Entrada
María, majestuoso trono del rey Salomón, vellocino de Gedeón, zarza que siempre arde y no se consume (Adán de S. Víctor).
Autora de vida, por quien la misma muerte se nos trocó en alegre y dichosa (S. Juan Damasceno).
Reina y Señora como Cristo es Rey y Señor; quien dobla la rodilla delante del Hijo debe prosternarse también en presencia de la Madre, pues al oído de su nombre tiembla el infierno, los hombres se alegran, y dan gloria a Dios los bienaventurados del paraíso (Arnoldo Carnotense).
Inefable en su grandeza. ¡Qué gloria tan señalada y qué valioso joyel es esa unidad de naturaleza que existe entre la inmaculada Madre y el cuerpo que de ella tomó la persona divina del Señor! (Misal mozárabe).
Altísima Señora, cuya gloria excede todo humano encarecimiento, como sus méritos escapan a todos los esfuerzos de la mente (Liturgia griega).
La primera profecía sobre la Virgen la hizo directamente el mismo Dios en el Paraíso: “una mujer quebrantará tu cabeza”
–así dice a la serpiente infernal. –Penetra en la hermosura de estas palabras; ¡qué bondad la de Dios! Castiga y a la vez perdona… en el mismo instante que nos condena a la muerte, nos profetiza un Mesías libertador y una mujer que pisoteará al demonio.–¡Qué alegría pensar que el demonio ha de estar siempre a los pies de María! ¡Qué seguridad saber que ni a Ella ni a sus hijos podrá nunca dañar! Párate a dar gracias al Señor y enhorabuenas a María por el triunfo y la gracia que con él nos mereció. Saca la conclusión de que cuanto más esté unida tu alma a María, más tendrás al demonio sujeto a tus pies. –¡Qué rabia le dará el saber que una Mujer… y por esa Mujer todos los demás, han de quebrantar siempre su cabeza! (P. Ildefonso Rodríguez Villar).
Meditación
La inmortalidad de los mundanos
El sabio cree cada noche, cuando se acuesta, que baja a la tumba; abandónase a la Providencia, y pone su alma en manos de Dios, como si no debiese levantarse jamás. Piensa que, muy pronto extendido en un ataúd, expiará en un silencio imperturbable las conversaciones que con frecuencia tuvo inútilmente… Figúrase a sí mismo rodeado de lo que la muerte tiene de más espantoso: este punto de vista, bien considerado, puede contribuir a apagar nuestras pasiones; de modo que me parece excelente el método de un gran Santo, quien aconsejaba que cuando uno se acuesta tome la postura de un difunto: un tal espectáculo, en medio de las sombras de la noche, tiene algo de lúgubre y horroroso, y es difícil que deje de conmovernos…
Después que uno ha muerto, lo mismo tiene que haya habitado una cabaña o un palacio, haberse llamado Jaime o Monseñor… Corremos en pos de una inmortalidad quimérica, cuando trabajamos para merecer el honor de hacer ruido en el mundo… La posteridad no es más que una bella quimera con respecto a los que vivimos; y cuando habremos muerto, no podremos oír lo que ella dice… ¿Qué vienen a ser todas las famas del universo? De entre un millón de personas apenas hay mil que oigan hablar del héroe más célebre… Estoy seguro de que en África y en Asia casi no se tiene noticia de las guerras que nos ocupan en el día; con todo ¡de cuánta multitud de habitantes se compone el solo imperio de la China! y ellos tampoco han oído jamás el nombre de nuestros héroes… Más diré: en la misma Europa la mayor parte de sus habitantes no tienen noticia de que existan ciertos personajes que excitan nuestra admiración…
