Introito
María, madre sobre todas las cosas enaltecida; al hijo hambriento da de comer, al sediento apaga la sed, al caído lo levanta, al pobre y menesteroso enriquece, y al que es fiel en servirla le guarda envidiable corona de hermosura y de gloria soberana (S. Alberto Magno).
Arca de alianza que Dios labró para morada suya (S. Roberto Belarmino).
Raíz de Jesé que brotó y dio tal flor y tal fruto sin más auxilio que el de su divino esposo el Espíritu Santo, que eternamente alegra los cielos (S. Proclo).
Iluminación de toda la humana prole; por esto es comparada ora al sol, ora a la luna (Sto. Tomás de Aquino).
Ayuda y cooperación que para obrar misericordia se buscó Dios altísimo, Padre de las misericordias (S. Alberto Magno).
En Vos, Señora, no hay sombra de culpa; toda sois hermosa y bella y no hay en Vos mancilla que ofenda los purísimos ojos de Dios; con el donaire de mirar enamorasteis a Dios, de manera que le traéis rendido de los cielos a la tierra, Vos sois la que hallasteis la gracia que la otra Eva perdió, y si la otra Eva quedó sin gracia, Vos estáis llena de ella. Sois la dichosa Ester, escogida por reina entre todas las demás del mundo, que hallasteis tanta gracia en los ojos de Dios que bastáis para quitar el decreto de la muerte contra todo el mundo.
Sois, Señora, el papel blanco en que Dios quiere escribir su eterna palabra; sois el molde donde el que es Dios quiere tomar figura de hombre; sois el tálamo donde se han de celebrar las bodas entre Dios y la naturaleza humana, con quien el Verbo Eterno quiere desposarse; sois la caja preciosa donde el Padre Eterno quiere guardar una perla de tanto valor que vale no menos que él; sois el campo donde ha de nacer aquel lirio blanco y hermoso que es Cristo; sois, Señora, la que con parto felicísimo habéis de sacar a luz en carne humana al Hijo unigénito de Dios (P. Juan Bta. Juan).
Meditación
A más ABANDONO, más Dios piensa en ti
La pobre viuda de Sarepta hallábase en suma miseria el día que encontró al Profeta Elías. Iba a consumir el último resto de sus provisiones, después de lo cual a ella ya su hijo no les quedaba más que dejarse morir de hambre. Con todo, a petición del forastero, cedióle su último pan. Humanamente era eso una locura, pero era sabiduría ante Dios, porque era provocarle a obrar un milagro. El alma verdaderamente sencilla obra siempre así con Dios. No piensa más que en sus deberes de estado. No conoce los cálculos, los rodeos, ni los fmgimientos, pues Dios provee por ella. La habilidad y la mentira no pueden nada contra ella. Cierto que la astucia creerá, a veces, tener en sus mallas al alma sencilla. Nada de eso. Cualquier imprevisto suceso, una palabra o un gesto descubrirán esta intriga. Cuando estéis ante los poderosos del mundo, decía Jesús a sus discípulos, no busquéis lo que habréis de decir en defensa vuestra, porque el Espíritu Santo pondrá en vuestros labios los discursos que habéis de pronunciar. Si los Apóstoles, al principio de su carrera apostólica, hubiesen pesado las consecuencias de su atrevida empresa, nunca habrían predicado. No había esperanza de hacer aceptar la doctrina del Crucificado y, después de tanto trabajo, esperábanles las torturas y la muerte. Pero iban adonde el espíritu de Dios les llevaba, e iban sin consideraciones ni temores. Su misión era predicar. Ellos predicaban y Dios haría el resto.
No sólo piensa Jesús por el alma sencilla, signo que también repara lo que su ignorancia o imprevisión hubieran podido comprometer. Ningún hombre hay tan hábil y diestro que no se engañe alguna vez o no dé aventurados pasos. Para los mundanos, tales imprudencias son objeto de profundo pesar y punzantes humillaciones. Para sus émulos son ocasión de picantes burlas y de severos juicios. Para Dios son medios de humillar y corregir a estos presuntuosos.
Pero ante el alma sencilla la conducta de Dios es muy otra. Permite ciertas imprudencias -cada vida de los santos da de ello algún ejemplo-; pero, cosa singular, lejos de causar malos efectos, son a veces ocasión de un bien más considerable.
Nunca pierde el alma en dejar que Dios piense por ella. Cuando S. Pedro en el lago de Genesaret reconoció en el fantasma que le aterraba a Jesús caminando por las aguas, tuvo un sublime movimiento de olvido de sí mismo y dijo: Señor, si sois Vos, mandad que a Vos vaya sobre las aguas. Pedro, naturaleza espontánea, ni había tenido tiempo de reflexionar, cuando ya está andando por el lago. De pronto el viento levanta una tromba de agua amenazadora que adelanta hacia él y Pedro ya no piensa en el Maestro que lo puede todo, piensa en sí mismo, en su debilidad, titubea y se hunde. Felizmente allí estaba Jesús para remediarlo todo.
Nótese en el Evangelio que siempre toma Jesús la defensa de los débiles y de los calumniados, aunque fueran pecadores arrepentidos. Desde el momento en que de un modo u otro se pone en Él la confianza, siéntese ya como obligado a defender a quien tal hace.
En contra de los discípulos, defiende a las madres que se apretujaban en tomo de Él con los hijitos. Defiende, contra los envidiosos, al neoconvertido Zaqueo, que había desafiado el ridículo de subir a un árbol para verle pasar. Toma bajo su protección a la mujer adúltera, confunde a sus hipócritas acusadores y la despide libre y convertida. Evita que se despida sin comer a las muchedumbres que le habían seguido al desierto sin cuidarse de las provisiones para el camino. Defiende a los apóstoles que, apretados por el hambre, cogían las espigas de los campos en sábado. Toma, sobre todo, bajo su protección, a la pecadora Magdalena.
De una de las más distinguidas familias de Magdala, tenida por mujer pública, sin que nadie aún hubiera notado el cambio en ella obrado, acude a hacer a los pies de Jesús, «el Profeta», tan prodigioso acto de humillación, que el mundo la tachará de extravagante. Entra en una casa extraña, penetra en la sala del festín, siembra la turbación entre los convidados y llena de confusión al dueño de la casa. ¡Magdalena, bien poco se cuida de todo esto cuando Jesús está allí y le espera a sus pies… por vez primera! Cierto; el Maestro responderá por ella. La defenderá también algo más tarde contra Marta, que quería arrancarla de su dulce descanso a los pies del Maestro, y contra Judas, que la acusaba de despilfarro. Más aún; tendrá cuidado de que su justificación sea consignada en los Sagrados Libros y que doquiera que se predique el Evangelio se cuente y alabe la locura de amor que imaginó Magdalena para agradar a su adorado Maestro.
Nunca se podrá decir que debilidad o indigencia alguna que se hayan refugiado en su Corazón hayan sido echadas de Él.
Oración
¡Oh nombre suavísimo de María! ¿cómo presumir, para pronunciar tan alto nombre? ¿Puede acaso presumir de traerlo en sus labios un hijo de perdición, hogar de todo pecado y esclavo del demonio? ¡Oh dulcísimo amor mío, nombre de la Madre de Dios! El amor no sabe de veneraciones; por tanto, déjame, Señora, decirte que te amo, y si es muy cierto que yo soy indigno de amar, no lo es menos que tú eres dignísima de ser amada. ¿Quién, ¡oh mi Señora! podrá no quererte, si las gracias, y las mercedes, y la gloria, y todo nos viene de ti? (S. Buenaventura).