Meditación del día

… para el mes de Diciembre

Entrada

Madre purificada del común contagio original (S. Buenaventura). –Exceptuamos a la Virgen y Madre de Dios a quien siempre que hablamos de pecados, en ninguna manera podemos referirnos ni tachar, porque sabemos que le fue dada abundante gracia para vencer totalmente el pecado, y en la medida necesaria para dignamente concebir en sus entrañas y parir al que sabemos que no tuvo pecado (S. Agustín).
Aurora en el mundo de la vida de Dios (S. Juan Damasceno).
La Santísima Virgen es la vara en que no hubo ni nudo de culpa original, ni corteza de culpa actual (S.Ambrosio).
Ni en Cristo ni en María hubo nunca la menor mancha. Cuando en el salmo leemos que Dios asentó sobre el sol su tienda, se ha de entender del tabernáculo de su cuerpo, al cual puso en el sol, que es María, en quien jamás hubo leve sombra de pecado. Así purísima es y exenta de toda culpa, ya original, ya mortal, ya venial (Beato Juan Duns Escoto).
Inmaculada; pues era muy justo y pedíalo altísimo decoro, que la Madre de Dios fuera purísima, sin pecado y sin tacha. No sólo de niña fue santísima, sino en el mismo seno de su madre en su misma concepción. ¿Cómo la que es santuario de Dios, casa de la Sabiduría, recámara del Espíritu Santo, llena de celestial maná, podía admitir la menor mancha? Antes que su alma santísima entrara en el cuerpo, la gracia lo había barrido, limpiado y purificado; cuando Dios la soltó de sus manos para unirla con la carne que la tenía preparada, ya no quedaba allí ni un rastro del original veneno (Sto. Tomás de Villanueva).
Renovado aquel antiguo afecto de singular devoción que nuestros mayores sintieron y a todos transmitieron hasta nosotros, hacia la inmaculada Concepción de María, y queriendo que con los años crezca en todos nuestros maestros y religiosos; juramos y hacemos voto a Dios nuestro Señor, a su Santísima Madre, y a nuestro Seráfico Padre y a todos los Santos, de crear, enseñar y defender en público y en privado que María Santísima Señora nuestra fue concebida sin mancha de pecado original; preservada de la culpa por los méritos de Cristo; y de procurar por cuantos medios sea posible, que conozca y estime esta verdad todo el pueblo cristiano (Capítulo General de Menores de España. Segovia 1621).
Es bien sabido que la Virgen, como hija de Adán, debiera contraer la mancha original, a no ser preservada por una gracia singular de Dios: esta preservación es otorgada a la Virgen por un decreto especial en vista de los méritos de su Hijo, como nos lo enseña la fe (Martínez y Sáez.)

Meditación

MAESTRO, ¿DÓNDE HABITAS?

