Entrada
María, medio y camino para Dios: la honra que hacemos a la Virgen María se reduce a Dios, que de ella nació (S. Juan Damasceno).
Rosa de soberana virtud: sana el corazón infundiéndole dimanaciones de su amor; y sana el entendimiento levantándole a la esperanza del cielo (Bto. Jacobo de Vorágine).
Inefable y todopoderosa mediación, pues cuando esta Señora intercede por nosotros, no se llega al tribunal de su Hijo como quien ruega, sino como quien manda (S. Pedro Damiano).
Aurora, principio y causa de la salvación de todo el género humano. De la manera que Eva fue engañada por la plática de un ángel para que se apartase de Dios prevaricando su precepto, así a María por la plática de otro ángel fue anunciado que llevase dentro de sí a Dios, obedeciendo su palabra; y como aquélla fue engañada para huir de Dios, así ésta se persuadió a obedecer a Dios, para que María virgen fuese abogada de Eva, que también era virgen entonces; y de la manera que el linaje humano incurrió en pena de muerte por una virgen, así fuese absuelto por otra virgen, para que se contrapesase por iguales balanzas la inobediencia (S.Ireneo).
Recitando el santo Rosario contemplamos a Cristo desde una perspectiva privilegiada, o sea, desde la misma de María, su Madre; es decir, meditamos los misterios de la vida, de la pasión y de la resurrección del Señor con los ojos y corazón de quien estuvo tan cerca de su Hijo (…). Rezar el Rosario significa introducirse en la escuela de María y aprender de ella, Madre y discípula de Cristo, cómo vivir en profundidad y plenitud las exigencias de la fe cristiana –ella fue la primera creyente- y de la vida eclesial, pues en el Cenáculo ella fue el centro de unidad y de caridad entre los primeros discípulos de su Hijo (Juan Pablo II).
Meditación
Hasta el fin
Antiguamente, en la época en que las negaciones protestantes se clavaron brutalmente como una cuña en el dogma tradicional, los católicos, justamente preocupados por salvar las verdades en peligro, afirmaron con valentía, contra los Calvinistas o los Zwinglianos, la realidad de la presencia de Cristo en la Eucaristía. Tenían razón. Pero, a fuerza de repetir que Cristo estaba presente, a fuerza de oírlo repetir sobre todo, se acabó por creer que esa presencia era la razón última del Sacramento; se creyó que Jesucristo estaba allí presente sólo para estar presente.
La Comunión vino a ser, cada vez más, desde entonces, como una especie de visita real; Cristo otorgaba su presencia al fiel. Y como una visita, renovada todos los días, pierde interés y hasta valor, se estimó que las comuniones debían espaciarse y ser más raras, para que la vulgaridad de las cosas cotidianas no viniese a empañar su brillo. Y como una visita principesca exige laboriosos preparativos, se preocuparon principalmente de saber si el fiel era efectivamente digno de recibir al Rey eterno. Las cuestiones de continente, ceremonia, limpieza y decencia pasaron a primer plano. La mansión debía estar completamente limpia, adornada, perfumada antes que descendiese a ella la Majestad divina. Y categorías enteras de cristianos, tenidos por demasiado terrenos para comparecer ante el Rey de los siglos, fueron excluidos del beneficio de la comunión frecuente. Y finalmente, como una visita es sobre todo un favor y una buena ocasión para obtener también otras, convenía aprovechar esos instantes decisivos para presentar, después de los cumplimientos, la hoja de peticiones, para conservar en su espíritu, una vez terminada la visita, un reconocido recuerdo.
Pero la Eucaristía es en primer lugar un alimento divino, y él es el que debe transformar en su sustancia al fiel que comulga.
Por eso, la comunión puede sin ningún inconveniente convertirse en frecuente. ¿Es que pierde el alimento su valor mientras responde a una necesidad, y hay que espaciar más las comidas con el pretexto de no hacer de ellas un acontecimiento vulgar? Puesto que la Eucaristía es alimento, la primera consideración que se debe hacer el que comulga no consiste en saber en qué grado de dignidad se encuentra, sino cuál es el grado de su indigencia. El alimento no es ante todo una recompensa, sino el remedio contra la muerte difusa que roe el organismo, es la reserva, la ayuda, el aliado exterior a quien se llama, porque sin él se perecería. El alma, en estado de gracia, puede por lo tanto comulgar. El pecado mortal la priva de esta facultad; no se da alimento a un muerto.
Cristo viene a nosotros para transformarnos íntimamente. Él es la Verdad. En lugar de perdernos en fórmulas puramente sentimentales, amemos la Verdad y estemos dispuestos a dejarnos modelar conforme a su imagen. Nada hay más terrible que la Verdad cuando entra en una vida.
Cristo viene a nosotros para transformarnos enteramente. Es amor. Y nada hay tan inexorable como un amor verdadero, esencial, al que no se puede engañar ni adormecer, y que se aferra al hombre como a una presa. Deja que entre ese amor dominante, celoso, y verás cómo trabaja ese obrero invencible, verás lo que deja subsistir de tus mediocridades y egoísmos, y lo que piensa de nuestras perezas enervantes.
Cristo viene a nosotros para transformarnos. El es “el que debe venir.- Y nada hay que nos obligue tanto como un porvenir, nada hay tan duro como un vencimiento. Vendrá, y con él todos los santos, y nos pide que vivamos en la expectativa, no fijándonos nunca en lo efímero como en algo definitivo, sino deseando ir “siempre adelante”.
Colaborar con Cristo, más y más plenamente, siempre es posible, y ése es el fruto sabroso y apetecible que cada comunión debe hacer madurar.
La Eucaristía es un alimento. Formar almas eucarísticas no es preparar en las conciencias pequeños oratorios satinados, sino desarrollar en ellas el hambre y sed de justicia, es hacerlas sentir el apetito de las cosas divinas. Obra lenta, como todas las obras de educación. No se empuja al tiempo con la espalda, ni tenemos que adelantarnos al Espíritu Santo. Pero podemos nosotros mismos cavar en nuestra alma el vacío saludable, que vendrá a colmar la plenitud de Cristo.
Oración
No hallamos socorro más poderoso que tu socorro. Solamente el poder de tu Hijo es mayor que el tuyo; pero los beneficios que recibimos de tu Hijo, por tu medio los recibimos. Bien sabes que estriba en ti toda la esperanza del pueblo cristiano; haz que no se frustre su esperanza y que todo le suceda con prosperidad. Ningún asilo tiene para huir de los males que le cercan sino solamente tu inexpugnable socorro. Los que dominan pusieron en ti su confianza y te oponen a los ejércitos enemigos en lugar de todas las armas, te tienen por escudo y loriga para su defensa, te llevan sobre su cabeza por corona de su gloria, te pusieron por muro de su imperio, y confiaron de ti el cetro de su reino. Levántate, pues, en la grandeza de tu virtud a vista de tu pueblo, para que, libres de todo impío furor, nos gocemos con universal alegría, y magnificando tu gloriosísimo nombre adoremos al Padre y al Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén (Jorge Nicomediense).