¡Ay! la inmortalidad de los mundanos no es más que una falsa inmortalidad, y todo lo que depende de esta tierra, de la movilidad de los espíritus, de las pasiones y de las preocupaciones, no es en realidad sino una ilusión que nos engaña. Las pirámides de Egipto son ciertamente un magnífico monumento, fueron una obra maestra de la paciencia y del arte; sin embargo ¡cuántas personas hay que ignoran la existencia de aquellos edificios, y el nombre de los que los hicieron construir! Son más los héroes olvidados, que aquellos de quienes se conserva memoria… Estas reflexiones deberían curarnos del furor que tenemos por ilustrar nuestro nombre, furor tanto más loco cuanto nada oímos de los elogios que pueden prodigársenos después de la muerte, y porque el mérito más eminente es por lo común el más expuesto a la sátira y a la calumnia. Pero se nos dirá, que si llega a extinguirse el deseo de vivir en la historia, se rompe el más fuerte vínculo de la sociedad… Los hombres ya no edificarían más palacios, no compondrían más obras, no defenderían a su patria, y así todo decaería. Eso es sin duda cierto, si se trata de reprobar toda especie de deseo de inmortalidad; pero sólo hablo de aquella que, ciñéndose a unas generaciones perecederas, para nada cuenta con el cielo. Sólo hablo tocante a la ley divina, que nos asegura que de nada le servirá al hombre ganar todo el universo si llega a perder su alma; así estoy seguro de que estas reflexiones parecerán justas a todos aquellos que son verdaderamente cristianos.
La verdad destruye todos los monumentos que nos deslumbran, para que no admiremos más que la virtud que tiene a Dios por objeto. Los conquistadores pueden santificar su valor, como hicieron tantos ilustres guerreros a quienes volveremos a ver en su día. Lo repito, tan sólo aquellos héroes que limitan su ambición a este mundo, son los que digo que no alcanzarán la inmortalidad. El valor nunca es sublime y más real, que cuando tiene por objeto las recompensas eternas.
Oración
Dios te salve, bienaventurada Madre de soberana clemencia y consolación: por quien descendió al mundo la bendición celestial y la gracia de la felicidad eterna. De ti tomó carne, y de tu virginal vientre salió aquel Niño Jesús único autor de nuestra salud: el más suave, el más hermoso, el más noble de todos los hijos de los hombres. Tu religiosa memoria consuela los tristes: tu casta contemplación alegra los santos: tu perfecta inocencia esfuerza los pecadores. Alcánzame, Señora, perfecta limpieza de corazón, para que me cuentes en el número de aquellos que merecen ser amados de ti, y de tu unigénito Hijo.
Dios te salve, María, Virgen bellísima, Virgen más clara que el sol, más luciente que las estrellas, más dulce que la miel, más suave que el bálsamo, más hermosa que las rosas, y más blanca que la azucena. Tú eres fuente del paraíso, tú pozo de aguas vivas, tú trono del verdadero Salomón, tú vaso purísimo vacío de toda amargura y lleno de toda consolación. El Señor te crió virgen sin mancilla, el Señor te escogió por sierva humilde, el Señor te amó como esposa dignísima. Tú eres gloria del linaje humano, y singular hermosura y ornamento de todo el universo. No vuelvas, Señora, los ojos de mí, pecador miserable: mas de sucio me haz limpio; de pecador, justo; de perezoso, diligente; y de tibio y seco, ferviente y devoto.
Dios te salve, esperanza segura de los que de sí desesperan, y eficacísima ayudadora de todos los desamparados: a quien tanta honra hace tu Hijo, que todo cuanto le pides, te concede, y todo lo que quieres, cumple. Tú tienes las llaves del tesoro celestial, tú eres más honrada que los querubines, más alta que los serafines: y tú gloria y honra del linaje humano. Todas las edades y generaciones te bendicen: y todas las criaturas alaban la gloria de tu nombre. Ensalzada eres, ¡oh Señora! sobre los coros de los ángeles; y como a la primavera te acompañan las flores y rosas, y las frescuras de los valles. Sáname, ¡oh Bienaventurada! y seré sano; y bendecirte he en los siglos de los siglos por siempre jamás. Amén (Fr. Luis de Granada).
2 de febrero
La Presentación del Señor, antiguamente Purificación de María, y popularmente La Candelera (por el rito de la luz).
