Meditación del día

… para el mes de Noviembre

Entrada

Madre en quien las cosas todas hallan su reparación y el júbilo de nueva vida (S. Alberto Magno).
Acreedora, pues al que ella recibió en su seno como autor de la vida, nos lo entregó reparador de la misma vida (S. Ildefonso).
Reina del cielo, cuyos eficaces ruegos nos abren las puertas de la patria bienaventurada de que nos había desterrado nuestra antigua infidelidad (S. Alberto Magno).
Índole la más noble, la más delicada la más generosa que podemos imaginar (Ab. Guerrico).
Astro esplendorosísimo que desparrama su luz sobre todos los orbes (S. Buenaventura).
Ella es puerta del cielo, entrada del paraíso, estrella del mar, alegría del mundo, refugio de los pecadores, puerto de los que navegan, ayuda de los que peligran, camino de los descaminados, salud de los desahuciados, medianera del mundo, muerte del pecado, espanto del demonio y terror de los espíritus malignos… Ella es el alba de la mañana y lucero esclarecido, más hermosa que la luna y más resplandeciente que el sol, más pura que el oro y más preciosa que las piedras preciosas, más suave que el bálsamo y más estimada que las perlas, más dulce que la miel, y deleitable sobre toda armonía y consonancia (Juan B. Juan).

