Entrada
Madre de Dios castísima a quien nunca se arrimó la culpa (S.Germán). –La infernal serpiente nos dañó a todos infiltrando en Eva su veneno; pero no logró reducir ni inficionar el alma de María (S.Anselmo).
Abismo de maravillas, que no llegan a penetrar los entendimientos angélicos (S.Juan Damasceno).
Renuevo de vida que acabó con la estirpe de la muerte (S. Agustin). –En la Concepción de María no previno a la gracia la naturaleza, sino que esperó a que la gracia hubiese ejecutado del todo su obra (S.Juan Damasceno).
Inmaculada, muy inmaculada; nuevo don de Dios, desconocedora de deshonra, libre de toda culpa, tesoro divino de Dios, reina de persona e indefectible bendición, precio del rescate de Eva, manantial de gracia, fuente sellada del Espíritu Santo, divinísimo templo, sede de pureza para la majestad del Altísimo; ella deshizo y confundió la perfidia de la serpiente, y ni en su cuerpo ni en su alma halló nunca la cabida perversión; maldad, ni asomo de culpa (S. Efrén).
Áureo templo del Altísimo (S.Sabas). –Cielo en el cual hace Dios alarde de su majestad y de su gloria (S. Andrés Cretense).
Meditación
LA FELICIDAD DE LOS SANTOS
Se Transfiguró en presencia de ellos
Dice santo Tomás: aquí se encuentra lo que hay más augusto y más divino en el cieo; toda la santísima Trínídad. El Padre eterno en aquella voz que hizo oír: Este es mi Hijo muy amado: el Espíritu Santo en aquella nube clara y brillante que te sirve de trono; y el Hijo en la gloria de su humanidad: gloria cuya efusión produce una tan viva luz sobre esta montaña, que los discípulos que han sido conducidos a ella, caen en tierra asustados.
El primero, el más activo, y el más esencial deseo del hombre es de ser feliz: este deseo impreso en el fondo de su naturaleza se deja ver en todas sus acciones. Todos, hasta los más viciosos, buscan la felicidad en el pecado mismo; más la experiencia hace ver bastantemente que estos ciegos se engañan, y que su pretendida felicidad no es más que una verdadera miseria, tanto más digna de llorarse, como dice S. Agustín, cuanto menos conocida por los mismos que la padecen. Si buscáis la bienaventuranza, prosigue el Santo, buscadla donde está. La buscáis sobre la Tierra, y no está ahí; las riquezas de la tierra son perecederas, los placeres pasajeros, los honores fa1sos e imaginarios. Buscadla más bien en el cielo: allí encontraréis bienes seguros, placeres durables y eternos, honores sólidos y verdaderos, los únicos que pueden saciaros, y hacer perfecta vuestra bienaventuranza.
Ni ojo vio, dice S. Pablo, ni el oído oyó, ni el corazón del hombre puede comprender los bienes que Dios tiene preparados a los que le aman. Vosotros os habéis burlado de ellos, y los cristianos cuando se mortificaban, se ejercitaban en obras de piedad y renunciaban a la vanidad y máximas y corrompidas del síglo; pero el día del juicio final veréis a éstos que tuvisteis por insensatos; colocados entre los hijos de Díos, y puestos en unos tronos de majestad, oponerse a los mismos que tos habían condenado. El reino de ellos, no menos que el de Jesucristo, será eterno ; y se podrá decir con verdad de cada uno de ellos lo que se ha dicho de su cabeza: Y su Reino no tendrá fin. En el cielo hay bienes seguros, placeres eternos, honores sólidos y verdaderos.
Es necesario merecer estos bienes por el desapego de los de la tierra; estos placeres, por la mortificación de los sentidos, y estos honores, por las humillaciones de esta vida; es decir que para ser felices y poseer a Jesucristo en la otra vida es necesario seguirle en ésta y caminar por el camino que nos ha abierto. Es preciso renunciarse a sí mismo. Renunciarse a sí mismo; dice S. Basilio, es resistir a 1a inclinación natural y apego desarreglado que tenemos a las cosas de la tierra, y aficionar nuestro corazón a las del cielo en donde está nuestro único tesoro.
Jesucristo pronunció esta famosa sentencia: Si alguno quiere llegar a mí renúnciese a sí mismo. Este desprendimiento que Dios exige de nosotros para darnos los bienes del cielo no es otra cosa que la pobreza de espíritu y de corazón de que habla el Evangelio. No distingue Dios los pobres de los ricos por los bienes exteriores: por el corazón es por donde los examina. El espíritu de pobreza que conduce al cielo consiste en su generoso desapego de los bienes de la tierra. Si acaso abundáis en estos actuad pero con moderación, como quien usa de ellos. y no con pasión, como quien los goza. Tomad para vosotros lo necesario, y dad lo superfluo a los pobres. Feliz aquel que ha dado ya este primer paso, pues está muy adelantado en el camino de la salvación, bien que esto no basta.
Es necesario, dice Jesucristo, que lleve todos los días su cruz. No basta que llevéis vuestra cruz un día, una semana un año: es menester la llevéis todos los días de vuestra vida. Ved cuán poco tenéis que padecer; y mirad no obstante la recompensa tan excesiva que os espera. Será un peso; pero un eterno de gloria soberana e incomprensible. Ahora bien, ¿no haréis algo por el cielo pudiéndolo ganar a tan poca costa? Poned los ojos en la vida de los Santos. Mirad lo que han padecido tantos mártires, confesores y vírgenes para gozar de los consue1os inefables de la gloria. Los santos, tanto los del Antiguo como los del Nuevo Testamento, conquistaron el reino de los cielos con el ardor de su fe, y con la santidad de sus vidas. Hay quienes fueron puestos sobre potros, y que para llegar a la felicidad a que aspiraban. jamás quisieron rescatar su vida por una cobarde y vil deserción. Hay quienes han padecido irrisiones y malos tratamientos, cadenas, prisiones. Hay quienes han sido apedreados, serrados, probados por todos modos, muertos, descuartizados; y todo esto lo padecieron para llegar al cielo. No se nos piden a nosotros semejantes pruebas, ni estamos expuestos al presente a las persecuciones de los tiranos. No obstante, es necesario que nos cueste algo llegar a la felicidad de los Santos. Si queremos recoger la misma cosecha que ellos, es necesario sembremos lo que ellos sembraron. Ellos, como dice el profeta, sembraron lágrimas y gemidos, justo será que recojan como fruto el gozo y los placeres.
Oración
Dichoso aquel que penetrando en los misterios de tan excelsa Madre, sabe apegar a ella el corazón y seguir la luz de sus ejemplos. Dichoso es quien estudia la manera de conformarse más al vivo con las soberanas virtudes que resplandecieron en María. Aquel que lo hiciere pospuesto el amor de las criaturas, tendrá su corona y su vida en el de Cristo crucificado. Y no es decible qué avenidas de celestial gozo comunica la suavísima Señora a estas alturas. Como en su seno vio hermanadas y estrechadas las cosas más distantes, Dios y la humana naturaleza; así su obra incesante es producir pr participación y por traslado esta misma unión en las almas (S. Buentaventura).