Madre de Dios patrona de los cereros y de los electricistas; otras advocaciones marianas: Candela (Valls), Candelaria (Tenerife), Ajuda (Barcelona), Calle (Palencia).
Ss. Cornelio, ob; Santa Catalina de Ricci, v; Cornelio el centurión; Lorenzo, Flósculo, obs; Cándido, Fortunato, Aida, Feliciano, Firmo, Apropiano, mrs; Adalbaldo, cfr; Martín de la Ascensión, mr; Pedro Combián, mr; Ropo, ob; Marcos; Hadeloga.
Introito
Hoy se abre en medio del templo de la dorada Arca del testamento, y ofrece a Dios aquel maná soberano caído del cielo. Hoy corren los ángeles las cortinas por mandato de su Hacedor, y ven a su Dios disfrazado en hábito pastoril, por amores de una perdida oveja, llevado en manos de una zagala divina. Hoy la soberana perla del infinito valor, desasida de su concha, y el coral fino, cogido de la varita tierna de la raíz de Jesé, se ofrece al Eterno Padre en oblación y sacrificio agradable. Hoy se descubre la vena del oro finísimo, y el venero de todos los tesoros divinos con que se han de enriquecer las almas. Hoy lleva la esposa soberana entre sus pechos aquel ramillete del cielo, en quien están todas las flores de las gracias como en su centro con cuyo olor alegra y regala al cielo y al suelo… Hoy finalmente, la purísima paloma y sin hiel de oliva en sus brazos, con aquel que por nombre tiene Oleum effusu, aceite y bálsamo derramado, en símbolo de la misericordia que viene a hacer con los hombres (P. Tomás Ramón).
Madre de dolor: este cuchillo de que habla Simeón fue aquel intensísimo dolor que penetró el corazón de la Madre por espacio de tres días cuando se halló sin el hijo (Timoteo Jerosolimitano).
Fue una profunda meditación que llevaba de la pasión del Hijo, la cual, cuando se iba llegando, tanto más traspasaba como cuchillo agudísimo el corazón de la Virgen (S. Ambrosio).
Meditación
Bienaventurado el que no se escandalice de mí
Es un día en que, estando en la feria, o en una posada donde se come carne en día prohibido, se te invita a comerla también; y tú, contentándote con bajar los ojos y ruborizarte, en vez de decir que eres cristiano y que tu religión te lo prohíbe, la comes como los demás, diciendo: Si no hago como ellos, se burlarán de mí. ¿Te parece bien que los mártires, por temor de las blasfemias y juramentos de sus perseguidores, hubiesen renunciado todos a su religión? Si otros obran mal, tanto peor para ellos. Di más bien: ¿no hay bastante con que otros desgraciados crucifiquen a Jesús con su mala conducta, para que también tú te juntes a ellos para dar más que sufrir a Jesucristo? ¿Temes que se mofen de ti? ¡Desdichado! Mira a Jesucristo en la cruz, y verás cuánto por ti ha hecho.
Con que ¿no sabes tú cuándo niegas a Jesucristo? Es un día en que, estando en compañía de dos o tres personas, parece que se te han caído las manos, o que no sabes hacer la señal de la cruz, y miras si tienen los ojos fijos en ti, y te contentas con decir tu bendición y acción de gracias en la mesa mentalmente, o te retiras a un rincón para decirlas. Es cuando, al pasar delante de una cruz, te haces el distraído, o dices que no fue por nosotros que Dios murió en ella.
¿No sabes tú cuándo tienes respeto humano? Es un día en que, hallándote en una tertulia donde se dicen obscenidades contra la santa virtud de la pureza o contra la religión, no tienes valor para reprender a los que así hablan, antes al contrario, por temor a sus burlas, te sonríes. –Es que no hay -dices- otro remedio, si no quiero ser objeto de continua mofa. –¿Temes que se mofen de ti? Por este mismo temor negó S. Pedro al divino Maestro; pero el temor no le libró de cometer con ello un gran pecado, que lloró luego toda su vida.
