Meditación del día

…para el mes de Agosto

Entrada

Se separó, pues, su alma santísima de su cuerpo virginal, sin temor, sin angustia, sin dolor; salió con aquella seguridad con que la esposa corre a los brazos de su querido esposo; con aquella suavidad con que se desprende del árbol la fruta ya bastante madura, con aquella satisfacción y alegría con que sale el prisionero de su cárcel y encerramiento. Porque no moría ciertamente la Virgen por la violencia de alguna enfermedad, sino vencida por el ardor interno de una caridad inenarrable. Por esto a ella se aplican aquellas palabras: «Confortadme con flores aromáticas, fortalecedme con olorosas manzanas, porque desfallezco de amor) (P. Álvarez de Paz)

A quien salió a recibir el Salvador en el día de su tránsito, y la asentó con él en su trono: porque es su claridad en el cielo a los bienaventurados causa de gloria, honor y alegría (S. Jerónimo).

Rodeada en el cielo de tanta gloria cuanta fue la gracia que sobre todos tuvo en la tierra (S. Bernardo) –Para mayor gloria de María y alegría de toda la corte celestial, su mismo Hijo descendió del cielo al sepulcro, acompañado de la misma alma de ella y de innumerables ángeles, y dio vida al cuerpo muerto, y le volvió a juntar con aquella alma gloriosa, y le vistió de inmortalidad y de una claridad admirable, y le adornó de las dotes de los cuerpos gloriosos, y de una hermosura y gracia tan divina, que ni se puede explicar con palabras ni con entendimiento humano comprender (Ribadeneira).

Inefablemente gloriosa, pues que la gloria de María ni se puede comprender con el entendimiento ni decirse con palabras (S. Bernardo).

Ánfora de vida, tabernáculo de gloria, templo celeste. (Liturgia antigua).

Meditación

ME HABÉIS AMADO

«Vosotros al menos me habéis amado»: En medio de mis fatigas y en mis disgustos y decepciones estas palabras extraordinarias podrán reanimarme y regocijarme si tuviese bastante fe para no dudar de ellas. ¿Puede llamarse orgullo meditar en ellas encontrándolas verdaderas?; Yo te he amado, a ti, que me has creado y redimido.

Esta meditación no es fruto del orgullo, con tal que tengamos en cuenta que el amor es en nosotros la eflorescencia de la gracia y la sumisión a las iniciativas divinas. Si la caridad que nos une a Cristo es un don que viene de él, ¿cómo seré culpable admirándole y afirmando que es de buena ley? Sólo los herejes, los antiguos pelagianos y los estoicos de nuestros días, apartan sus pensamientos de Dios cuando contemplan lo que creen que es obra suya y resultado de su propio esfuerzo. Pero nosotros sabemos que nada bueno hay en nosotros, si no es por la gracia, y que nuestras virtudes son victorias del Espíritu del Señor.

Por eso podemos aseverar humildemente la verdad de su palabra y repetir que no se engaña cuando nos llama amigos suyos.

Vosotros me amasteis.- Sí, Dios mío, te han amado apasionadamente, a pesar de sus sufrimientos y de sus lágrimas, estos hombres, hermanos míos bautizados, que continúan entre nosotros la tradición del sacerdocio desde los orígenes cristianos. Tú solo eres el que ha entrojado la mies del amor operante, inmenso, que ha crecido desde hace siglos alrededor de nuestras parroquias rurales y en medio de la agitación de nuestras grandes ciudades. ¿Qué no han hecho por ti todos los cruzados de la abnegación? ¿qué no les has pedido tú? Han abandonado su familia y su país como Abrahán al irse de Caldea, han vivido sólo para ti.

Así, pues, yo te alabo por haber sido el centro, el alma, la luz y la paz de todas esas existencias y la plenitud de tantos deseos infinitos, por ti eternamente colmados. Tu Iglesia nunca ha sido indigna de ti, a pesar de los grandes escándalos que vislumbramos en su historia, y ni un solo día te ha faltado, Pastor invisible de las almas, la oración de los corazones rectos.

Vosotros me amasteis. -Yo mismo, oh Dios mío, también te he amado; me he sentido orgulloso de llevar tu nombre, y he sufrido por verte desconocido. Tu pueblo es bien tuyo, y la gracia de la caridad mantiene a los innumerables sarmientos adheridos a la cepa de la viña eterna. Nosotros te hemos amado, en otro tiempo, siendo aún niños, cuando al alborear del día de Navidad venías a nosotros, siendo tú mismo niñito, tan misterioso y tan fuerte en tu silencio inmóvil.

Y te hemos amado en la Eucaristía, desde el día de la primera Comunión y a través de todas nuestras comuniones, cuando te contábamos nuestras miserias de enfermos y cuando te prometíamos colaborar contigo.

Te hemos amado más tarde, clavado en el madero sangriento de tu bendita cruz, y no hemos querido que nuestra vida permaneciese extraña a tus sufrimientos.

Te hemos amado en el Cristo glorioso de la Pascua; en el Niño Jesús de Navidad; en el Sagrado Corazón de los Avellanos de Paray-le Monial; te hemos amado en todas tus ocupaciones obscuras, y en todas las almas que has santificado. Porque es tu Madre, hemos honrado y amado a María ; y porque sus cuerpos te han dado testimonio, hemos guardado en relicario los huesos de tus mártires.

Y siempre será así. No permitas que nada nos separe de ti que nada divida al Pastor de su rebaño, al Maestro de sus discípulos, a Cristo de sus apóstoles.

Queremos trabajar hasta el fin, como una porción escogida, apoyándonos en tu palabra, y sabiendo que tú cuentas en nosotros.

Cuando me halle cansado de todo y de mí mismo; cuando vea que han sido estériles todos mis esfuerzos, y mis pensamientos más queridos hayan sido maliciosamente tergiversados; cuando me pasee solo y lleno de dudas preguntándome si no he perdido mi existencia al malgastarla con servicio de los demás, cuando mis estrellas se obscurezcan y mis tinieblas hablen en mí en voz alta, para arrojar a los demonios del crepúsculo y guardar mi alma en tu fulgor, no tendré necesidad más que oír de tu boca, Señor, esta palabra celestial, y saber, por ti, que no dudas de mi fidelidad. Y cuando termine mis días aquí abajo, ven en mi agonía a dar testimonio de mí: –Vosotros me amasteis- y que entonces pueda responder: Así es, efectivamente.

Oración

A ti clamamos, Señora, los desterrados hijos de Eva, Ea, pues, vuelve a nosotros esos tus ojos tan misericordiosos y, mira cuán hijos somos de Eva por el orgullo, por la ambición, por sórdida avaricia, por la gula, por la sensualidad y la desobediencia; en suma, que tan al vivo la retratamos en su caída, que para todo lo malo tenemos alas, y para todo lo bueno gran aversión. Y cuando algo bueno sale de nuestras manos, bien sabes cuán a disgusto lo hacemos a veces, y otras con muy escasa voluntad, mientras que lo malo se nos viene como hecho al sabor de nuestro paladar. ¡Y aun si con eso nos contentáramos! Porque es tal nuestro perverso apetito, que a semejanza de nuestros primeros padres todavía incitamos a otros al pecado, y al delito añadimos la excusa, o disculpándonos, o haciendo recaer sobre otros la responsabilidad. Hastíanos el comer del fruto del árbol de la vida, Cristo Señor nuestro, y en cambio siempre tenemos levantada en alto la mano para coger del prohibido. (S. Buenaventura).

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Jaime Solá Grané

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