que podemos difundir en torno nuestro con la sola vista de nuestro semblante apacible y reposado, y con nuestras benévolas palabras, es incalculable.
Pero es preciso que Dios esté en nosotros. Dios es quien se manifiesta en nosotros.
Dios quien pone algo del cielo en nuestra sonrisa y en nuestras palabras.
Oración
Señora y Reina soberana, parece arrojo y osadía que abra mis labios en tu presencia, pero tu bondad me quita todo temor, y me determina a hablarte aunque yo sea polvo y ceniza. ¿No es mejor, oh Señor, y tú, Señora mía, que deis al que os pide, siquiera no lo merezca, antes que se levante la criatura con la gloria que os es debida? Aquello es piedad y dignación que han de ser pregonadas; esto fuera abominable injusticia. Ea, pues, abrid las arcas de vuestra misericordia, para que redunde en alabanza vuestra; obrad conmigo según aquel vuestro amor que cumple a vuestra honra y a mis necesidades, y por ella no cometan mis manos injusticia con que usurpe vuestra gloria y labre mi eterna desdicha. Mi alma os ruega que no la neguéis misericordia, para que no caiga en crímenes que mira con horror. Si tú, Señor, eres bondadoso, si tú, Señora, eres benignísima, abrid los oídos a mis clamores, y concede a mi alma vuestro amor, que ni ella lo pide injustamente ni Vos sin derecho lo exigís y de continuo lo reclamáis (S. Anselmo).