Entrada
María, madre santísima de nuestro Señor Jesucristo (S. Francisco).
Serafín por su caridad ardentísima (Bartolomé de Pisa).
Horno de amor encendido por la mano del Espíritu Santo (S. Bernardino).
Amiga de los pobres (S. Bernardino).
Abismo de los dones de Dios. ¡Oh benditísima Señora! ¡y qué avenida y creciente de las olas del mar de la gracia de Dios vino sobre tu alma! ¡qué raudal sobre manera grande de dulces deleites llenó tus potencias! La inmensidad de los dones de Dios y de su amor te embargó desde el primer instante de tu vida, y sentiste desde entonces cosas, que ni criatura viviente sintió, ni oído oyó, ni ojos vieron, ni corazón tal pensó (S. Francisco).
Rosa gentilísima y fragantísima, a cuya vista reciben deleite el hombre, los ángeles y Dios (Bernardino de Bustos).
Infinito es el número, el peso y la medida de las gracias que Dios ha hecho a las criaturas angélicas, y no hay entendimiento criado que pueda contarlas, y señalarlas el límite; sin embargo, en todo esto es superior a los ángeles la Madre de Dios, venciéndoles en la sustancia de las cosas, y superándolos en el modo (Martínez y Sáez).
Ara, porque abrasada del fuego del divino amor se ofreció a sí misma al Padre en olor de suavidad (S. Antonio de Padua).
El gran Moisés en la tierra santa, que era sombra de María, y a vista de la zarza, que era imagen de María, fue elegido por capitán del pueblo de Dios para que le sacase de la servidumbre del Faraón y de Egipto, como lo ejecutó con los prodigios y maravillas de aquella prodigiosa vara, figura también de María (S. Buenaventura).
Meditación
A los verdaderos devotos del Rosario
Según relata Blosi, un piadoso prior de la Cartuja de Treveris, muy devoto del santo Rosario, fue llevado en espíritu al cielo, donde vio a los bienaventurados que, llenos de una alegría inefable, alababan y bendecían a Jesús y a su divina Madre por la institución del santo Rosario, al cual ellos nombraban como invención admirable de la Sabiduría, de la Providencia y Bondad divinas, remedio eficacísimo para los males del humano linaje y fuente de todos los bienes. Dice que los bienaventurados se unían con los que recitaban el santo Rosario; presentaban a la Reina del cielo los obsequios de aquellas almas devotas y rogaban a Dios por ellas. Vio también arriba en el cielo unas hermosísimas coronas de gloria muy brillantes, que eran para darlas por cada Rosario dicho con devoción, y vio también como la Madre de Dios oraba muy especialmente por todos aquellos que le ofrecían este obsequio, y les obtenía una gran abundancia de iluminación y de gracias. Comprendió, al final, que el santo Rosario incluye tan ricos tesoros espirituales, muy abundantes y tan grande virtud, que ningún entendimiento puede llegar a comprenderlo.
El beato Alano cuenta que un fraile cartujo llamado Pedro, devotísimo del santo Rosario, vio un día, en espíritu, a Nuestro Señor airado y que tenía en la mano un manojo de rayos a punto de ser lanzados sobre el mundo culpable. La Madre de Dios paró los efectos de aquella justa indignación, rogando a su Hijo que tuviera piedad de los desgraciados pecadores y que los condujese a penitencia. El piadoso cartujo vio como Jesús, conmovido por la oración de su amada Madre, se le dirigió diciéndole: “Oh Madre mía, no os puedo negar nada”. Y contestó la Virgen Santísima: “Pues, os pido, oh Hijo mío, que me concedáis que todos los que recen devotamente el santo Rosario, meditando los sagrados Misterios, no pueda ser golpeado por vuestra justicia, que si es pecador se convierta, y que persevere en vuestra gracia si es justo, y pueda alcanzar la vida eterna”. Y el Salvador dulcísimo concedió y prometió a su Madre todo lo que le había pedido para sus verdaderos servidores.
La Madre de Dios hizo muchas veces, al mismo beato Alano, las más bellas promesas a favor de aquellos que recen devotamente el santo Rosario. Al cabo de siete años que él había pasado en desolaciones y tentaciones horribles, se le apareció, le aseguró su amor, llenándolo de consuelo, mandándole predicar por doquier las glorias y el poder del santo Rosario, con la pena, si no lo hacía, de sufrir castigos severos y apartarle su gracia. Otro día se encontró transportado en espíritu a los pies de la divina Madre, que le regañó por ser descuidado en la devoción del Rosario: “Hijo mío, le dijo, no puedes pensar que la recompensa destinada a tu fidelidad será pequeña. Sígueme; ven a ver las glorias y riquezas del Paraíso. ¿Ves estos bienes inmensos, inefables? Pues éstos serán tu eterna herencia si quieres amarme y servirme con constancia. Yo los prometo igualmente y aseguro que los tendrán todos los verdaderos devotos de mi Rosario”. Entonces, girándose hacia Jesús, le pidió que confirmase aquellas generosas promesas, y Nuestro Señor acogió con una bondad divina la súplica de su Madre: “Por amor vuestro, oh Madre mía, le respondió, los concedo para siempre todo lo que para ellos me habéis pedido; Yo mismo seré su paga; si ellos son perseverantes rezando nuestro salterio, Yo los pondré en vuestras manos para que hagáis lo que os plazca”.
María prometió también al beato Alano que aquellos que sean fieles y constantes en servirla rezando el santo Rosario, obtendrán alguna gracia especial; que disfrutarán en el cielo una gloria superior a la de los demás elegidos; que los verdaderos devotos del santo Rosario no morirán sin Sacramentos, y que los sacará del purgatorio al cabo de unos días.
Otra vez le dijo que los que rezan con respeto y amor el Avemaría deben tener gran confianza de que son predestinados. Y acabó con estas palabras: “Es necesario que el que me sirva no se canse; que el que me ame no se enfríe en mi amor, hasta que venga a unirse conmigo en el Paraíso”.
Oración
¡Ah, cuánto os ama Dios, María!
Ha hecho de Vos la criatura
más santa por la virtud,
más elevada por la dignidad,
más brillante y atractiva por la belleza material
y los hechizos de la bondad,
más rica por los privilegios,
más perfecta en todo vuestro ser: en vuestra alma, en vuestra inteligencia,
en vuestro corazón, en vuestra voluntad.
Dios ha querido hacer de Vos, oh María,
el modelo de todas las virtudes,
el esplendor de todas las gracias,
la gloria de todos los méritos,
la fuente de todos los bienes,
el atractivo de todo lo creado.
Y esto de tal suerte, que todas las criaturas, congregadas instintivamente cerca de Vos, reciban de ese tesoro divino que hay en Vos, perpetuamente alimentado por la ternura infinita de Dios, todo lo que puedan desear (Mons. Sylvain).