Entrada
María, manantial y origen de nuestra salud y de nuestra segunda formación (S. Germán).
Administradora de Dios, porque en ella Dios se hizo hombre, y el hombre fue levantado a la unión con Dios (S. Ildefonso).
Instrumento del cual quiso Dios echar mano para la nueva creación (Isidoro de Tesalónica).
Abismo que llama a otro abismo, porque su intercesión poderosa nos atrae incomprensible océano de misericordia (S.Buenaventura).
El fuego de amor que Dios vino a encender en la tierra no hay lengua que pueda explicar cuánto se enseñorea en el corazón de esta Niña, pues sin comparación amó más al Señor que a sí misma; y su vida toda fue una lumbre, un fuego bastantísimo a mover a los que la miraren para servir al Señor. Hoy es el nacimiento de la santa Virgen María, canta la Iglesia, cuya vida excelente a todas las Iglesias alumbra; de manera que, aunque el día de nuestra salud y tiempo aceptable al Señor es desde que el mismo encarnó y nació en este mundo, y en comparación de él esta santa Virgen y su nacimiento se llamen mañana, mas mirando la excelencia de su vida también a su modo se llama sol y causa de alegría en la Iglesia, según está escrito (Eccli. 26): « Así como el sol que sale al mundo, así es el rostro de la buena mujer». Quita, dice S. Bernardo, el sol corporal de este mundo, y todo quedará en tinieblas; quita a la Virgen, y todo quedará en oscuridad de pecados (S. Juan de Ávila).
Meditación
Preparativos para el juicio divino
Una vez vio fray León en sueños los preparativos para el juicio divino. Veía a los ángeles que tocaban trompetas y otros varios instrumentos y congregaban grandísima muchedumbre en un campo. A un lado colocaron una escala roja que llegaba de la tierra al cielo, y a la parte opuesta otra que era blanca, y bajaba del cielo a la tierra. En la cima de la roja apareció Cristo en ademán de un Señor ofendido y muy irritado. S. Francisco estaba en la misma escala algunas gradas más debajo de Cristo, y bajando más, llamaba y decía con gran voz y fervor: -Venid, frailes míos, venid confiadamente, no temáis, venid y acercaos al Señor, que os llama.
Al oír a S. Francisco, corrieron a su encuentro los frailes y subían, muy confiados, por la escalera roja. Pero, cuando ya estaban todos en ella, comenzaron a caerse, quien del tercer escalón, quien del cuarto, quien del quinto o del sexto, y caían todos, uno tras otro, de suerte que no quedó ninguno en la escala.
A vista de tal desgracia, movido S. Francisco a compasión de sus frailes, como Padre piadoso, rogaba por sus hijos al juez para que tuviese misericordia de ellos. y Cristo le mostraba las llagas sangrientas y le decía: -Mira lo que me han hecho tus frailes.
El Santo, después de insistir un poco en la misma súplica, bajó algunas gradas, y llamando a los frailes que habían caído de la escala roja, les decía: -Levantaos, hijos y hermanos míos, tened confianza, no os desaniméis, corred seguros a la escala blanca y subid por ella, que así seréis admitidos en el reino de los cielos.
Corriendo los frailes, enseñados por su Padre, a la dicha escala, y en la cima apareció, piadosa y clemente, la gloriosa Virgen María, Madre de Jesucristo, y los recibió; y así entraron sin ninguna dificultad en el reino eterno.
Oración
¡Oh Madre de mi Dios! ¡cuánta es tu gloria! Tú llevaste en tu vientre al Criador del cielo y de la tierra: tú llenabas de castos besos sus labios; tú viste a tu Criador estrecharse a tu pecho en forma de niño, y dar los primeros pasos en la tierra guiado por tu mano, llenando tu corazón de un júbilo inefable. ¡Oh dichosa generación, que hace la alegría de los ángeles y la esperanza de los santos!
He aquí, ¡oh Virgen sacrosanta! lo que forma tu gloria, lo que te hace llamar bendita entre todas las mujeres, y lo que te levanta sobre los coros de los ángeles! Tú sigues al Cordero por donde quiera que va; tú conduces los coros de las vírgenes y de las almas castas, que no se dejaron prender en las redes de la voluptuosidad, a apagar su sed en las fuentes de la vida. Tú eres la primera en la región de los justos: tú vagas entre flores llenas del rocío celestial, y llevas en tus manos las más bellas y escogidas, las que nunca se marchitan: tú, fmalmente, gozas de todas las delicias del paraíso. Uniendo tu voz a las de los ángeles y arcángeles, no cesas de repetir: Santo, Santo, Santo es el Señor Dios omnipotente. Pero ¿Por qué se esfuerza mi imaginación buscando figuras para alabarte, cuando conozco que cuanto yo pueda decir es infinitamente inferior a lo que mereces? Si digo que eres digna Madre de Dios, en nada me excedo.
¡Ah! esforcémonos a tributarle acciones de gracias. No olvidemos que al dar a luz al que es nuestro hennano según la carne, al Redentor del mundo, se constituyó Madre nuestra. Sí, ella es nuestra Madre, y mientras más alta sea su gloria, estaremos más seguros de participar de sus efectos. Su amor maternal será siempre el mismo, siempre que nos esforcemos en imitar las virtudes de que nos dio tan repetidos ejemplos (S. Jerónimo ).