Meditación del día

… para el mes de Diciembre

Entrada

Medio bendito por donde pudiésemos participar de Cristo, que es fruto de vida, nacido de DIOS Padre y de ella; el sea remedio de nuestros defectos, y supla lo que nosotros no bastamos (Sto. Tomás de Villanueva).
Alta y serena cumbre en quien hizo descanso el Sol de Justicia, y en cuyas quebradas buscamos calor y abrigo (S. Antonino).
Río cuyas aguas son leche y miel, que llegan dulcemente a los corazones (Jacobo Mj).
Inmensa esperanza de creyentes, gloria y gozo de su bendito Hijo (S. Ambrosio).
Animada zarza que abrasó sin consumirla el altísimo fuego del divino alumbramiento (S. Proclo).
Intacta Madre, que ve abrirse a sus ojos las puertas del paraíso desde el principio cerradas para el mundo por la primera madre que nos pare con dolor (Liturgia antigua). Arca fabricada por la mano del Altísimo, para encerrar en ella el Mesías y luego descubrir a los mortales todas las riquezas de su gloria y majestad (Pedro Galantino).

Meditación

MlSION DE UNA MADRE

La misión de la madre es la santificación de sus hijos; Dios misericordioso se los ha dado para que los santifique, nada más que para esto. Hacer de ellos hombres ilustres por su ciencia, su habilidad, su talento, hombres amables, buscados, envidiados, adulados, es muy secundario, porque con la muerte, todo pasa, y delante de Dios, todo esto en sí mismo no es nada.
Ahora bien, todo lo que no se encamina directa o indirectamente a hacer de un hijo santo, es, por lo menos, nulo. Todo lo que aleja de la santidad, todo lo que retarda la santidad o la disminuye, es más o menos culpable.
En este caso, ¡oh madres, cuántas de vosotras en el tribunal de Dios verán una larga vida llena de desvelos para ese hijo tan amado, llena de trabajos, llena de penas, pero una larga vida muy vacía, por desgracia, y quizás muy culpable!
Escuchad, pues, estas reglas prácticas.
Tres cosas hacen un alma grande, en el sentido de que, habiendo caído, el alma, se levantara siempre.
1.ª El horror del mal. El hombre viene de lo alto y, aunque caído, se acuerda todavía del cielo. Experimenta desde el primer momento una repulsión instintiva por todo lo que es malo, como la experimenta físicamente por todo lo que es feo, Este horror al mal es, en cierto modo, nuestra estampilla, pero se debilita pronto por la costumbre de ver el mal, y sobre todo, de cometerlo. Madres cristianas, os toca a vosotras alimentar, engrandecer, fortalecer ese sentimiento de repulsión por todo lo que es bajo e impuro.
Acordaos de Blanca de Castilla cuando decía a su hijo:
«Te amo mucho, hijo mío, pero preferiría verte muerto a que cometieras un pecado mortal», Quizás repitáis esas palabras; pero ¿de qué manera?
¿No convendría que todo en vosotras, el acento, la voz, el gesto, la conmoción, todo infundiese en el alma de vuestro hijo una convicción íntima, profunda, eterna?
El alma del niño no es solamente una página en blanco sobre la cual hay que escribir, es un bronce en el cual se ha de grabar.
2.ª El desprecio de todo lo transitorio. El que no se considere superior al mundo, es un ser bajo, caído, indigno de su destino. Sacrifica el cielo por un poco de lodo brillante, la verdad a la apariencia, lo real a lo fantástico. Decid a vuestros hijos, decidles desde el primer momento, que la virtud vale más que los bienes de este mundo: que, nada sustituye al deber; que nada vale estimación de uno mismo, reflejo de la estimación que nos profesa Dios. Sin esta, convicción profunda, amarán lo que halaga, lo que hechiza; lo sacrificarán, el honor, la conciencia, el alma, por cuaiquier dignidad pasajera; se dejarán coger por todo cebo que se les arroje para atraerlos.
3.º El sentimiento de Dios, la necesidad de Dios, la sed de Dios, la pasión de Dios. No de un Dios impersonal, incomprensible, sino del Dios hecho hombre, del Dios del pesebre y del Calvario, del Dios de la Eucaristía, de Jesucristo. Madres, jamás les enseñaréis suficientemente con vuestra conducta, que Dios lo ve todo, que Dios lo sabe todo, que Dios lo puede todo, y que todo lo que Dios hace está bien hecho.

Oración

Dios te salve, Virgen bendita sobre toda bendición; apareciste y borráronse las maldiciones que entre los hombres estaban escritas; Dios te salve, María, Madre del Altísimo. En ti traspasó su virtud y te levantaste como leona a vencer la infernal serpiente, y con ponerle sobre la cabeza el calcañar triunfaste en tan singular batalla. Poco digo llamándote: Emperatriz de los cielos y reparadora de la tierra.
Poco es llamarte azucena de vlrginidad, rosa por tu amor, huerto cerrado, jardín florido, fuente de los prados. Eres Reina de los ángeles, suspiro de los profetas, terror de los poderes de las tinieblas, esperanza, después de Dios, de todos los siglos. Tú eres el reclinatorio del Alto Rey, trono de la divinidad, estrella de Oriente que transforma en luz las sombras de Occidente; alba precursora del Sol, día sin noche. Hija de nuestro Padre, Madre de nuestro Hermano primogénito, Esposa de nuestro vivificador y sustentador. Tras las huellas de tus pasos y la fragancia que dejan tus vestidos corren anhelosas las hijas de Sion, las almas justas de la santa Iglesia. En esas fragancias quiséramos bañarnos; sé piadosa y no nos niegues ni la luz de tu rostro ni el gozo de tu compañía (Pedro el Venerable).

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Jaime Solá Grané

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