Entrada
María, mano de Dios, que sobre la tierra y sobre los hombres esparce los divinos dones (Bernardino de Bustos).
Amiga de Dios de sorprendente vistosidad por la noble rectitud de su corazón y la limpieza de sus obras (S. Alberto Magno).
Rocío de la celeste aurora, refrigerio de pechos acongojados (Juan Tritemio).
Imagen de la virginidad, cuya vida ha de ser dechado y norma de las demás vírgenes (S. Ambrosio).
Me complace recordar que, por deseo explícito de los padres conciliares, la doctrina sobre María fue insertada dentro de la constitución dogmática sobre la Iglesia, subrayando así el profundo vínculo que une a María con la Iglesia y a la Iglesia con María.
En la Lumen gentium, el dogma de la Inmaculada Concepción se volvió a proponer con expresiones significativas: “Enriquecida desde el primer instante de su concepción con el resplandor de una santidad enteramente? singular, la Virgen nazarena, por orden de Dios, es saludada por el ángel de la Anunciación como “llena de gracia”.
El mundo actual, en el que aparecen cada vez con mayor frecuencia los signos de disolución del orden moral, muestra una creciente necesidad de auténtica humanidad que lleva a la verdadera santidad. Éstos son los valores fundamentales que resplandecen de modo eminente en la Inmaculada Concepción de María. En efecto, la pureza de María, que desde el primer instante de su concepción, en previsión de los méritos de Cristo, fue preservada de toda sombra de pecado hace resaltar el esplendor y la plenitud de humanidad a que Dios ha destinado al hombre en el proyecto originario de la creación (Juan Pablo II).
Meditación
¡Heme aquí!
Estas fueron las palabras de Nuestro Señor Jesucristo en el primer instante en que, en el seno de la Santísima Virgen María Inmaculada, formó la Divinidad su adorable persona.
Tales son las palabras del servidor que se desvive;
Las palabras del niño que ama;
Las palabras de la víctima que se ofrece.
El servidor
¡Oh soberano Señor mío!
Heme aquí
ofreciéndome a Vos para todo lo que queráis de mí. Para orar, trabajar, soportar, padecer, dar, sacrificarme, prestarme a todo y a todos.
Heme aquí
Aceptando con la más entera y amante sumisión
El estado de ánimo, de espíritu, de corazón, de santidad, de reputación, de abundancia, de privación, de alegría, de tristeza, de humillación, de olvido, en que queréis verme colocado.
Heme aquí
Rechazando todo lo que en mis impresiones, en mis pensamientos, en mis deseos, en mis palabras, en mis obras no esté enteramente conforme con vuestra voluntad.
Heme aquí
Amándoos con todas las fuerzas de mi alma y deseando demostraros mi amor
con la unión más íntima de mi voluntad
con la vuestra,
con mi trabajo cotidiano,
con mi celo en hacer que os amen,
con mi abnegación para todos, convirtiéndome, por vuestro amor, en servidor de todos.
Heme aquí
viviendo cerca de Vos sin ningún temor para el día de mañana, por cuanto
Vos cuidáis de mi existencia material,
Vos sostenéis y guardáis mi salud,
Vos apaciguáis mis temores,
Vos suavizáis mis penas,
Vos hacéis útiles a mi alma mis pruebas,
Vos tornáis en suaves y agradables mis relaciones.
¡Oh Señor mío, cuán bueno es estar con Vos, vivir cerca de Vos, vivir de Vos!
Heme aquí
¡oh María, oh Madre de Jesucristo! Vos que en la tierra erais tan feliz de ver a vuestro Hijo amado, servido, ayudado en su misión divina, heme aquí dispuesto a daros también esa alegría.
¡Oh María, quiero amarle, servirle, ayudarle, y vengo a vos para que me ofrezcáis a Él!
Seré sumiso, seré fiel, seré abnegado; vos, María, no me abandonéis, ayudadme a trabajar por Dios, y haced que vea, en cuantos me rodean, verdaderos hijos de Dios.
Heme aquí.
Como un niño, Señor, haced que crea con mi corazón, sin tenerme por sabio, y que tenga siempre presente en mi memoria vuestro nombre, vuestras virtudes, vuestra dulce historia.
Como un niño, Señor, haced que ame la pureza, la paz, la inocente sonrisa. Haced que, conservando la gracia del bautismo, ignore hasta el nombre de quien la empañe.
Como un niño, Señor, haced que desprecie los fútiles tesoros que tanto ansía el mundo, y que, libre de esos bienes cuyo cuidado le atormenta, en vuestro amor halle mis riquezas.
Como un niño, Señor, haced que me aferre, en el brazo que me guía, a un brazo que me defienda, y que, aun cuando, seguro de ser siempre amado, me ligue al leño del sacrificio, haced que obedezca.
Como un niño, Señor, haced que os siga poniendo mis temblorosos pies sobre la huella de vuestros pasos; y que, atraído y sostenido, pero lleno de infantil ardor, me arroje en vuestros brazos, abiertos para acogerme.
Servir, entregarse, sacrificarse, es muy hermoso.
Servir, entregarse, sacrificarse amando, es más hermoso aún.
Servir, entregarse, sacrificarse, amar padeciendo, todavía es más hermoso.
Pues bien, Dios mío, simplemente, generosamente, afectuosamente, vengo a deciros:
Heme aquí,
Para sufrir.
Oración
¿Qué puedo yo, Señora mía, decirte? ¿qué hablar? ¿cómo alabar raíz generadora de tanta gloria para el Altísimo? Después de Dios nadie es a ti comparable; ni los serafines te igualan en amor, ni los querubines en sabiduría, ni los tronos en majestad, ni alguno de los ángeles en hermosura; y para dignamente declarar tu grandeza son cortos los entendimientos de los espíritus bienaventurados y sin palabras las lenguas de todas las humanas generaciones. Todas cantan alabanza, honra y bendición a tu nombre; mas ninguna llena al punto que pide tu alteza. Y ¡oh misterio de tu venida! no se alegraban los ángeles más que en Dios y en lo más alto de los cielos; pero como nacieses tú superior a todos ellos, y concibieses al mismo Divino Verbo en tu seno, tuvieron en la tierra un nuevo cielo y vinieron a conversar con el hombre y a servirle. Así con razón eres llamada medianera entre la tierra y el cielo, porque por la virtud que salió de tu seno conciertas y compenetras estos dos tan distantes extremos. ¡Oh santísima Virgen, blanca y limpísima paloma, esposa celeste, cielo, templo y trono en que asisten las tres divinas Personas, y en la tierra y en el cielo es Cristo el sol resplandeciente que te alumbra! (S. Epifanio).