Meditación del día

… para el mes de Octubre

Entrada

Amplia y benignísima propiciación del pueblo cristiano en la divina presencia (S. Juan Damasceno).
Insigne hechura del divino poder. ¿Qué parte pudo el mal hallar en ella, ni en el cuerpo ni en el alma, si como un cielo toda ella fue tienda y sagrario de la Divinidad? (S. Pedro Damiano).
Por su naturaleza, la oración del Rosario, «una de las más excelentes y eficaces oraciones comunes que la familia cristiana está invitada a rezar, permite a religiosos y laico, en conventos e iglesias, en el trabajo y en casa, repasar y revivir el recuerdo de los acontecimientos de la vida de Cristo (Juan Pablo II).
Admirablemente, ¡oh María! están en Vos la santidad, la sabiduría y la gracia, y de tal suerte os encumbráis sobre todos nuestros conceptos en toda virtud, que nadie puede igualaros, nadie superaros sino Dios. Conforme a esto hallo un símbolo en Vos en las propiedades del jaspe, el cual es fuerte, estimable y rico en variedad de colores. Vos Señora, sois firmeza inconmovible, sois impenetrable al dardo de la serpiente, y cúmulo soberano de todas las virtudes (S.Ildefonso).

Meditación

CUMPLIR EL DEBER

Tenemos cerca de nosotros un amigo desinteresado, que no nos abandona jamás, que nos hace sensible, por decirlo así, la presencia de Dios.
De día y de noche, su mirada sigue el movimiento de nuestro corazón con la solicitud de una madre, y ni siquiera el más ligero pensamiento que con su vuelo viene a rozar nuestra alma, puede escapar a su vigilante afecto.
Ninguna aprobación equivale a la suya, ninguna protección podría reemplazar su amistad; y aun cuando todo nos faltare, bastaría él solo para sostenernos, si hubiésemos sabido conservar su amistad.
Pero, aunque la gloria nos envolviese con su brillo embriagador, y el mundo entero nos rodease de asiduos homenajes, si voluntariamente le hubiésemos herido, ni la gloria ni el esplendor serían capaces de acallar su voz entristecida que nos gritaría:
Eres culpable.
Este amigo es la conciencia.
La única cosa que pide de nosotros en cambio de su amistad, es el cumplimiento del deber.
El deber es, en general, lo que debo hacer para cumplir las obligaciones de la posición en que Dios me ha colocado. Todos somos obreros de Dios; y aunque no parezca así a nuestro modo de ver, siempre es Dios quien pone a cada uno de nosotros aquí o allá y nos dice: ¡He aquí lo que quiero de ti, trabaja!
Cumplir mi deber, es emprender a su debido tiempo tal diligencia, tal acción o tal estudio; es proseguirlos con constancia y con calma; es no comenzar otra acción mientras no dé fin a esta con toda la perfección de que soy capaz.
El deber es Dios que manifiesta su voluntad, y yo debo sacrificarle mis intereses, mis gustos, mis afectos, mi reposo.
No temáis, por otra parte, que vuestra alma permanezca inquieta y confusa; vuestro corazón ha podido sangrar mientras obrabais; pero ¡si supierais cuánta fuerza y alegría hay en esta divisa de los antiguos caballeros:
Haz lo que debas, y venga lo que Dios quiera.
¡Si supierais cuán feliz es uno cada vez que, echando una mirada al interior del alma, se la encuentra sonriendo y escuchando la voz del a conciencia que dice: Has cumplido tu deber…!
El deber cumplido irradia dulce y apacible alegría, que cicatriza muy pronto las heridas del corazón.
Proporciona, aun físicamente, un bienestar que no sospechábamos. El aire que se respira es más suave, las plantas son más perfumadas, el pequeño aposento donde se trabaja es más amable, el trabajo mismo se hace más cómodo, la vida más fácil.
Es un oasis que proyecta sombra sobre todos los caminos, un manantial en medio de todas las arenas, una voz misteriosa y alentadora en todas las soledades.
El deber cumplido es para los demás esa bondad misericordiosa que se difunde como dulce atmósfera y atrae a las almas.
El deber cumplido es, en fin, una suave almohada, sobre la cual descansa uno sin inquietud, esperando con la sonrisa en los labios, la recompensa prometida al servidor fiel.
Pero cuesta cumplir el deber. Dos enemigos se presentan:
La inconstancia y la afición al cambio, tan naturales en el hombre, que nos hacen encontrar disgusto en una acción por el solo hecho de haberla emprendido.
La sensualidad, que teme la fatiga, porque el gusto ha desaparecido, y nos repite el dicho de la pereza; Es muy largo y muy difícil; Y este otro de la cobardía: ¿De qué te servirá lo que estás haciendo?
¿Creéis que estos mismos enemigos no se presentaban también a la imaginación de los Santos?
Al grito de la pereza respondían: ¡Largo y difícil!… ¡No importa, es mi deber!
Y al grito de la cobardía: Este trabajo que expresa la voluntad divina, tendrá a lo menos por resultado el perfeccionamiento de mi alma. Y lo continuaban, y perfeccionaban su alma.
Esto se explica porque el deber es el martillo que hace caer cuanto hay de terrenal en nosotros, y nos ayuda a hacer resaltar lo que Dios ha puesto de celestial en nosotros.
El deber es la piedra dura y rugosa que pule sin cesar las asperezas del natural y las reemplaza por exteriores llenos de benevolencia y caridad.
El deber es la barrera, molesta quizás para la fantasía, pero que nos impide, mientras no la quebrantemos, que nos descarriemos lejos del camino de la virtud.
Un santo puede definirse así: Un alma que cumplió perfectamente se deber.
Dos cosas son necesarias para cumplir el deber: luz para conocerlo y fuerza para obrar.
Estas meditaciones procuran poco a poco difundir la luz.
Sólo Dios da la fuerza en la oración
¡Dios mío, hace de mí un hombre amante del deber!

Oración

¿Quién, después de tu Hijo, cuida como tú del género humano? ¿quién así nos defiende en nuestras aflicciones? ¿quién intercede así por los pecadores? Como tienes confianza y poder de Madre para con el Hijo con tus ruegos e intercesión nos haces familiares a él, nos alcanzas la salvación y libras del eterno suplicio. Todas tus cosas son admirables, ¡Oh Madre de Dios! Todas son sublimes y que exceden el orden de las demás; y por esto tu patrocinio es mayor de lo que se puede entender (S. Germán).

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Jaime Solá Grané

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