Dijeron los discípulos a Jesús: Rabbi (que interpretado se dice Maestro) ¿Dónde habitas? Les dice: Venid y ved; y fueron y vieron donde posaba; y se quedaron con Él aquel día (S. Juan, 1, 38-49).
Después de haberlo oído hablar a las turbas, el verdadero fiel, el discípulo ferviente debe poder encontrarle cuando quiera, y permanecer en su compañía. Debe saber dónde habita, y cuál es entre nosotros el lugar de su morada, allí donde uno esté seguro de poder volver a verle, por poco que se digne esperar y donde no puede rehuirnos. Pero no podemos conocer su morada permanente, si él mismo no nos conduce a ella. Por eso, sólo las almas que su voluntad dirige, pueden descubrirle y morar en él. Y por encima de todas las prácticas de perfección está su Espíritu, que es el que da la vida y la vista, el movimiento y la claridad.
¿En dónde habitas?… Entre nosotros. Él preside el origen de todos los pensamientos leales y puros, y de todos los arrepentimientos sinceros y conmovedores, y es mi pobre alma, inocente o penitente, la que sigue siendo su morada, que él no quiere abandonar. Maestro, descúbreme el profundo refugio que tu amor gratuito ha querido prepararse en lo íntimo de mi ser, para que, encuentre siempre a tu gracia misericordiosa adelantándose a mis iniciativas, y dándome verdaderos valores. El misterio de mi voluntad, desde que tú has querido salvarnos a todos, el misterio de mi libre albedrío sólo puede puede explicarse con tu presencia y acción. Mi inteligencia se halla también completamente iluminada por los resplandores de tu revelación, y en el fondo de mis pensamientos eres tú, una vez más, a quien encuentro.
–Señor, ¿dónde habitas? Condúceme a tu morada. y nos conducirá, hasta el alma de sus santos y de sus devotos que se han dejado penetrar por su espíritu y le han abierto las puertas de la fervorosa docilidad. Para verle en esos elegidos, es preciso que él me dé sus ojos, porque sólo él se conoce y cuando esta vista de la fe se obscurece en mi vida por culpa mía, todas mis obras resultan groseras y vulgares, y profano su morada. molestando al prójimo que habita allí. Me parece que, si mi fe se acrecentase, si mi vista interior se iluminase, los vería a todos, a todos tus amados los elegidos de este mundo, como verdaderos «teóforos» y «cristóforos», y en mis apreciaciones, en mis juicios, en mi conducta, no habría ya lugar para nada que fuese mediocre ni vil.
Señor, ¿en dónde habitas? Habita también en las más insignificantes ocasiones en que podemos hacer bien, o sufrir como se debe; habita en esas modestas moradas como en las hostias consagradas, y bajo las especies de contrariedades inesperadas o de un huésped inoportuno, de una enfermedad desagradable o de un trabajo ingrato, de un sacrificio que se nos pide, de una obediencia meritoria, bajo todas esas especies se encuentra él moralmente presente, como lo está corporalmente bajo las especies eucarísticas.
Señor, ábreme los ojos, y haz que aprenda a conocerte en la bajeza de las humillaciones, y a encontrarte de nuevo en la prosa santificadora de mi deber cotidiano. Porque ahí, es donde realmente habitas; en ese modesto deber cualquiera que sea su forma, es donde estoy seguro de encontrarte, no sólo de paso y como furtivamente, sino de asiento y de un modo permanente. Ahí nunca hay que temer la ilusión, y los que te obedecen, los que sin murmurar cumplen gustosos su deber, moran en ti durante toda su vida.
La verdadera pregunta que habría que proponerle sería más bien: Maestro, ¿en dónde no habitas? Tú estás en mí, estás en mi prójimo, estás en los acontecimientos de mi existencia, en mis ocupaciones, en mis fatigas, en mis sufrimientos, en todos mis sacrificios… ¿En dónde, pues, no habitas, y cuál puede ser aquí abajo el lugar que estaría vacío sin ti? Y me responderá, lo que ha dicho hace tiempo a los hombres, que Él no habita donde mora la propia voluntad, el yo absorbente y altanero, provocador e insolente, taimado y cauteloso. Me dirá que el lugar vacío de Él es todo lugar que no estoy dispuesto a cederle, y que su amor todopoderoso ha tenido que detenerse ante las puertas que le cierra la cobardía voluntaria, y las barreras que levanta contra Él ese mal deseo de independencia engañosa y falsa emancipación.
Señor, no soy más que un discípulo distraído, y un escolar por demás olvidadizo. La lección de tu presencia invisible, que hoy he comprendido debes repetírmela sin cesar todos los días porque cada día se me escapa del espíritu y llegaré a ser presa de la falsa ilusión, que se atiene a la sola visión de los sentidos. Aumenta mi amor y mi respeto, y que aprenda, en fin, a ver dónde te encuentras hasta el día en que después de preguntarte reiteradamente: donde habitas? me introduzcas para siempre en tu eterno Paraíso.

Oración

Purísima y dignísima de toda alabanza y de todo obsequio, armario delicado del Señor, que excede la condición de todas las criaturas, tierra virgen, campo no arado, vid floridísima, vaso de licor celestial, fuente de ricos manantiales, virgen fecunda y madre virginal, tesoro escondido de riquezas y hermosura de la santidad; haz de tal manera, que por medio de tus oraciones, que tanto pueden con el Señor Criador de todas las cosas, porque tú tienes con él autoridad de madre, pues es tu hijo, engendrado en ti sin obra de varón, haz, repito, que las cosas eclesiásticas sean bien gobernadas, y tú misma las conduzcas a puerto seguro, y libres de las olas hinchadas de las herejías y de los escándalos. Viste ricamente a los sacerdotes de justicia y de la gloria de la fe probada, inmaculada y sincera. Sujeta a sus pies a las naciones infieles y bárbaras que blasfeman tu nombre y del de Dios, cuya Madre eres. Sé el muro inexpugnable de esta ciudad que te tiene a ti como a torre de refugio y cimiento que la sostiene. Preserva la habitación de Dios y el decoro del templo de todo mal; libra a cuantos te alaban, da redención a los cautivos, y sé el techo para el peregrino y el consuelo para el desamparado. Extiende por fin a todo el orbe tu mano auxiliadora, para que, así como celebramos con alegría esta festividad, celebremos también todas las demás que os dedicamos, en Cristo Jesús, Rey de todas las cosas, y verdadero Dios nuestro; a quien sea la gloria y la fortaleza junto con el Padre eterno, que es principio de la vida, y con el Espíritu coeterno, consubstancial y que reina con los dos, ahora y siempre por los siglos de los siglos (S. Germán).

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Jaime Solá Grané

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