Meditación del día

…para el mes de Septiembre

Entrada

María, medianera nuestra que sin cesar nos encomienda a su bendito Hijo y nos merece su perdón (S. Anselmo).

Ancho sendero abierto a los pecadores. Por apartada de Dios que esté un alma, mientras no esté en el infierno, no es posible que deje de volver a Dios y que no alcance su misericordia como invoque a María Santísima (Sta. Brígida).

Robusta vara de Aaron; la vara produjo almendras, de María nació el Dios del cielo; la vara brotó, echó flores, arrojó renuevos y dio fruto; María concibió, alumbró, y su flor fue flor del cielo, y su fruto poderío de Dios (Vble. Hildeberto).

Imitadora de la divina clemencia, porque Dios juntó en ella querer y poder (Jacobo Mje).

Amable y bellísima Raquel agradable a los ojos de Dios Padre sobre todas las mujeres, porque dio a luz al verdadero José (Ernesto de Praga).

Para todas las edades del mundo y para todas las generaciones de fieles, es la Compasión un manantial de santidad que va derramando aguas vivas entre los hijos de Dios, ganando innumerables almas para Jesús, quebrando las cadenas de la culpa y los grillos de los hábitos peligrosos, ablandando a los corazones duros e inflamando a los tibios; difundiendo por do quiera y toda hora, y en almas sin cuento, luz y ternura, espíritu de oración, amor al padecer, y hambre y sed de penitencia; en suma, creando santos. Ella es alma de multitud de corporaciones religiosas y de órdenes monásticas, espejo de vida espiritual para todas; ella, resonando perpetuamente en toda la Iglesia como un eco siete veces repetido desde senos profundos, se eleva al cielo como un cantar angélico y sin fin: nada valen contra ella ni el tiempo ni el espacio: en ella oímos perpetuamente reiteradas las profecías de Simeón, y aun por eso nuestra perseverancia en las vías espirituales nos causa cierta dulce tristeza que dura toda la vida. En ese místico espejo vamos viendo pasar a la Sacra Familia fugitiva camino de Egipto, y moramos allí con ella, y oímos la corriente del Nilo, y vemos aquellas nieblas que se tornan luz de gracia en nuestras almas; y luego a la Madre errante, desconsolada, en busca de su Hijo hasta hallarle en el templo; y más allá volvemos a verla encontrándose con su Hijo cargado de la Cruz en la calle de la Amargura, y al poco tiempo, firme de pie cabe el Santo Madero, llamando desde allí a todos sus hijos, y descolgando luego de él a la Sagrada Víctima, y al fin dejándola encerrada en el santo sepulcro. Y esto lo vieron con ternura y veneración las pasadas generaciones de cristianos fieles, y lo ven las presentes, y lo verán las venideras; la Compasión de María se hace también así nuestra, pues Ella representó auténtica y autoriza?damente a la Iglesia entera en el Calvario: allí estuvo de oficio, por decirlo así, y con dos caracteres; como cooperadora con el Redentor del mundo, y como abogada de todas las almas redimidas (P. Faber).

Meditación

En tus manos

Admiro la lección de la muerte, porque es casta y verdadera, porque pone cada cosa en su lugar, y proyecta la luz hasta los planes más remotos de nuestra existencia; la admiro porque es serena, ineludible y por lo tanto sólida y definitiva; la admiro a causa de la seguridad que proyecta en torno suyo, como un cálculo exacto, como una fórmula de álgebra, que pone en claro y resuelve las operaciones, en que se embarazan los torpes. La muerte barre todo lo fingido, desbroza la maleza; nos hace ver lo que hay en realidad.

Tú no has preparado ninguna emboscada in extremis, ni difieres, como hacen los malos, el avisar a las almas rectas para cuando sea ya demasiado tarde y no puedan recurrir a los sacramentos para reparar ciertas faltas olvidadas en las profundidades de nuestra flaca memoria. No irías a exhibir triunfalmente antiguos créditos a los que te han suplicado que no te acuerdes de sus antiguos delitos. Sobre todo a los que te han pedido de rodillas que les hagas conocer todas las deudas que tienen contigo, ya que han hecho el propósito de pagar hasta el último cuadrante; a los que te han rogado sin ficción, y cuyo corazón, libre de astucias, no quisiera rehusarte nada.

¡Oh Dios mío!, yo puedo meditar sobre mi muerte como cristiano, como buen discípulo. Me basta meditarla contigo. Tanto más cuanto que en ti quiero acabar y morir.

Puedo meditarla cada día, porque en toda hora estoy haciendo su aprendizaje, y muero un poco cada día, porque pongo uno a uno todos mis valores entre las manos divinas. Tú has tomado ya mis días y mis deseos y mis pruebas y mis fatigas y mis sacrificios.

Ciertamente, cuando venga mi muerte, no tendré más que una última cosa que entregarte, como dicen los cristianos viejos en su sencillo lenguaje, no tendré otra cosa que entregarte más que mi último suspiro.

¿Comparecer en tu presencia? ¡Pero si mi oración de todos los días me ha colocado tan a menudo en tu presencia, y mi fe asegura hace tanto tiempo que tú nunca estás lejos de mí! Después de haber trabajado juntos en la obra común, ¿vamos a cambiar de repente de actitud, y voy yo a ver tu rostro de compañero fiel alterarse e irritarse porque mi alma, por orden tuya, cese de estar unida a mi cuerpo?

Se decía de los primeros cristianos que siempre estaban dispuestos a morir, y esa prontitud era un testimonio, un martirio, que conquistaba a los infieles. Sí, acepto de antemano que vengas a buscarme a la hora y según el modo que te plazca. No sé lo que soy, no he hecho la meticulosa autopsia de todo mi pasado, mi memoria tiene grietas, y por ellas se han colado muchos recuerdos que deberían recordarme mis faltas. Pero tú me conoces, tú lo sabes todo, y puedes hacerme digno de ti, y yo recuerdo que te has inclinado muchas veces sobre mi miseria, y que toda mi existencia está iluminada por tu bondad. Por eso cuando quede abandonado a mi debilidad nativa, cuando no pudiendo ya soportar el peso de mi enfermedad baje lentamente hasta la muerte, como un navío que zozobra, no dudo que aun entonces me recogerá tu caridad divina, y estoy seguro que no abandonarás tu obra en el momento decisivo y en el instante crítico, en el momento en que tomaré mi forma de eternidad. Quiero acostumbrarme todos los días a morir en ti. Orar es abandonarse; orar es unirse a Dios y desasirse de todo lo demás; puedo hacer de mi oración una muerte y debo hacer de mi muerte una oración.

Oración

Si los bienaventurados se inclinan hacia la tierra es porque ven en ti su morada de expiación, por cuanto reparas los vacíos que en sus filas hizo la rebelión de los malos espíritus. En ti las generaciones pasadas, las presentes y las venideras hasta los postreros hijos de nuestros hijos tienen puestas sus esperanzas, porque eres el manantial de su vida y de su gloria. En ti los ángeles beben alegría, los justos gracia y los pecadores perdón, y por ti y de ti y en ti crea segunda vez la mano del Omnipotente lo que ya una primera había creado (S. Bernardo).

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Jaime Solá Grané

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