Meditación del día

…para el mes de Agosto

Entrada

La Virgen colocada entre las almas de los santos y entre los ángeles, sobrepuja los méritos y los títulos de todos, superando a una y otra naturaleza, ora por la inmensidad de la gracia, ora por el resplandor de las virtudes (S. Pedro Damiano).

Reina a quien su esposo inmortal dio en dote el señorío de la gracia y de la gloria, y un dominio pleno sobre todas las cosas (Ricardo de S. Lorenzo).

Insondable abismo de bondad y de misericordia (S. Buenaventura).

Madre del que es Rey eterno y Rey de gloria; madre de la hermosura, de la paz y de todos los desvalidos (S. Efrén).

Áureo candelabro, que en la noche que envuelve el ánimo durante esta vida alumbra y despide claridad siempre nueva (S. Juan Damasceno).

Riquísima y vasta morada divina, tan llena de Dios que limpia y endiosa las almas que en ella penetran (S. Juan Damasceno).

Insigne dechado de modestia; pues la modestia y figura exterior declaraba la interior santidad y perfecta virtud de su alma; así como la buena casa se muestra de la buena portada o zaguán (S. Ambrosio).

Amena y fértil tierra que dio la espiga sustentadora de todo el mundo (S. José el Himnógrafo).

Azucena blanca más que la nieve, que regala con fragancias sobre todos los orientales perfumes excelentísima, ceñida con resplandores de inmaculada pureza (S. Germán).

Regocijada alabanza de los apóstoles, perla de confesores, flor y dechado de vírgenes, y la más alta y rica criatura que ha salido de las manos de Dios (S. Buenaventura).

Insigne medianera entre Dios y los hombres; traspasa todo humano concepto cuando en la presencia de Dios tan altas piedades obra (Ricardo de S. Víctor).

Meditación

¿TIENES TU RETRATO?

Aconsejar que uno posea su retrato, ¿no equivale a aconsejar… un poco de vanidad? Y si un poco de vanidad entra por algo en la felicidad de la vida, ¿nos atreveríamos a decir que entra también en lo que concierne a su santificación?

Pues bien, sí, el consejo de hoy, bien meditado por cierto, es este: poseed vuestro retrato.

Es que nuestro retrato, reproducción fiel de nuestro rostro, es quizás también reproducción fiel de nuestra alma, y si es muy exacto, puede darnos excelentes consejos.

Ante todas cosas, enunciemos este axioma que nadie pondrá en duda.

\\\»Toda persona que se retrata toma la actitud que más le favorece, o sencillamente que más la adula, la actitud que la hace aparecer, no tal como es, sino tal como cree y quiere ser\\\».

1. Colocad ante vosotros vuestro retrato, hecho en esa dichosa edad de ocho o diez años, en la cual se muestra uno sin afectación, bueno, sencillo, confiado, con el dulce rostro radiante, los labios entreabiertos por la sinceridad, los ojos luminosos y francos, que parecen decir a todo el mundo: \\\»¡Pero si yo no temo que vuestra mirada penetre por mis ojos y llegue hasta el fondo de mi alma!\\\»

¿No es verdad que os llena de satisfacción?

2. Junto a él, poned el retrato que os hicisteis a los dieciséis o veinte años. Ya no hay en él el mismo candor, la misma sencillez; sin duda que ofrece cierta gracia que atrae la mirada de los extraños; pero no descubrís por entre su sonrisa, un poco forzada, el deseo de agradar y quizás el propósito de tomar cierta actitud?

¿No es verdad que os avergüenza un poco?

3. Al lado de los dos primeros, poned el retrato que tenéis de aquella edad en la cual, a Dios gracias, el soplo que se llama desilusión ha pasado sobre las puerilidades de vuestra juventud, y la experiencia y la desgracia ¡ay! han madurado vuestra vida. El semblante ha perdido la delicadeza de sus rasgos, los labios han tomado algo de rigidez y de tristeza, los ojos no se abren ya tan llenos, como si tuviesen miedo de ver demasiado, o de ser demasiado vistos… y os preguntáis: ¿Soy yo por ventura?

¿No es verdad que os entristece un poco?

Recogeos un instante en presencia de esos retratos, de los vuestros; contempladlos con calma, y poco a poco veréis acudir en tropel a vuestra fantasía los recuerdos más conmovedores, más puros, más útiles.

Permitidles que penetren en vuestro corazón, y si todavía hay en él algo de vida, la vida de lo alto, veréis que poco a poco se conmueve, y que, a pesar de vosotros mismos, las lágrimas se escapan de vuestros ojos, y quizás experimentéis la necesidad de exclamar: ¡Si pudiera volver a empezar!

Ahora, guardad un poco de silencio y escuchad. Quizás sale de esos retratos una voz irónica que os echa en cara esa palabra cruel, que nadie se atreve a dirigiros: ¡Envejeces, envejeces!; pero también salen prudentes consejos:

1. \\\»¡Ah, cómo pasa todo!-murmuran esos frescos labios de doce años.-¿Quién reconocería ahora la joven de antes, tan risueña, tan indiferente, tan buena? Enseña ese retrato a tus más íntimas amigas y dirán: ¿Quién es esta niña?

\\\»Oh, todo acabó! Ya no volverá a tu rostro esa frescura de los doce años, pero si lo quisieras… volvería a florecer en tu alma\\\».

2. \\\»Tu juventud se ha marchitado, se ha marchitado para siempre! Murmura lentamente ese retrato de semblante sombrío.-

Arranca, pues, todas esas ilusiones del amor propio, que te dicen que siempre eres la misma y te mueven a hablar, a obrar, a vestir como si fueras joven.

\\\»Vive sin inquietarte del mañana, gasta suavemente tus días, porque te quedan pocos, y procura hacerlos útiles.

\\\»Ya no puedes verte solicitada como a los veinte años, pero siempre podrás ser apreciada y mostrarte siempre digna.

\\\»¡Sueña, sueña que te vas… que te vas a Dios! …\\\»

Oración

Tú, ¡oh Madre de Dios! resplandor de nuestra naturaleza, obra nueva y agradabilísima, mar de gracias, sol más brillante que el que vemos, arca sacratísima redundante en virtudes, ungüento más fragante que todas las flores, prenda de salvación, pues por ti hemos recuperado el paraíso y habitan los hombres en el cielo; y para decirlo todo, receptáculo incomprensible de Dios y su Madre, y por tanto, Señora, de todas las cosas visibles e invisibles, excepto Dios: sé tú la gobernadora de nuestra vida para que sea cada vez más santa, la luz de la verdad y la defensora contra las asechanzas del enemigo en este mundo; y alcánzanos la fruición de los bienes eternos en el otro, cuya gracia consigamos mediante tu intercesión, ¡oh Madre de Dios! y con la gracia de nuestro Señor Jesucristo, a quien con su eterno Padre y el santísimo y vivificante Espíritu sea toda gloria, todo honor y toda adoración, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos (S. Juan Damasceno).

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Jaime Solá Grané

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