Entrada
Alaben, Señor, las generaciones tu diestra y las magnificencias de tu nombre, porque te has manifestado con singular riqueza en la bienaventurada Virgen María. De sus virginales entrañas nació tal fruto, que la tierra entera pudo comer de él y quedar henchida. Eva comió fruto de maldición quebrantando tu precepto; María nos regaló con fruto de salud y de bendición. ¡Cuán diversamente obraron María y la infernal serpiente! Ésta escupió veneno que tiene enferma toda la prole de Adán; aquélla fue principio de los misterios de vida que están encerrados en Cristo. Por Eva cundió en el mundo la iniquidad; por María vino en nuestro auxilio el divino Redentor. ¡Oh, no nos falte tal salud y tan celestial apacentamiento! (Breviario Ambrosiano).
Tuvo María purísima cierta igualdad de proporción con su Hijo santísimo; porque así como a Él nada le faltó de lo que le correspondía y debía tener como Hijo verdadero de Dios, así a Ella nada le faltó ni tuvo mengua en lo que se le debía y Ella debía tener como Madre verdadera del mismo Dios (Vble. María de Jesús de Ágreda).
Meditación
LO QUE ME HACE COMPRENDER LA MUERTE
La muerte, mirada en su fúnebre aparato, y en medio del llanto de una familia desolada, parece sin duda el objeto más terrible y horroroso; pero no sucede así con la muerte considerada en la esperanza de poseer a Dios, y en el seno de los consuelos de la Religión, que se nos presenta entonces como una preciosa herencia. ¡Cuánta satisfacción experimenta un cristiano cuando oye que la misma Iglesia le dirige estas palabras: Parte, alma cristiana! Considérese entonces como el encargado de parte de todos los fieles, para ir a gozar de Dios, habitar con los elegidos, y embriagarse de la misma verdad. Cualquiera que muera separado de la Iglesia, muere realmente en una separación universal; pero el católico, lleno de fe, muere recibiendo a su Dios, precedido, acompañado y seguido de oraciones y de gemidos que suben hasta el trono del Eterno. No se dirige a una región desierta, sino que va a vivir con los Ángeles y los Santos que componen la celeste Jerusalén. Podemos también asegurar que solo la religión católica procura consuelos eficaces y sólidos a los moribundos. Ella sola toma interés en nuestras enfermedades, nos sostiene en nuestras agonías, y ruega por nosotros después de nuestra muerte. Casi todas las sectas dejan para siempre olvidadas las personas luego que han muerto; pero la verdadera Iglesia cada día ofrece sacrificios para los difuntos, celebra el aniversario de su defunción, y los recuerda continuamente a nuestra memoria; de modo que, aun cuando nuestras oraciones para los difuntos no fuesen un deber de religión, serían a lo menos una prueba de humanidad. Si la idea de vivir estérilmente en una historia imaginaria anima a los guerreros, sin duda la esperanza de vivir en los anales de la Iglesia y de tener parte en sus ayunos, en sus limosnas y en sus oraciones, debe consolarnos. “No os aflijáis, dice san Pablo, como aquellos que no tienen esperanza”. El pagano se desespera al morir; el estoico ríe; pero el verdadero cristiano se alegra.
Me despojaré de un cuerpo a quien quiero, puede decirse cada uno de nosotros, pero quedará revestido de una luz mucho más brillante que las estrellas. Me separaré de mis amigos, pero iré a encontrar los espíritus bienaventurados que me aguardan. Ya no seré un hombre de carne; vendré a ser un ángel; dejaré mis huesos en la tierra para que se pudran ignominiosamente, pero vendrá un día en que florecerán de nuevo, y Dios los llenará del esplendor de su gloria. Dejaré mis parientes, mis bienes, mis establecimientos, pero millones de hombres se interesarán en mi suerte, y en los cuatro ángulos de la tierra ofrecerán oraciones para acelerar mi descanso. Sabemos que aquel que no llega al trabajo hasta las once recibe tanto salario como el que trabajó todo el día; sabemos que en el cielo hay muchas moradas, y que, si se tiene la desgracia de no ser admitido en las primeras, queda siempre la esperanza de serlo en las otras; sabemos que Dios en todo tiempo perdona al pecador que vuelve a Él, aun cuando sus pecados sean más numerosos que las estrellas; sabemos finalmente que Jesucristo vino para salvar a los pecadores, y que cualquiera que muy sinceramente espere en Él, y haga penitencia, nunca morirá.
No creo que pueda experimentarse una satisfacción mayor que la de mirar con los ojos de la fe a una persona que acaba de morir. Se la ve entonces en un sencillo ataúd, que ya nada tiene de la loca magnificencia del siglo, que es insensible al atavío, a las lisonjas, a las burlas, a las riquezas, a los honores, a las revoluciones de los tiempos; se la ve despojada de toda la pompa mundana, expiar en un silencio, que todas las tempestades serían incapaces de interrumpir, el abuso que hizo de los sentidos; se la ve pronta a desaparecer para siempre de entre los vivos, y sepultarse en el seno del reposo; se la ve, muerta como está, marcada con un sello de inmortalidad que un día debe reanimarla en su tumba; se la ve, en fin, que nada tiene de común con los malos, de que desgraciadamente está lleno este mundo.
Oración
Cúbrenos, Señora, con las alas de tu bondad, y pues eres para todos los cristianos la esperanza que no sufre desmayos, abunde en nosotros la fortaleza de tu intervención. Y mientras tu piedad hace gala de sus tesoros trocando en riqueza nuestra suma pobreza de bienes y de obras divinas, es muy justo que los labios den salida a las voces del pecho que clama: Derramóse por toda la tierra la misericordia del Señor. Lejos estábamos de Dios por nuestros pecados, y ahora cerca por tus méritos; desvalidos éramos en su presencia por nuestra pobreza, y ahora poderosos por la palabra de tu boca; perdidos andábamos por caminos del mal, y ahora con la luz y con el sostén de tus manos caminamos seguros y firmes por los prados y veredas donde reposa y pasea el Amado. No haya gente, ni heredad, ni grey que no se gloríe de ser tuya, ¡oh Madre tiernísima! y de probar las ternuras y regalos que a los tuyos ofrece tu clemencia y amor materno (S. Germán).