Meditación

LA VERDADERA VIRTUD

Vosotros los conoceréis por sus frutos
No es fácil conocer los falsos profetas. Jesucristo nos da una señal para distinguirlos. Los conoceréis, dice, no por sus palabras, sino por sus obras. Juzgad de ellos como de los árboles: la bondad de un árbol se conoce, no por las hojas y las flores, sino por los frutos: un buen árbol no puede producir malos frutos, y uno malo no puede producirlos buenos. Lo mismo sucede a los verdaderos y falsos doctores: un doctor fiel y un hombre virtuoso, predicará la santa doctrina y dará buenos frutos; pero si es un seductor y un hipócrita, el desarreglo de su corazón y de su entendimiento se manifestará bien pronto en sus acciones.
Cualquiera que quisiere trabajar sinceramente en su salvación no debe contentarse con pasar por virtuoso, debe serlo en efecto: nuestra virtud para ser verdadera y conducirnos al cielo debe tener tres condiciones. Primera, debe ser entera y perfecta. Segunda, humilde y sin vanidad. Tercera, constante y perseverante.
Debe ser entera. No basta que sea exterior; es preciso que sea interior al mismo tiempo: no basta que parezca hacia fuera; es necesario que nazca de adentro, que tenga por principio la caridad, y que esta sea su alma; porque todo lo que Dios nos manda está fundado sobre el amor que le debemos. San Pablo exhortaba a sus hermanos a hacer una abundante provisión de todas las buenas obras que son necesarias para la santificación. No os contentéis con una sola virtud, ni con cumplir algunos puntos de la ley: es necesario guardarla toda, sin lo cual no seréis justificados delante de Dios. No sois, ni avaros, ladrones, o blasfemos; pero si conserváis aborrecimiento en el corazón, si estáis roídos de envidia, si os ofende la prosperidad del prójimo, si os alegráis del mal que le sucede, vuestra virtud no es entera ni perfecta; si no tenéis paciencia en vuestra casa, si no sois exactamente castos, si os dejáis llevar de incontinencias secretas y de pasiones vergonzosas… basta que os falte una sola virtud para perderos. Lucifer no se condenó sino porque le faltó la humildad. Aplicaos, pues, a adquirir todas las virtudes que os son necesarias para santificaros en vuestro estado. No dejéis a medias la obra de vuestra salvación: acabadla, y perfeccionaos de tal suerte que no os falte nada.
Nuestra virtud debe ser humilde y sin vanidad. No hagáis vuestras buenas obras delante de los hombres para ser vistos, nos dice Jesucristo; de otra manera no recibiréis la recompensa de vuestro Padre que está en los cielos. Tened cuidado, no digo de no hacer buenas obras delante de los hombres: debéis, pues, edificarlos con vuestro ejemplo, a fin de que glorifiquen a Dios; sino de que al mismo tiempo que vuestras buenas obras se manifestaren en público, quede vuestra intención en secreto. Poco que hagáis con el fin de agradar a Dios será recompensado; pero si deseáis agradar a los hombres, todo lo que hagáis por este fin será sin fruto. Dios no nos prohibe, hacer bien delante de los hombres cuando la ocasión lo pide, sino hacerlo para atraernos su atención, su aprobación y estimación. Quiere que todas nuestras buenas obras, así las que se hacen en público, como las que se hacen en secreto, se refieran todas a su gloria, es preciso que él sea su fin, si queremos que sea también su recompensa.
La última condición necesaria a la verdadera virtud es la perseverancia. No haya ni fortuna, ni grandezas, ni promesas, ni amenazas, ni prosperidad, ni adversidad, ni burla, ni persecución que sean capaces de haceros abandonar el partido de Dios: no coronará sino las virtudes que hubieren sido sólidas y constantes.
Advierto en la virtud de los fariseos tres defectos opuestos a las cualidades que hemos dado a la verdadera virtud. Primero. No era entera, sino solo exterior. Segundo: No era humilde, sino llena de orgullo y ostentación. Tercero: No era constante y uniforme sino una virtud de temperamento y de capricho. Expliquemos esto, y veamos si nuestra virtud está sujeta a los mismos defectos.
La virtud de los fariseos es puramente exterior: todo lo daban a las apariencias, sin cuidar el interior: eran lobos revestidos con la piel de ovejas, como habla Jesucristo en el Evangelio: y oíd la sangrienta reprensión que les da: Desdichados de vosotros, escribas, fariseos e hipócritas: sois semejantes a los sepulcros blanqueados, que parecen hermosos por afuera.
El segundo defecto que descubro en la virtud de los fariseos consiste en que estaba llena de una vana ostentación. Si ayunaban, era a fin de pasar por hombres austeros y mortificados. Si daban limosna, era para que se publicase, si hacían largas oraciones, era en las plazas públicas, a fin de atraer la estimación de los hombres: en una palabra, no buscaban en todo lo que hacían sino ser alabados. No nos toca a nosotros considerarnos dignos de estimación, ni querer que otros nos consideren: es a Dios solo a quien pertenece juzgarnos y recompensar nuestras virtudes: a él sólo pertenece la gloria.
Un tercer defecto de la virtud de los fariseos es que era una virtud de temperamento y de capricho: no era sino su inclinación, su temperamento, sus pasiones, el orgullo, la ambición, el interés, o algún otro motivo el que los hacía obrar. De aquí nacía aquella distinción que ponían entre los grandes y los pequeños preceptos; entre las acciones que les daban alguna reputación, y las que eran oscuras y ocultas; entre las virtudes a que se sentían naturalmente inclinados, y las que les parecían difíciles e impracticables. De aquí venían también aquellas falsas interpretaciones de la ley, que les hacían decir que se debía amar a los amigos, pero que se podía aborrecer a los enemigos.
Conclusión. Los justos, dice el Salmista, irán de virtud en virtud, y verán al Señor en su gloria. ¡Ay! La esperanza que tenemos de entrar algún día en esta gloria háganos redoblar los pasos, y anímenos a santificarnos siempre más. No pongamos límites a nuestra virtud, a fin de hacernos dignos de la corona que Dios ha prometido a sus fieles siervos.

Oración

Es imposible, suavísima Madre, que entremos en los agujeros hechos en aquella divina Piedra, sin penetrar en tu corazón, porque cada vez que la lanza o el clavo herían, también taladraban tu pecho, y así mientras quede su huella en el cuerpo benditísimo de su Hijo, quedará también en tu ánimo. Y ¿quién hay que titubee por entrar? Dulcemente sabe oír el sonido de tu nombre, más dulce aún tener ocupado en ti el pensamiento, pero mayormente dulce y suavísimo es llegar hasta tu corazón pasando por las llagas de Cristo. No deje, pues, el hombre los azotes y las heridas de Cristo, si quiere morar en tu pecho. Allí le regalan tales fragancias de pureza y de santidad, que le penetran y se le impregnan hasta exhalarlas por todas sus vestiduras (S. Buenaventura).

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Jaime Solá Grané

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