Entrada
María, mansísima paloma sin hiel, Madre benignísima a la medida de nuestro querer, dulce, y más que dulce sobre el panal de miel (S. Buenaventura).
Amenísimo y racional paraíso de Dios, por cuya diestra omnipotente fue plantado hacia el oriente de nuestra vida (S. Germán).
Rocío divino que apaga los bajos ardores del alma humana (S.Germán).
Inmaculado espíritu en que nunca tuvieron entrada terrenales afectos, porque lo tenían arrobado
pensamientos del cielo (S. Juan Damasceno).
Aurora, en cuanto sus ruegos y sus obras apartan a los predestinados de la noche de los vicios (Ricardo de S. Lorenzo).
Madre que por serlo del Criador extiende sobre los cielos y sobre toda la tierra su poder (S. Buenaventura).
Augusta Señora del mundo, ventana misteriosa del cielo, puerta del paraíso, divino tabernáculo (S. Pedro Damián).
Resurrección de muertos, segura y firmísima esperanza (S.Juan Damasceno).
Imán divino, por cuya causa atraídos hacia el puerto de salud, salimos salvos de las borrascas del tempestuoso mar de esta vida (M. Villalprado).
Agua por quien los muertos hallan vida (Jacobo Mje).
Meditación
EL FASTIDIO
El fastidio es uno de los más peligrosos demonios del hogar.
No ataca mucho al niño, y se contenta con rondar de lejos, para prepararse un puesto en ella, el alma de la joven; pero establece su domicilio en el alma de la mujer de mundo que no ha conocido la piedad, o que sólo ha conservado restos de su aroma.
El fastidio empieza por deslizarse dulcemente en el corazón durante una hora de ociosidad; le sonríe, lo adula, lo mece en muelle y ocioso desvarío; cautiva luego la imaginación, y acaba
por apoderarse del alma, a la cual adormece. Mas una vez adormecida, pobre alma, cuando ya ni oras ni trabajas, la imaginación y el corazón empiezan por alejarte del deber, y luego de Dios, tan lejos a veces, que apenas se encuentra ya el camino para volver.
Lo que es el fastidio
El fastidio es un estado que no proporciona a la imaginación
ningún elemento que pueda fijarla.
Ni al espíritu ninguna idea útil y fecunda,
Ni a los deseos ningún objeto,
Ni al alma ninguna misión,
Ni al corazón ningún afecto confesable.
En tal estado, todo desagrada, todo disgusta, todo fatiga.
La familia no es más que una prisión, el afecto de la madre
una molestia, la dulce mirada de una hermana o de una amiga
un obstáculo, el trabajo una carga demasiado pesada, la
abnegación un término poético.
Adonde conduce el fastidio
El fastidio conduce al pecado, y sobre todo al hábito de pecar,
A la sequedad del corazón,
A la decrepitud del alma,
Al deterioro de todas las facultades.
El fastidio lo permite todo, lo excusa todo, lo justifica todo.
El fastidio hace envejecer por dentro y por fuera.
Lo que supone el fastidio
El fastidio supone:
1º La falta de disgusto. El disgusto ocupa, aprieta, absorbe; con el disgusto lloramos, padecemos, quedamos desolados, pero no nos fastidiamos.
2º El exceso de bienestar. Cuando las necesidades cotidianas aguijonean, nos revolvemos, nos ingeniamos, nos fatigamos, sobre todo cuando tenemos a nuestro lado alguien a quien amamos y padece; pero no nos fastidiamos.
El bienestar moral también produce el fastidio. Se ve uno rodeado, halagado, amado, cuidado; recibe sin dar nada… y el corazón se agobia bajo esta lluvia de rosas.
En suma, es uno demasiado dichoso.
¡Ah, una pequeña desgracia muy seria, una separación brusca, inesperada, de uno de esos seres a los cuales se ha acostumbrado nuestro corazón y seguimos amando, cómo daría al alma la actividad que le falta!
¡Dios mío-decía una cristiana que temía el fastidio porque sabía que daña sin que uno lo advierta,-Dios mío, no me dejes un día sin un alfilerazo!
Cómo se cura el fastidio
El remedio es infalible. Es fácil y dulce para el corazón; se ofrece lleno de gracia a la fantasía; sólo pide un arranque generoso.
¡Corazón fastidiado, levántate!
Os hace falta un disgusto real. Pues bien, hay en torno vuestro disgustos que devoran, como un cáncer, el alma y el corazón que amáis, el alma y el corazón de vuestro padre, quizás de vuestra madre; dad la misión de curarlos; podéis hacerlo.
El disgusto es una llaga que se dulcifica merced a la palabra amante y simpática, y se cicatriza con las atenciones delicadas, la paciencia en escuchar, la continuidad del sacrificio.
Os hace falta una desgracia real; encargaos de la desgracia de otro.
¿Sabéis quiénes son esos desgraciados? Se llaman: el hambre que tortura, la miseria y el abandono que conducen a la blasfemia y a la depravación, el deshonor que impulsa a veces al suicidio.
Vosotros los ricos, ¿no habéis oído nunca, en el fondo de vuestras almas, gritos de angustia? Era el grito de un niño, de un anciano, de una desgraciada joven sin madre…
Levantaos, pues; no os contentéis con enviar una limosna.
¡Id vosotros mismos, dejándoos guiar por vuestro corazón; indagad, convertíos en la providencia de los desgraciados, y veréis como vuelve a florecer vuestra vida!
Oración
Justo es, Señora, que subas a lo más elevado de los cielos, pues que tú sola del cielo y de la tierra tuviste en el seno al Verbo del Padre. ¡Oh inefable pureza! ¡Oh inmaculada virginidad,
que te mereció ser trasladada por nuevo e incomprensible paso a tan alto trono, en donde con los ángeles, y más que todos ellos, te goces en la vista de aquel Verbo cuyo sagrado tabernáculo fuiste en la tierra. Allá cantan perdurables alabanzas a tu gloria sin límites, como acá confesamos las riquezas sin término de tu misterioso alumbramiento; y no entran a formar parte de aquel coro sino quienes han creído aquí que es incomprensible arcano tu fecundidad. Vives, pues, tan alta en el cielo, y vences tú sola en gloria a todos los demás bienaventurados juntos, porque no hay dignidad que iguale la tuya, ni títulos que como los tuyos más enternezcan las amorosas entrañas del Padre (Del Misal mozárabe).