Entrada
Madre de justos, a quienes asiste y por quienes se desvela hasta tenerlos seguros en la patria bienaventurada (S. Antonio).
Ayuda y cooperadora dignísima en la obra de la Encarnación, la cual promovió ella dando la flor de su purísima sangre (S. Germán).
Recamada vestidura de Aquel que en los cielos tiene el trono asentado sobre eternos resplandores (S. Metodio)
Imagen perfectísima que nos deja entrever cuánto es el poder y el saber de su omnipotente y omnisciente Hacedor (Juan Geómetra).
Arra de la gracia que Dios había de otorgar profusamente al humano linaje (Teofilacto).
No hay cosa más principal y eficaz que merecer con esmerados obsequios de devoción el amparo de la Madre de Dios, la siempre Virgen María, nuestra Señora; la cual, a fuer de medianera nuestra cerca de Dios, y a título de dispensadora de las gracias divinas, tiene en el cielo poder y gloria bastante para patrocinar largamente a los mortales, que entre azarosos y arduos combates caminan a la felicidad de la patria bienaventurada… Preservada de la mancha original, escogida por Madre del Verbo divino, y por ende asociada a la obra de la humana redención, logra cerca del Hijo tanta privanza y poder cual no fue jamás, ni puede ser mayor en criatura humana ni angélica, siéndole, además, dulce sobre toda dulcedumbre socorrer y consolar a cualquiera que la invoca (León XII).
Aventajando María a toda criatura en santidad y unión con Cristo, y habiendo sido tomada por Cristo como cooperadora en la redención humana, nos alcanza de congruo, como dicen los teólogos, lo que Cristo de condigno, y es quien primero nos distribuye las gracias divinas. Está sentado Cristo a la diestra de la Majestad en lo más alto de los cielos ; pues María se sienta a su diestra como Reina, segurísimo refugio y fidelísima auxiliadora de cuantos se hallan en peligro, tal que no haya lugar a temor ni desesperación bajo su guía y auspicio, su favor y su defensa (Pío X).
Meditación
CUMPLIR FIELMENTE LA VOLUNTAD DE DIOS
Está claro y es evidente que la voluntad divina, así practicada, requiere un desprendimiento absoluto, y el mayor de nosotros mismos, de todas las cosas y hasta de las mismas virtudes que nos habías propuesto practicar y adquirir, incluso del mismo orden que nos habíamos impuesto; en una palabra: una perfectísima abnegación.
Y no nos ha de extrañar esto, puesto que nada de este mundo nos ha de parecer raro ni triste sino natural aceptándolo contentos de hacer la voluntad de Dios, aunque esta cosa no sean las virtudes que queríamos practicar, ni los propósitos que teníamos hechos.
Nosotros proponemos un camino, el mejor que nos parece, para ir a Dos, con ciertas virtudes, actos y propósitos. Y Dios, con enfermedades y barreras, nos cierra este camino para que lo vayamos a encontrar por otro que nos presenta y abre más adelante. Pues a nosotros ¿qué más nos da? Si lo que buscamos o pretendemos como fin no son aquellas virtudes, aquellos propósitos, o sea todos aquellos medios, sino solamente Dios, y a éste lo encontramos por otro camino que no nos gusta o quizá ni lo queríamos ni lo soñábamos, ¿por qué nos hemos de entristecer, ni quejar, ni preocupar, ni siquiera extrañarnos? Cuantas veces Nuestro Señor nos señala un lugar o cargo para cumplir, una obra más o menos importante para hacer y después que ya no has colocado y con la tarea empezada, entonces parece que expresamente deshaga bajo mano lo que trabajamos para Él, o al menos permita que otros nos inutilicen aquel trabajo que Él mismo nos ha puesto entre manos. Esto ocurre a menudo. Somos nosotros lo que tenemos la tozudez espiritual de buscar la voluntad divina siempre por unos mismos medios, que nos parecen queridos por Dios (y lo son ordinariamente, pero no para todos los casos y momentos) y cuando se nos priva de estos medios, todo son tristes quejas, llantos y aflicción de espíritu.. Y ¿por qué esto, si son medios simplemente? Porque en la práctica muchas veces no hacemos un fin de muchas cosas santas y buenas (quizá precisamente porque lo son): Meditación, comuniones, asistencia a la santa Misa, ejercicios espirituales, obras de misericordia, etc, pero cosas que, con todo y ser santas y sagradas, al fin y al cabo tienen ordinariamente el valor de medios para amar y servir a Dios.
Considera, pues, que llega un día en que Dios no quiere ser servido por medio de tan santos, sino por otros menos buenos en sí, y te priva de ellos por mucho tiempo o por pocos días con una enfermedad, con un constipado o dolor vulgar: entonces es inútil y está de sobras quejarse. Aquellos días de cama o de enfermedad te han valer tanto como las misa, oraciones y demás obras que harías estando bueno. Si lo que te proponías era, no sólo comulgar, oír misa, meditar y amar a Dios, esto, tanto o más lo puedes hacer ahora estando enfermo y con menos peligro de poner ahí tu voluntad y amor propio.
La parábola propuesta por Jesús, en la que aquel señor pagaba igual jornal a los que habían trabajado todo el día que los habían trabajado todo el día que a los que había contratado a última hora ¿no enseña claramente que no es sólo la cantidad o tipo de tarea la que remunera Dios sino que premia atendiendo más bien al cumplimiento de su voluntad, aunque sea practicando obras de menos trabajo y fatiga? Además que si fueses más amante de dar gusto a Dios y cumplir toda su volutand, con mayor desprendimiento de ti mismo y de la recompensa que justamente esperas, ¡te preocuparían y te desanimarían la tristeza y las adversidades, te sabría tan mal el tener que cambiar una ocupación que tenías, por otra más o menos buena y santa?
La voluntad de Dios no siempre reclama de nosotros los medios más santos o los actos más buenos ni las mejores obras. Y como además, esta voluntad divina se manifiesta variada hasta lo infinito y sapientísimamente regida por designios ines-crutables, es evidente que en cualquier forma con que se nos manifieste no sólo no nos ha de doler sino que ni tan siquiera nos ha de extrañar, ya que en los planes de Dios está toda natural y divinamente ordenada para su gloria y para nuestro bien.
Lo que falta es penetrarnos bien de estas verdades, poner más amor en hacer la voluntad de Dios y hacernos más indiferentes a los medios y manera de cumplirla. El amor al medio ha de ser solamente en cuanto lo hemos menester: Obrando así es cuando se sabe dejar sin gran aflicción. Por eso debemos repetir que, para la perfección y santidad de que estamos tratando, es necesaria la plena y absoluta abnegación.
Oración
Es tanta vuestra grandeza, dignísima Señora, y tales vuestras perfecciones, que no pueden convenientemente alabarlas ni la elocuencia de los hombres ni la melodía de los coros angélicos: toda lengua es como muda y todo ingenio rudo cuando trata de ponderar las excelencias que hay en Vos encerradas. Pues el amor substancial, fuente y principio de todo bien, os adornó con todas las galas de su virtud y de su gracia, con toda aquella plenitud que Él, siendo infinito en el querer y poder, pudo querer y pudo dar a una criatura. No hay entendimiento humano y ni siquiera el angélico, que pueda entender cuánto honor os fue dado en el mundo, cuánta es la gloria que en el cielo gozáis y cuán rica y soberana es la corona de vuestros méritos (S. lldefonso.)