¿No sabes tú cuando tienes respeto humano? Es un día en que el Señor te inspira el pensamiento de ir a confesarte, y sientes que tienes necesidad para ello, pero piensas que se chancearán de ti y te tratarán de devoto. Es cuando te viene el pensamiento de ir a oír la santa Misa entre semana, y nada te impide ir; pero te dices a ti mismo que se burlarían de ti.
No amigo, te engañas. Fuera de que vivirás siempre infeliz, no has de conseguir nunca complacer a Dios y al mundo; es cosa tan imposible como poner fin a la eternidad.
No puedes servir a Dios y al mundo, es decir, no puedes seguir al mundo con sus placeres y a Jesucristo con su cruz. No es que te falten trazas para ser, ora de Dios, ora del mundo. Tu conciencia, que tu corazón no te consientan frecuentar por la mañana la sagrada misa y el baile por la tarde; pasar una parte del día en la iglesia y otra parte en la taberna o en el juego; hablar un rato del buen Dios y otro rato de obscenidades o de calumnias contra tu prójimo; hacer hoy un favor a tu vecino y mañana un agravio; en una palabra; ser bueno y portarte bien y hablar de Dios en compañía de los buenos, y obrar el mal en compañía de los malvados.
¿Sabéis por qué se burlan de vosotros? Porque ven que les tenéis miedo y que por la menor cosa os sonrojáis. No es de vuestra piedad de lo que ellos hacen burla, sino de vuestra inconstancia, y de vuestra flojedad en seguir a vuestro capitán. Tomad ejemplo de los mundanos; mirad con qué audacia siguen ellos al suyo. ¿No les veis cómo hacen gala de ser libertinos, bebedores, astutos, vengativos? Mirad a un impúdico; ¿se avergüenza acaso de vomitar sus obscenidades delante de la gente? ¿Y por qué esto? Porque los mundanos se ven constreñidos a seguir a su amo, que es el mundo; no piensan ni se ocupan más que en agradarle; por más sufrimientos que les cueste, nada es capaz de detenerlos. Ved aquí, lo que haríais también vosotros, si quisierais en este punto imitarlos. No temeríais al mundo ni al demonio; no buscaríais ni querríais más que lo que pueda agradar a vuestro Señor, que es el mismo Dios. Convenid conmigo en que los mundanos son mucho más constantes en todos los sacrificios que hacen para agradar a su amo, que es el mundo, que nosotros en hacer lo que debemos para agradar a nuestro Señor, que es Dios.
Oración
¡Oh Virgen obendientísima! alcanzadme hoy gracia de vuestro Hijo benditísimo, para que yo tenga su ley escrita en mi corazón, y no piense de día ni sueñe de noche sino cómo la debo cumplir. Vos llevasteis hoy en vuestros brazos al templo a vuestro precioso Hijo, y le ofrecisteis al Padre Eterno, y con cinco monedas rescatasteis, al que con cinco llagas había de redimir a todos los hijos de Adán. No pierda yo, señora mía, por mi culpa el fruto de esta redención, ni la eficacia de la sangre que por mí se vertió en la cruz. Tome con el santo viejo Simeón en mis brazos a este niño amabilísimo que Vos hoy por mí ofrecéis al Eterno Padre, y conozca que es el tesoro del mundo, el heredero de los siglos, el mayorazgo de Dios, la salud del linaje humano, la luz de las gentes, la gloria de Israel, el descanso de mi corazón y la suma de toda mi bienaventuranza, y por tal le confiese y como a tal le ame, y nunca le suelte ni le deje de mis brazos hasta que por vuestra intercesión me saque de la penosa cárcel de este cuerpo, y me libre de la peligrosa congojosa guerra de esta vida, y como verdadera paz y pacificador del mundo recoja en paz mi espíritu, y abra los ojos de mi alma para que vean la luz del cielo y vencida la muerte goce de la sempiterna vida. Amén (Ribadeneira).