Entrada
Arca de la vida. El hombre caído por la mujer no se levanta si no es por la mujer; a ella incumbe ser reparadora de sus progenitores y un necesario manantial de vida para cuantos vienen en pos, esto es, para los santos nacidos después de María (S. Bernardo).
Cristiano, te doy una buena nueva: así como la Virgen en el acatamiento de Dios goza de más poder que todos los santos, así intercede por nosotros en la divina presencia con mayor cuidado, más amor e interés que todos ellos. Por tanto, oh pecador, no te dejes caer en el abismo de la desesperación, antes corre confiadamente al amparo de esa poderosísima y clementísima abogada; ella te socorrerá, puesto que tiene poder para todo. Porque si pudo hacer a Dios hombre, al Criador criatura, al impasible mortal, al inmenso pequeño, al eterno temporal, a la divina majestad darle forma de siervo; si con sus ruegos fervientísimos y virtudes excelsas pudo traer a Dios a la tierra; con mayor facilidad nos podrá llevar de la tierra al cielo (Bernardino de Bustos).
Meditación
AMAR LA SOLEDAD
No decimos permanecer en la soledad, sino amar la soledad, reservarse, lo más a menudo posible, algunas horas de retiro, durante las cuales, lejos de todo ruido, sepamos gozar de nosotros mismos, como se goza de la presencia amada y de la dulce conversación de un amigo.
Saber vivir amistosamente consigo mismo, es sin duda el talento más útil, pues uno no se fastidia jamás ni fastidia a nadie.
“Conozco, dice un moralista, un país donde la atmósfera es siempre templada, donde jamás la tempestad sacude las flores; se llama soledad”.
“He buscado el reposo en todas partes, añade San Francisco de Sales, y no lo he encontrado más que en un pequeño rincón con un pequeño libro.”
¡Ah, quién me asegura que ese pequeño rincón no me será impuesto algún día por los acontecimientos, por la enfermedad, o también por la injusticia!
La soledad es un bálsamo para el corazón.
¡Vivir solo! Esta palabra es poco comprendida en la juventud… pero cuando uno tiene la triste experiencia de la ligereza y maldad de los hombres; cuando hemos tenido que vivir con malos corazones, como tantos hay en todo el mundo; cuando nos hemos visto obligados a soportar el egoísmo de los que se llamaban nuestros amigos, su desigual humor, su fatuidad o su perfidia, ¡ah cómo se siente la necesidad de ir a rehacer un poco el corazón agotado!
Para el corazón el aire natal es la soledad. Recuerda su infancia de familia, sus primeros afectos; oye voces amadas que le consuelan, le dirigen, le animan; allí encuentra un trabajo para comenzar, para proseguir, trabajo siempre dulce, puesto que es útil.
La soledad es la atmósfera dulce y tibia que conviene a la naturaleza delicada del corazón… pero, digámoslo también, la soledad no puede curarlo enteramente de las decepciones y de los quebrantos, si no está llena de la presencia de Dios.
Sin este pensamiento de Dios, la soledad descansa al espíritu pero exaspera al corazón.
–Es una llanura florida y olorosa, pero no tiene más que un sol empañado y pálido; el corazón se siente en ella frío.
¡Dichosas las almas a quienes el deber impone todos los días una hora de soledad con Dios! Tienen algo muy suave sobre la frente, hay más calma en su corazón, y todas sus palabras están impregnadas de bondad, como el céfiro que pasando por medio de flores, sale impregnado de aromas.
Se ríe el mundo cuando ve en un libro la palabra meditación… ¡Ah si supiera lo que hay de dulce en esa hora de conversación solitaria con Dios!
La soledad procura el descanso.
Una vida sin soledad es un largo camino sin posadas; ¿y quién no tiene necesidad de encontrar de cuando en cuando un abrigo para el descanso de la vida, a menudo fatigada?
La soledad es la sombra hospitalaria del árbol plantado a lo largo del camino; es el manantial que ofrece al pasajero la frescura de sus aguas; es esa tercera estación de la vida de la cual hablan los filósofos. En la primera se ha vivido con los muertos por el estudio, en la segunda con los vivos por los negocios, en esta última vive uno en su propia casa y consigo mismo.
Este dulce en casa propia, esta pequeña celda que se habita todo lo posible, se convierte en un mundo de amigos íntimos que jamás fastidian ni importunan.
Habría allí también, si no se tomasen precauciones, algo dulce que enervaría sin duda; pero si el pensamiento de Dios reina en esta soledad, la voz del deber obliga a salir de allí a la hora deseada y sólo se saca de ella más sacrificio y más bondad.
La soledad rehace y completa la vida.
Parece que en la soledad la vida se desliza menos aprisa… ¡Ay! cuando se ha gastado en la agitación y se nota que se va acabando, ¿no es verdad que nos acosa el deseo de recogerla con una esponja, por decirlo así, a medida que se derrama?
Viendo, decía un anciano, se hace uno inteligente, contemplando se vuelve uno sabio. Ahora bien, ¿no vale más la sabiduría que la ciencia?
Si en la acción se recogen flores y laureles, durante el reposo nos elaboramos una corona para la eternidad.
¡Dichosa una vez más el alma que se complace en la soledad!
Comienza uno a hacerse sabio cuando experimenta el deseo de retirarse a la soledad por lo menos algunos instantes cada día. Pero es preciso no entrar en esta soledad sin preparación, impulsados solamente por el mal humor o el despecho.
Tampoco es conveniente que se la vea despojada y desnuda como un desierto.
Es preciso que el espíritu pueda encontrar en ella dulce ocupación y el corazón amables recuerdos.
Oración
Ninguno se salva sino por ti, ¡oh Virgen Santísima! Ninguno es libre de los males sino por ti, ¡oh Virgen purísima! Ninguno hay que reciba dones de Dios sino por tu mano, ¡oh Virgen castísima! De ninguno tiene Dios misericordia sino por ti, ¡oh Virgen honestísima! ¿Quién después de tu bendito Hijo tiene tanto cuidado del linaje humano como tú? ¿Quién así nos defiende en nuestras tribulaciones? ¿Quién tan presto nos socorre y nos libra de las tentaciones que nos acosan y persiguen? ¿Quién con sus piadosos ruegos así intercede por los pecadores, y los excusa, y les alcanza perdón, y los libra de las penas que por sus pecados merecen? Por esto recurre a ti el que está afligido, el que se siente agraviado; y el que se halla congojoso y combatido de las furiosas ondas de este mar tempestuoso mira a ti como al norte y a la estrella rutilante, para que le guíes y lleves al puerto. Todas tus cosas, Virgen beatísima, son admirables; todas sobre naturaleza; todas inmensas, y que exceden a nuestra capacidad, y así no es maravilla que no podamos comprender tus gracias y favores (S. Germán).